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El honor del PP

"Una vida pública intensa, sin duda, que ahora culmina entre graves sospechas y evidente descrédito personal", dice de Juan Cotino

No están tan lejanos los tiempos en los que las familias más o menos linajudas defendían su condición social y fortuna destinando a sus miembros varones al servicio del rey, de la Iglesia o la gestión del patrimonio, más o menos por este orden. Ahora, en líneas generales, la estrategia se ha simplificado. Se trabaja en equipo, sencillamente. Mientras unos se dedican a los negocios privados los otros parientes hacen camino en la política, entendida ésta como una actividad extractiva, un filón de ventajas y dineros para quienes pueden exprimir el sector público en beneficio del propio clan privado. La laxitud, lentitud o miopía judicial a la par con la anestesia cívica de la sociedad han propiciado durante estos años el auge de esta fórmula familiar que ha alcanzado visos escandalosos.

Los Cotino de Xirivella son uno de esos clanes valencianos que han entendido a las mil maravillas el signo de los tiempos y en el mejor de los momentos destinaron o no impidieron que uno de los suyos, Juan, se iniciase desde muy joven en el aprendizaje y cucaña partidista. Cristianos impacientes de UDPV, posfranquistas de UCD, PDP, AP y, finalmente, PP donde la constancia fue recompensada en 1991 con una concejalía de Seguridad Pública en el Ayuntamiento de Valencia. Era la primera estación de un viaje que le permitió transitar por una dirección general en Madrid, con el presidente Aznar, y cuatro consejerías distintas y presupuestariamente bien dotadas en la Generalitat hasta desembarcar en el que quizá sea su último destino político: la presidencia de las Cortes Valencianas desde 2011, la segunda autoridad de la Comunidad. Un carrerón prodigioso habida cuenta de los febles mimbres intelectuales del personaje. Mano de santo, quizá.

A lo largo de este trayecto nuestro personaje no ha olvidado en ningún momento sus deberes familiares, coadyuvando discreta pero decisivamente a la prosperidad del clan, sobre todo del grupo Sedesa, una especie de pulpo de plural dedicación que a cambio de adjudicaciones públicas varias en los campos de la construcción, inmobiliario y residencias de la tercera edad ha contribuido aparentemente, aunque con largueza, a la financiación ilegal del PP. Do ut des, que decían los romanos. Asimismo, sin figurar formalmente en los organigramas, ha sido una pieza literalmente decisiva en la visita del Papa Benedicto XVI a Valencia, en 2006, donde se prodigaron millones de euros y sustanciosas comisiones. Unos enredos que van aflorando como las víctimas del trágico accidente de Metro ocurrido en Valencia por aquellas mismas fechas y cuyas causas tanto como sus consecuencias ha querido diluir, si bien torpemente, nuestro hombre.

Una vida pública intensa, sin duda, que ahora culmina entre graves sospechas y evidente descrédito personal, que incluso se acentúa por sus disparatadas decisiones en el ámbito parlamentario. Verdaderamente lamentable por infundado y enconado el reciente rifirrafe con la diputada Mònica Oltra, que solo ha servido para agrandar la onda propagandística de esta parlamentaria. En el seno de una democracia más evolucionada este político ya hubiese arrojado la toalla y estaría amortizado, como prácticamente está. Pero aquí nadie asume sus responsabilidades políticas hasta que se le ponen los grilletes. Mientras, como es el caso, desdora con su actividad el ya empañado honor del PP y a lo sumo sirve de cilicio para que éste expíe sus muchos pecados o delitos.

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