Perros de la república
El animal, nos recordaba Bataille, abre ante nosotros una profundidad que nos atrae y que nos es familiar
El pasado fin de semana no fue del todo malo para la república de los perros. Al menos, en Valencia. Donde una veintena de canes, tutelados por la Sociedad Protectora de Animales, fueron adoptados por otros tantos ciudadanos piadosos. Vale la pena entrar en su página web (http://www.svpap.com) y fijarse en los ojos de estos animales o, mejor, pararse en la calle y mirar directamente a los del primer perro que veamos. El perro también nos observará y esa devolución de la mirada nos hará comprender nuestra común condición animal. Una condición animal, que nada nos quita de nuestra humanidad, sino que la hace más grande. El animal, nos recordaba Bataille, abre ante nosotros una profundidad que nos atrae y que nos es familiar, porque esa profundidad, en cierto sentido la conocemos: es la nuestra. Urge pues darle la vuelta, de una vez por todas, al argumento según el cual no habría que perder energías preocupándose de las bestias cuando tantas atrocidades se comenten contra los seres humanos. Porque, aunque no amar a los animales no conduzca directamente a la misantropía, al racismo o a la barbarie, conviene recordar —por paradójico que parezca— que fue por considerar que la vida de un ser humano valía lo mismo que la de un animal, por lo que fueron exterminados seis millones de perros judíos. Fueron conducidos a los campos de concentración como ovejas al matadero, decimos en una frase hecha, sin acabar de ser conscientes de que la metáfora está viva en sentido inverso, como explica la Elisabeth Costello de la novela de Coetzee. La filósofa Elisabeth de Fontenay ha demostrado que se puede hacer una crítica de la metafísica antropocéntrica, subjetivista y predadora, sin que ello signifique falta de humanidad.
También urge oír a los poetas. Raymond Queneau, el autor de Zazie en el metro y de los Ejercicios de estilo, se consideraba un miembro honorario de la república de los perros. No le faltaban méritos. En su hoja de servicios, figuran obras como Nicolas chien d’expérience, la novela Le Chiendent, el poemario Chêne et chien (en el que asocia su apellido al roble y al perro) y el libro de poemas Le chien à la mandoline, cuyo título convierte al autor en un perro rapsoda. También dedicó un poema a los perros de Asnières, un municipio próximo a París en el que funciona desde 1889 el primer cementerio de perros y gatos del mundo. Patrick Modiano ha construido su obra literaria buscando las huellas de otros perros de Asnières, animales humanos olvidados. Otro gran perro con mandolina, Paul Eluard, gran amigo de la II República Española, asocia los perros a la rabia de desaparecer y nos recuerda que cuando el amo se va, los perros se aburren. Un perro andaluz, Federico García Lorca, vio en la muerte de Ignacio Sánchez Mejías la prefiguración de su propia muerte, de la matanza que se avecinaba y del olvido en el que algunos aún quieren mantener a los perros enterrados en el anonimato de las fosas comunes del franquismo: “Porque te has muerto para siempre, / como todos los muertos de la Tierra, /como todos los muertos que se olvidan/ en un montón de perros apagados”.
Los perros acogidos por la sociedad protectora de animales no tienen sangre azul. Sin pedigrí aristocrático, llevan la nobleza en el alma. Son perros republicanos, como tantos ciudadanos.
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