Llegar en patera, huir en avión
El senegalés Mamadou Dia, residente en Barcelona, cuenta en un libro su decepcionante experiencia en Europa
En la cabeza, un solo objetivo: alcanzar la Europa que les abrirá las puertas al bienestar económico. Pocos sobreviven al viaje en patera, menos consiguen el éxito esperado. Pero sí Mamadou Dia (Senegal, 1983), tras pasar por los rituales de bienvenida en España como son el campo militar en Tenerife, el centro de internamiento en Madrid y el traslado a Castellón. Después la libertad —sin derechos ni papeles— lo ha convertido en un transeúnte invisible. Hasta que no publicó 3052. Persiguiendo un sueño (Punto Rojo, 2012), su autobiografía sobre la peregrinación hacia El Dorado europeo y la decepción al descubrir que no brillaba.
Hoy Dia se siente “un español más”. Domina el castellano a la perfección, vive en Barcelona desde hace casi un año, su libro esta semana llega a la tercera edición y su cara aparece en los medios de comunicación. Pero Dia no olvida ni el sacrificio humano que comporta el viaje, ni el maltrato sufrido una vez pisado el suelo europeo. Ahora, su intención es regresar a África, donde con el dinero recaudado del libro ha creado una ONG, Hahatay, son risas de Gandiol —el pueblo de pescadores donde nació—, un proyecto de cooperación entre Senegal y España donde, además, cuenta la verdad sobre las condiciones de los inmigrantes.
“Me arrepiento del viaje. He conseguido logros, pero… ¿Y la gente que ha muerto durante el trayecto? Unas 500 personas dejaron mi pueblo, más de 200 se quedaron en el mar. La mía fue cuestión de suerte. ¿Pero cuántos licenciados aquí viven en la calle o venden bolsos? No se puede seguir así”, sentencia Dia, que sentado en la playa de Barceloneta mira la inmensidad del mar. Pero el viaje ha dejado su cicatriz: “Hace unos años era difícil mirar el mar, me removía demasiado. Aún hoy no consigo escribir sobre ello”, admite.
Con dos hermanos y 81 personas más viajó a las Canarias hace ocho años
Han pasado ocho años desde que zarpó junto a dos hermanos y 81 personas más con una patera directa hacia las Islas Canarias. Tras cinco días, no quedaba rastro de gasolina y comida. Tampoco de un joven que prefirió tirarse en las olas en vez de seguir atrapado en el cruel balanceo. Pero el socorro llegó, seguido por el campo militar de Tenerife, “los primeros momentos de miseria que viví en mi vida”, declara en 3052, cifra que indica la distancia entre Dakar y Murcia, su primera casa. Pensaba haber superado lo peor. Cuatro años sin permiso de residencia le hicieron cambiar de opinión: “Europa no es una tierra civilizada, el consumismo no encaja con el humanismo. La precaria condición de la juventud actual española no hace más que aumentar mi rechazo al sistema capitalista: Si Europa no salva su propia juventud, ¿Cómo puede salvar la de otro continente?”, reflexiona.
Ahora no tiene duda: “La vida está en África. El futuro está en África. También para los jóvenes europeos”, se ríe. Con su ONG quiere desmontar el mito de El Dorado propagado en Senegal por la televisión francesa y los inmigrantes que vuelven al continente: “Les ruego que no creen falsas apariencias”, explica. Regresan trajeados y cuentan maravillas. “Les recuerdo sus años de aislamiento y pobreza, porque las consecuencias de alimentar el sueño de Europa pueden ser desastrosas”. Muchos ocultan la verdad por orgullo. Otros no regresan por vergüenza: “Las familias venden todo lo que poseen para pagarles el viaje, con la convicción de que volverán con dinero y les sacarán de las dificultades”.
En su ONG cuenta la verdad sobre las condiciones de los inmigrantes
Según Dia, en Senegal los propietarios de los cayucos no son mafiosos: se trata de pescadores arruinados por los inmensos barcos europeos que desde finales de la década de los noventa saquean el fondo marino. Ellos serían “la verdadera mafia”. Abocados a separarse de sus familias e ir hacia el norte de Mauritania para buscar peces, los pescadores notaron la proximidad de las luces de las Islas Canarias. “La ruta hacia España nació porque pronto se quedaron casi todos sin trabajo: entonces decidieron aprovechar sus cayucos organizando los viajes hacia las Islas y recuperar un poco de dinero”, explica. Dia y sus hermanos no tenían el dinero por una plaza —entre 1.000 y 3.000 euros—, pero consiguieron su sitio encontrando otras personas para llenar la patera.
Dia se embarcó con los mismos objetivos que todos. Ahora se da cuenta que no trae de vuelta un potencial económico o material, sino moral. Y que “los héroes son los jóvenes que se han quedado en África y luchan por seguir adelante”. La experiencia ha fortalecido su identidad africana deslumbrando el potencial ético y económico de Senegal, “el país de la Teranga” (hospitalidad). También le hizo comprender que el viaje no merece la pena. Aún menos la vida.
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