Desconcierto en la universidad
De las tres misiones que se le adjudican a la universidad, no hay ámbito en que no se produzca una mezcla de rutina y desajuste
Acumulo cuarenta años en la universidad ejerciendo de profesor, y en todos esos años no siente lo de ahora: no sé hacia dónde vamos. Puede consolar que eso mismo le pasa a otras muchas instituciones y organismos que tratan de resituarse en este cambio de época. Pero, el desconcierto en la esfera universitaria es muy perceptible. Veremos si la reciente iniciativa de celebrar el IV Congrés Universitari Català ayuda a avanzar.
Lo cierto es que de las tres misiones que se le adjudican a la universidad, no hay ámbito en que la mezcla de rutina y desajuste no sea evidente. En la docencia, que sería la labor más evidente, la cosa es especialmente grave. Si dejamos de lado el hecho de que a nadie (aparte de los alumnos) parece importarle el que se hagan bien las clases o no, lo cierto es que la obsolescencia en los métodos y en los propios espacios dedicados a la docencia es patente.
El gran esfuerzo realizado en colocar pantallas y proyectores en las aulas, amortiguaron durante un tiempo la crisis del modelo Fray Luis de León. Pero, por mucho power point que se use, resulta cada vez más difícil seguir con la tarima, los bancos y la lógica “uno sabe, los otros no”. Sin duda, muchos docentes están cambiando por su cuenta programas e interacciones con los alumnos. Y se hacen cursos de renovación docente. Pero todo es muy circunstancial, fragmentado y parcial. La rigidez de aulas, horarios, disciplinas y cursos sigue siendo central, convirtiendo en heroicidad cualquier iniciativa transformadora.
Y mientras, fuera todo va a una velocidad de vértigo. La lógica experimental e inductiva, el compartir información y práctica, la dinámica del “hacer para aprender" se van convirtiendo en centrales, pero todo lo tenemos pensado y estructurado para otra dinámica de aprendizaje. En el conjunto del sistema educativo (del que, recordemos, la universidad forma parte), la enseñanza superior y la secundaria son las etapas en las que más desconcierto y menos innovación podemos detectar.
Si nos referimos a la investigación, la cosa es distinta ya que toda la carrera profesional está basada en lo que se consideran sus productos centrales: los artículos en revistas científicas acreditadas y de alto índice de impacto. Pero claro, deberíamos discutir a qué llamamos impacto, sobre todo si consideramos los índices de lectura y de difusión de una buena parte de esos trabajos (http://bit.ly/1oAFDEJ). Y también la validez de los canales para acreditar la calidad de los mismos (ver Declaración de San Francisco: http://am.ascb.org/dora/).
Por otro lado, la dinámica de los problemas a los que nos enfrentamos exige perspectivas integradoras entre disciplinas y áreas de conocimiento (como se pone de relieve en el Programa Horizon 2020 de la UE o en Recercaixa). Pero, nosotros seguimos instalados en la lógica departamental y de disciplina, mirando con recelo a aquellos que se atreven a cruzar fronteras, entrometiéndose en “lo que no es lo suyo”. Y si pensamos en el futuro, las perspectivas de trabajo de investigadores de programas tan selectivos como el Ramón y Cajal o Marie Curie, son desoladoras, sin que iniciativas como ICREA sean poco más que gotas agua para una minoría.
En el campo de la transferencia, el gran énfasis puesto en los trasvases universidad-empresa han tenido resultados desiguales. Hemos convertido en estándar la métrica de valor basada en patentes y recursos obtenidos propia de los campos científicos o de salud, dejando sin valor todo lo que se relacione con transferencia social e innovación conjunta en los campos propios de las ciencias sociales y humanidades. En general, veo más capacidad de explorar e innovar fuera de la universidad que dentro de la misma. La mezcla de corporativismo de una parte de los de dentro y la desconfianza profunda de los que gobiernan el sistema universitario sobre lo que hacemos, están conduciendo a una situación muy preocupante.
Es evidente que la crisis, con su corolario de recortes, congelación de jubilaciones anticipadas y de convocatoria de nuevas plazas, han reducido la capacidad de maniobra de las propias universidades. Con dinero todo fluye y los problemas son menos acuciantes. Pero, las estrecheces económicas no lo explican todo. La falta de dirección conjunta del sistema está provocando iniciativas dispersas (titulaciones a distancia, creación y supresión de titulaciones, cursos de formación profesional, …) solo comprensibles por la combinación de desconcierto y de urgencia. Es probable que todo se haga con la mejor de las intenciones, pero el resultado es poco menos que caótico. Quizás se trata de eso. De que cada uno se busque la vida como pueda. Pero entonces pensemos en serio cómo nos reapropiamos de la universidad y la situamos en esta nueva época en la que estamos inmersos.
]Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política e investigador del IGOP de la UAB.
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