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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cara y alguna cruz de la democracia

La situación de Suárez nunca fue cómoda: la extrema derecha le veía como un traidor y la izquierda como un maniobrero advenedizo

J. Ernesto Ayala-Dip

Adolfo Suárez. Me supo mal que Esquerra Republicana le negara un minuto de silencio a Adolfo Suárez en la cámara de diputados. Este es el tipo de cosas que no hay que hacer nunca en política. No estar a la altura emocional de algunas circunstancias históricas. Como yo no tengo nada que perder ni ganar, voy a expresar lo que siento en esta materia. Recuerdo que vi por televisión (la entonces omnipresente TVE) la sesión de su investidura. También la moción de censura que le infligió el PSOE en 1980 (sin contar la moción de confianza unos meses más tarde), una iniciativa política sin otro propósito que precipitar la caída del primer presidente de la democracia española, digan lo que digan ahora la oposición socialista de entonces.

De Suarez solo puedo decir que siempre sentí por él una especie de simpatía que estaba por encima de cualquier posicionamiento político e ideológico. (Vamos, que me hubiera ido a tomar unas copas y fumar unos pitillos con él). De todas las caras que pululaban por el recinto de la cámara baja, la de Suárez siempre me pareció que era la que irradiaba más autenticidad y convicción.

Nunca le vi esgrimir contra sus oponentes ninguna palabra ofensiva. Su verbo, con ese tono algo trascendental y retórico, poco podía, ya se sabe, contra la labia corrosiva y la mirada rasputiniana que gastaba Alfonso Guerra. Por eso me alegró sobremanera que estos días se haya desvelado que sus famosas palabras acerca de la imposibilidad de impartir clases de química en catalán o vasco, fueran un aporte personal de quien le hizo por entonces la entrevista. Me alegró porque no era su estilo, además de hacerle justicia en una materia tan delicada.

La situación de Adolfo Suárez nunca fue cómoda. En la extrema derecha se le veía como un traidor y en un amplio sector de la izquierda de la época como un maniobrero y advenedizo. Que traicionó los preceptos más recalcitrantemente reaccionarios del régimen, eso fue cierto. Que tuvo que maniobrar para sobrevivir en pos de su proyecto democrático y de reconciliación para España, también. Y que fue un advenedizo, puede ser: tenía algo del porte de héroe fugaz venido de las periferias del poder. Pero además, la prensa tampoco le trató tan bien, por lo menos no tanto como se lo trata ahora que está muerto. Recuerdo una entrevista que le hicieron en la revista Interviú, en el apogeo de su mandato. Había un sector de la prensa (y también de la intelectualidad resabiada de izquierda) que no dejaba escapar la oportunidad de demostrar que Suárez, además de maniobrero y advenedizo, era poco leído tirando a analfabeto. Pues bien, por esa época se puso de moda Henry Miller, que comenzaba a ser traducido en España. Dado el boom henrymilleriano, el entrevistador le pregunta a Suarez si conocía al autor norteamericano. El presidente contesta que sí y el entrevistador, sabiéndose ya dueño de la presa obtenida, le vuelve a preguntar qué libros de todos los que leyó de Miller le gustó más: el gran maniobrero Suárez, probablemente con la misma habilidad y descaro con que legaliza el Partido Comunista un sábado de Gloria, responde: “Todos”.

Se entendió poco por esos procelosos días que España no necesitaba un lector del Trópico de Cáncer, sino, en todo caso, un dirigente que supiese simular, con la misma entrañable naturalidad y osadía con que había ayudado a parir la democracia en nuestro país, que lo había leído.

Las primarias del PSC. Ganaron dos de los cinco candidatos a la alcaldía de Barcelona. El próximo sábado conoceremos quién de los dos, Jaume Collboni o Carme Andrés, se alzará con las primarias. Mientras tanto, Jordi Martí intentó impugnar la cita. Yo no creo que haya que hablar de un pucherazo o algo por el estilo. Pero lo que vi por televisión no me gustó nada. Quedé perplejo cuando vi a ciudadanos asiáticos, mujeres con pañuelo que apenas hablaban castellano (ya no digamos catalán), ignorar el más mínimo dato sobre el candidato que votaban. Miraban a la cámara con un gesto de desconcierto, como diciéndose “vaya, por Dios, en qué lío me he metido”.

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Unas primarias abiertas a todos los ciudadanos pueden crear estas secuencias sospechosas de amaño. Es evidente que cada candidato querrá que lo vote el mayor número de ciudadanos, sean o no inmigrantes, o extracomunitarios, además de los militantes y simpatizantes de su partido. Pero dicho candidato tendrá que poner mucho cuidado a la hora de movilizar a esos votantes. No vale de nada que Collboni haya pedido que se impugnara las mesas sospechosas de irregularidades. Collboni, al margen de toda sospecha, es el responsable en última instancia de que algunas de las personas que acudieron a las urnas a votarlo, no tuvieran ni la más remota idea de quién es. Es decir, no tuvieran ni la más remota idea de a quién votaban ni qué votaban, algo sorprendente teniendo en cuenta que se trataba de unas primarias de candidatos a unas elecciones de proximidad ciudadana como son unos comicios municipales.

J. Ernesto Ayala-Dip es escritor.

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