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“¿Y si se convirtiera la catedral de la Almudena en una tienda de cómics?”

Un vídeo con artistas como El Gran Wyoming, Santiago Segura o Emilio Gutiérrez Caba defiende que el cine del Palacio de la Música no se convierta en una tienda de ropa

“¿Qué pensaríais si un partido gana las elecciones y convierte la catedral de la Almudena en una tienda de comics?”, se pregunta el periodista Gran Wyoming. “Esas son mis catedrales, esos son mis templos, y estoy indignado”, añade en el vídeo en la plataforma Change.org para defender que el Palacio de la Música siga teniendo un uso cultural y no se convierta en una tienda de ropa más.

El antiguo cine (cerró sus puertas en 2008) pertenece a Bankia, que antes de su colapso y nacionalización iba a convertirlo en auditorio pero, tras una inversión de 42 millones de euros, decidió desprenderse de él. “Ahora lo va a vender, después de haber sido rescatada con dinero de todos nosotros, para que vendan bragas y calzoncillos”, censura en el citado vídeo el actor Santiago Segura.

“Es una aberración”, añade el actor Emilio Gutiérrez Caba. La firma de moda Mango se ha interesado por la posibilidad de convertirlo en una tienda. “Madrid, esa gran ciudad europea donde la gente sólo podrá escuchar música en los probadores de las tiendas de ropa”, añade el vídeo. “No me creo que una firma con el prestigio y la categoría de Mango vaya a hacer una aberración cultural”, reflexiona al final Santiago Segura, ante lo que el Gran Wyoming añade: “Y una alcaldesa tampoco lo permitiría porque se supone que está del lado de la ciudad”.

“No tengan un sentido romántico, la vida cambia y los grandes cines se convierten en otra cosa, es el devenir histórico”, aseguró sin embargo el Ayuntamiento de Madrid (PP) en febrero de 2003 ante la inminente reconversión del edificio. Tampoco ha hecho nada hasta el momento el Gobierno regional (PP), que tiene sobre la mesa una petición de la asociación Madrid Ciudadanía y Patrimonio para declararlo Bien de Interés Cultural (BIC).

La oposición municipal en pleno (PSM, IU y UPyD) ha presionado para evitar la pérdida de este edificio cultural, y la recogida de firmas abierta en Change.org por un chaval oscense, Fran Hernández, que inició este movimiento hace ya un par de años, ha alcanzado los 35.000 apoyos.

Entre los movimientos políticos destaca las conversaciones del líder municipal socialista, Jaime Lissavetzky, con el presidente de Bankia, José Ignacio Goirigolzarri, que el pasado 25 de marzo se comprometió, pese a las “limitaciones” de su gestión al frente de esta entidad pública, a intentar “evitar que las labores que realizaba la obra social de Caja Madrid acaben desapareciendo”.

Desde que el anterior alcalde y ahora ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón (PP), levantara en 2004 el blindaje cultural a los cines para permitir su reconversión en tiendas u hoteles, la Gran Vía madrileña ha perdido 10 de sus 13 salas. En junio de 2007, desapareció el Avenida, en el número 37 de esa calle, que databa de 1926 y se convirtió en una tienda de ropa de H&M.

Justo un año después, cerró el Palacio de la Música, ubicado en el número 35. En Gran Vía sólo quedan ya el Capitol, el Palacio de la Prensa y el Callao (estos dos últimos, gracias a la iniciativa de sus dueños de colocar pantallas gigantes en sus fachadas para atraer publicidad y eventos culturales y comerciales).

El Palacio de la Música se inauguró en noviembre de 1926. “¿Quiere usted admirar una gran película o escuchar una orquesta formidable en la mejor sala de Madrid? No deje de acudir al Palacio de la Música, la sala de conciertos más bella de Europa”, glosaba entonces el diario Abc. Tenía 2.000 butacas repartidas en tres pisos y un salón de fiestas en el sótano del edificio (obra del arquitecto Secundino Zuazo). Durante décadas ejerció como principal sala de estrenos del país.

“Mi abuelo fue jefe de cabina allí desde que se inauguró prácticamente hasta que se jubiló”, relata Manuel Cora, mezclador de sonido con dos premios Goya y mil anécdotas familiares sobre el Palacio de la Música: “En plena guerra civil, en una razzia de la aviación nacional, iban soltando bombas por Madrid y una entró por la azotea del edificio y se clavó en el patio de butacas pero no estalló”.

El Palacio de la Música, un mes antes de su cierre en 2008.
El Palacio de la Música, un mes antes de su cierre en 2008.GORKA LEJARCEGI

En 2008 el cine cerró, y el constructor Juan Bautista Soler se lo vendió a la Fundación Caja Madrid por 33 millones de euros para convertirlo en un auditorio de 1.500 butacas, que estaba previsto inaugurar en 2011. En diciembre de 2008 se iniciaron las obras, pero el proyecto se paralizó en enero de 2012, tras la crisis que llevó al Estado a inyectar 22.200 millones de euros (prestados por Europa a cargo de los contribuyentes españoles) a la entidad financiera.

Según las cuentas internas, a las que tuvo acceso EL PAÍS, la obra ejecutada antes de su paralización asciende a siete millones de euros, a los que se suman 1,8 millones más por licencias y otros gastos. Queda pendiente una inversión de 15 millones para concluir el proyecto. La fundación ha abonado ya 7,2 millones en intereses por un préstamo de Bankia del que debe 28 millones. Es precisamente el ahogo que sufre la fundación para hacer frente a esa hipoteca lo que llevó a sus responsables a tomar la decisión de vender el edificio.

El Palacio de la Música, de 6.630 metros cuadrados, forma parte del catálogo de inmuebles protegidos del Ayuntamiento, con un blindaje integral por “su gran valor” histórico-artístico que “pretende la conservación integral de su organización arquitectónica en sus características espaciales, volumétricas y decorativas, tanto en acabados como en materiales”. Cambiar su uso actual como sala de conciertos requeriría de una modificación urbanística, que limitaría en cualquier caso a 4.000 metros cuadrados (menos de dos terceras partes de su superficie total) el uso comercial.

El Ayuntamiento ya ha comunicado que ve viable esa modificación urbanística, a petición de Mango, precisamente, que estudia adquirirlo para abrir una tienda con centro de exposiciones y eventos de la empresa.

“No me parecería un final digno”, señala Ángel Fernández, que trabajó allí como proyeccionista entre 1985 y 1986 (ahora está en los cines Renoir Retiro) y ha participado también en el vídeo de Change.org. “Tengo el recuerdo de llegar a una cabina con un montón de máquinas extrañas, ruidos, luces… parecía un laboratorio más que una cabina de proyección, era una película de ciencia ficción”, rememora. Ahora, con el cine digital, “le das a un botón y te desentiendes”, añade.

“Uno se sentía importante al trabajar en un cine majestuoso de la Gran Vía en el que hasta el portero llevaba levita”, se lamenta, recordando la suerte similar que corrió el Avenida, donde ahora entra y… “tras la ropa rebajada había una pantalla en la que ponían Blade Runner… es muy triste”.

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