Vuelve el partido de la República catalana
Los electores han dado la primacía a ERC aunque sigue siendo una sigla antirégimen desde su nacimiento en 1931
En 1977, cuando para poner fin a la dictadura franquista llegó el momento de legalizar a los partidos políticos y convocar unas elecciones libres, democráticas, Esquerra Republicana fue el único partido no legalizado. Tuvo que recurrir a una artimaña, presentarse con otro nombre. En aquellos momentos estaba desarticulado, era apenas una peña de amigos. Pero en sus genes estaba ser un partido antirégimen. Era el partido que había ganado las elecciones del 12 de abril de 1931 y proclamado la República catalana dentro del Estado federal. Lo repitió en 1934, de acuerdo con el republicanismo y el socialismo español. De manera que el Gobierno de Adolfo Suárez consideró que, con estos antecedentes, no se podían correr riesgos para las elecciones de junio de 1977. Se legalizó a los comunistas, a los nacionalistas vascos y catalanes, pero no a los republicanos que décadas atrás habían osado proclamar el Estado catalán dos veces en cuatro años escasos. Aunque fuera dentro de la Federación de Pueblos Ibéricos.
Han pasado 37 años y, ayer, el resucitado partido antirégimen, el de los presidentes Francesc Macià, Lluís Companys y Josep Tarradellas, volvió a ganar unas elecciones en Cataluña. Como que eran las elecciones al Parlamento europeo la cosa no va a tener consecuencias institucionales directas e inmediatas. Pero lo cierto es que esta victoria se produce en una coyuntura política en la que, como en 1931 y 1934, Esquerra Republicana promueve de nuevo una ruptura constitucional, esta vez en forma de una todavía no definida república catalana, que pretende instaurar como fruto de un mandato ciudadano tras un referéndum a celebrar el 9 de noviembre. Dentro de cinco meses y medio.
Eso sería, claro está, si de ese eventual referéndum surgiera una mayoría partidaria de crear el Estado catalán que ERC propone. Dicho sea de paso, es oportuno recordar una vez más que el Gobierno de España ha dicho una y otra vez que empleará todos los medios que estén a su alcance para impedir la celebración de una consulta de este tipo. Pero si por una extraordinaria combinación de los astros el citado referéndum se pudiera verificar, las elecciones de anteayer tienen el valor de ser la indicación más cercana en el tiempo sobre cuál es el estado de ánimo del electorado respecto a los partidos que lo promueven y aquellos que lo rechazan.
De las urnas catalanas ha surgido, por tercera vez consecutiva en cuatro años, una mayoría clara de los partidos proconsulta
Desde este punto de vista, un somero análisis de la votación del domingo pasado muestra, como se ha dicho y repetido desde que se conocieron los resultados, una clara mayoría de los electores que apoyan a los partidos prorreferéndum. En esa mayoría cabe incluir al 23'6% de votantes de ERC, al 21,8% de electores de CiU y al 10,3% de ICV-EUiA, que suman el 55,7% del total de los que acudieron a las urnas. Cierto es que la participación electoral fue baja, no llegó siquiera a la mitad del censo, y que, por lo tanto, es muy probable que se le considerara insuficiente para una decisión de tanta trascendencia como alumbrar un nuevo Estado en el viejo solar ibérico. Y es cierto, también, como es de sobra conocido, que por lo menos en CiU y en ICV-EUiA hay sendos sectores que, siendo partidarios de una consulta de este tipo en Cataluña, no lo son de la creación de un Estado catalán independiente. Lo mismo que el PSC.
Tan verdad como lo anterior es, sin embargo, que de las urnas catalanas ha surgido, por tercera vez consecutiva en cuatro años, una mayoría clara de los partidos proconsulta. Y que los contrarios a ella han retrocedido también claramente. Dos de ellos, el PP y Ciutadans, lo han hecho a pesar de que habían basado gran parte de su campaña, por no decir toda, en presentarse como las únicas fuerzas capaces de impedirla. En su lenguaje, los únicos que podían vencer al separatismo catalán. Los electores no les han hecho mucho caso, en Cataluña. El retroceso de Alicia Sánchez Camacho y la mediocridad del resultado de Albert Rivera en su tierra natal ha sido tan espectacular como el ascenso de ERC. Otra cosa es que, una vez más, la agitación sobre el separatismo catalán haya servido a sus partidos para ganar votos fuera de Cataluña.
Todo esto, a resultas de unas elecciones al Parlamento europeo y la cuestión era si el centroderecha iba a revalidar su mayoría o si las izquierdas podrían hacerles pagar una gestión de la crisis que ha provocado un escandaloso aumento de las desigualdades. Pero lo que ha surgido de las urnas no es una mayoría clara, sino una doble oleada de descontento, una desde el antieuropeísmo conservador y nacionalista y otra desde unas izquierdas, más atomizadas que nunca.
Hay mucha incertidumbre sobre cuál será la resultante política final. De momento en Francia y Grecia, la oposición vencedora ya ha pedido la disolución de las cámaras. En España, la primera víctima ha sido el líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba. Y en Cataluña, los electores han retornado al primer plano al partido de la República catalana con un programa rupturista. Los temores de Adolfo Suárez quizá no fueran tan gratuitos.
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