El Gurugú
La expulsión expeditiva, a empujones, sin poder pedir asilo y sin asistencia, es ilegal, inhumana y además inútil porque volverán
El Gurugú es una pistola en la nuca de Melilla", dejó escrito Manu Leguineche, refiriéndose a los dramáticos episodios de 1921. El Gurugú es un macizo montañoso que está a la espalda de Melilla, vista desde el mar. Son tierras pobres y agrestes, esas del Rif, históricamente pobladas en buena proporción por bereberes, orgullosos de su identidad, levantiscos y amantes de su independencia. La depauperada población rural de las cabilas del Rif siempre fue recelosa, indócil y hostil para los españoles. Por el Gurugú, durante cinco siglos, la pobreza del Rif bajó hasta el mar, a Melilla, y con la pobreza también bajó, con dramática frecuencia, su ira armada.
A principios del siglo XX España acababa de perder todas sus colonias de ultramar. Su histórica potencia colonial quedaba reducida al norte de África. Pero también en este escenario quedó limitada a lo que le dejaron las potencias coloniales europeas, en la Conferencia de Algeciras de 1906: el Protectorado de la parte más montañosa y pobre del norte de Marruecos. Allí operaba la Compañía Española de Minas del Rif SA, en la que tenían importantes intereses económicos el conde de Romanones, el marqués de Comillas, la familia Güell, y el rey Alfonso XIII.
El hostigamiento armado de los rifeños a esta explotación colonial motivó una urgente llamada a filas de reservistas, trabajadores pobres que no podían pagar para eximirse del servicio militar. Inmediatamente entraron en combate. Esto desencadenó una gran reacción popular, particularmente en Barcelona, sofocada con una terrible represión. Fue la Semana Trágica de 1909.
No cesaron los frecuentes choques armados. En julio de 1921, en el Rif, se vivió uno de los episodios más dramáticos y bochornosos de la historia militar española. Ante el ataque de los rifeños, los soldados españoles, sin agua, hambrientos y exhaustos, mal equipados por una intendencia militar corroída por la corrupción, desmoralizados y desorganizados, acosados y acribillados, huyeron en masa hacia el Gurugú, para bajar hasta Melilla. Murieron en pocos días más de 10.000 hombres. Otra vez, la pobreza bajaba por el Gurugú. Esta vez, la española.
Los jóvenes del Gurugú no tienen papeles, no pueden entrar por los pasos habilitados
En el siglo XXI la pobreza no es contenible. A los pobres del África subsahariana no les detienen ni las fronteras, ni los desiertos, ni las montañas del Rif, en su épico viaje hacia el norte, hacia lo que para ellos es la mítica Europa. Y así han llegado al Gurugú, y no volverán atrás. Son jóvenes, y tienen la determinación de llegar a esa ficción de Europa en África que es Melilla. Se dice que son más de treinta mil los que vagan por el monte, expectantes.
El tránsito entre Melilla y Marruecos, por los pasos habilitados para ello, es aproximadamente de veinte mil personas diarias. Pasan con vehículos o a pie, hombres, mujeres y niños, con fardos y bultos, con tolerancia discrecional e intermitente del contrabando, pero todos pasan con papeles. Los jóvenes del Gurugú no tienen papeles, no pueden entrar por los pasos habilitados. Su única opción es entrar por donde no se puede entrar, entrar irregularmente.
La entrada irregular en España no es delito, porque si lo fuera, los que lo hicieran tendrían que permanecer en España hasta que les juzgaran. La entrada irregular está físicamente impedida con recursos humanos policiales y con recursos materiales disuasorios hirientes, aparentemente insuperables. Son las vallas alambradas coronadas por concertinas, nombre de un pacífico y armónico acordeón octogonal de fuelle muy largo, que se ha tomado cínicamente para denominar a un artilugio famoso por su desgarradora crueldad.
Pero, a pesar de todo, la pobreza del mundo sigue bajando por el Gurugú. Llegan a la valla, trepan y saltan, aun dejándose, literalmente, la piel en el intento. Y casi nunca llegan muy lejos. Cuando, a los pies de las alambradas, son atrapados, generalmente malheridos, son devueltos “en caliente” a Marruecos, andando o a rastras. Hay un “Acuerdo entre el Reino de España y el Reino de Marruecos para la readmisión de extranjeros entrados ilegalmente”, firmado por el ministro Corcuera en 1992, que exige que la “devolución” sea pedida formalmente por España, con los datos de identificación, y que Marruecos documente la readmisión.
No cabe la “devolución” cuando se pide asilo político o humanitario, y para hacerlo hay un plazo de un mes. Por todo ello la expulsión expeditiva, a empujones, sin documentación, sin ocasión ni tiempo para pedir asilo, sin asistencia médica ni jurídica, es ilegal, inhumana, y además, es inútil, porque volverán a bajar del Gurugú.
Por eso la frase de Leguineche cobra un nuevo sentido casi un siglo después. El Gurugú se cierne hoy sobre la nuca de la vieja Europa, decadente, egocéntrica, insolidaria y con signos inquietantes de xenofobia, cargado con la fuerza de la pobreza que viene de más allá de los agrestes montes del Rif, y que va, imparable, más allá de las concertinas de Melilla para cruzar el mar.
José Maria Mena es ex fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña
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