La llamada de la tierra
Miles de nostálgicos insulares retornan al rincón que cultivaron sus muertos, siembran y cosechan plantas de temporada
En el desierto de los días secos y largos, unos miles de nostálgicos sienten una llamada de la tierra y retornan al rincón que cultivaron sus muertos. Siembran y cosechan, como aquellos hicieron durante 400 años, las mismas plantas de temporada. Es un ritual de ocio y placer, un autohomenaje, porque allí nacen alimentos propios de su memoria.
A ras de suelo, a principios de verano, entre la nada y la maleza que surge del olvido de la agricultura, nacen pequeños huertos manifiestos. Son varias hileras verdes, rincones de solitaria creación individual.
Aparecen unas mínimas arquitecturas rurales de necesidad. Sobre lo sembrado hay artilugios adecuados para la miniplantación, artefactos creados con material natural de plantas, nada de plásticos.
Las instalaciones son efímeras —de semanas—, sin autor ni comisario. Nacieron anónimas, improvisadas y son tradicionales por su costumbre adherida a la realidad de su eficacia.
Se ven, ya menos, primitivos ejercicios de resistencia y autosuficiencia: sobre la tierra removida hay hojas de higuera chumba, de moro, partidas, colocadas como sombrero, espaciadas.
Esa barracas provisionales protegen y dan humedad a los plantones trasplantados en las primeras semanas. Sin amparo ni agua, las tomateras tras su siembra estarían condenadas a una muerte segura, exhaustas y sin arraigar (aferrar) por la torrefacción solar. A las plantas se les crea un refugio individual de adaptación, táctica austera.
Entre tomateras hay unas mínimas arquitecturas: refugios y ‘catedrales’
Tras la retirada del montaje de esas pirámides de una hoja doblada llegan otros pináculos, los de las cañas secas, de torrente. Los troncos ligeros se clavan en el suelo, ordenados y se arman alrededor de la plantación. Inclinados, apoyados, forman catedrales o tiendas de campaña de indios. La ignorancia urbana o infantil es una constructora de las mejores metáforas.
Los muros ligeros de estructuras abiertas de cañas ayudan a que las tomateras se enfilen o trepen, crezcan y no se ahoguen en el suelo, que sus frutos tomen sol, aire y cuerpo sin asarse y consumirse pegados al suelo.
Existen versiones íntimas del sacrificado huerto en el campo, plantaciones de bolsillo, de jardín, privadas, en el balcón o terraza, con paradas, pasteras. Se alquilan micro huertos y se okupan parcelas urbanas. Terrenos marginales de las grandes ciudades, entre vías y autopistas, sirvieron para que los inmigrantes de los barrios dormitorios evocaran aquello que fueron en sus pueblos: agricultores en escapada.
Las guías para huertanos sobrevenidos están adecuadas a cada militancia: común, ecológica, vegana, biodinámica, del credo de la religión slow food, el cultivo local… y demás buenas olas. Se venden simientes y plantones.
No todas las variantes de tomates necesitan tutores o se enfilan por las cañas. Los que se enhilan en ristras, las de ramellet, de colgar, crecen mejor a la seca, sin riego, extendidas sobre el suelo. Es lo propio. Así resisten frescos un año.
En las islas, en Banyalbufar o Formentera el tomate es alimento propio de la memoria
La hiperoferta de frutas y hortalizas uniformes, coloristas, insípidas, que se pudren rápidamente se impone. Contra ella es un ejercicio de resistencia y fidelidad plantar tomateras o consumir tomates ciertos, honestos, autóctonos. Esos frutos que dan el color y el sabor al pan con aceite o trempó, cuyo cuerpo sacrificado construye las mejores salsas o se diluye y alía con el aceite que concentra casi todos los sofritos.
Los tomates de Banyalbufar, Valldemossa o Formentera también se secan. Estos y las decenas de variedades identificadas y coleccionadas por los aficionados, científicos, neorurales. El tomate seco es una neotradición, una vieja conserva, un producto americano en el Mediterráneo, también siciliano, italiano.
Una estampa curiosa es la de los cañizos de tomates partidos en los tejados, de sol a sol, con las mitades aderezadas de sal y pimienta antimoscas; mejor una malla. Ojo: hay quien hace trampa, no los seca, los hornea y son otra cosa.
En Banyalbufar, Alberto intenta una operación rescate de dos variedades de la producción antigua de su ramellet: www.tomatiga.com. Su marca local es BNY y evoca la época dorada de la exportación de tomate fresco a los mercados Barcelona. El 19 de julio en Banyalbufar se celebra un festival gastronómico y musical, Eres negre. Alude al futuro desde el pasado: sus tomates y el vino malvasía que renació tras caducar por sus pestes.
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