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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Etnicistas

Acusan al catalanismo de tener un planteamiento étnico, pero quien busca y cuenta apellidos en Cataluña es la FAES

Ni siquiera puede atribuirse a una reacción defensiva ante el reto soberanista planteado desde Cataluña a lo largo del último año y medio, porque el hecho es muy anterior. Por lo menos a partir del debate en torno al nuevo Estatuto de 2006 —si bien es cierto que la dinámica política iniciada en septiembre de 2012 espoleó la tendencia—, ha alcanzado rango de lugar común describir las demandas catalanas de mayor autogobierno como expresiones de un “nacionalismo étnico”, de un “etnicismo reaccionario”, etcétera.

Han incurrido en este tipo de descalificaciones desde blogueros desconocidos hasta conspicuos catedráticos de distintas ciencias humanas y sociales. Lo han hecho incluso documentos oficiales emanados del aparato del Estado; por ejemplo, el primer informe Margallo, el texto titulado Por la convivencia democrática, con que el palacio de Santa Cruz aleccionó a todos sus representantes diplomáticos en el extranjero, donde se tachaba de “supremacista” (sí, como el Ku Klux Klan) la reivindicación de una Cataluña independiente.

Así las cosas, tuvo mucho mérito el escritor Javier Cercas cuando, en El País Semanal del 2 de febrero, quiso explicar por qué el argumentario unionista acuñado para el País Vasco no funciona en Cataluña, y concluyó: “El nacionalismo de ETA es violento y el catalán no; el nacionalismo de ETA es etnicista y el catalán no”. Subrayarlo tuvo mucho mérito, pero poco eco.

En estas estábamos cuando, el pasado 6 de marzo, la FAES, el think tank del PP —más tank que think, según todos los indicios— organizó en Barcelona un seminario titulado Cataluña en España: historia, cultura e identidad. En el curso de las sesiones —cito de la fuente más autorizada—, “el profesor Félix Ovejero aludió al hecho de que los apellidos más frecuentes en Cataluña no difieren de manera apreciable de los apellidos más frecuentes en el resto de España”. Espoleado por tal afirmación, Miguel Ángel Quintanilla Navarro (director de Publicaciones de la Fundación) se lanzó a verificarla, con el apoyo de los datos que ofrece el Instituto Nacional de Estadística. El resultado de su pesquisa es un pequeño texto electrónico puesto bajo el sugestivo título de ¿Quién vive en Cataluña?

Es etnicismo del más burdo suponer que, si los apellidos más comunes en Barcelona y en Madrid son los mismos, sus portadores deben compartir idénticos sentimientos de adscripción identitaria

Los resultados del trabajo de Quintanilla son concluyentes: de los 10 apellidos más frecuentes en cada una de las cuatro provincias catalanas, 37 son de resonancia castellana o española; en la demarcación de Barcelona, ese top ten que va de García a Ruiz representa el 14,3% de los habitantes; en Tarragona supone el 11,1%... . Más aún: los nombres de familia más abundantes en Cataluña vienen a coincidir en un porcentaje elevadísimo con aquellos que lo son también en el global de España. O sea: la FAES y sus sesudos asesores acaban de descubrir que, entre 1880 y 1980 aproximadamente, Cataluña recibió casi dos millones de inmigrantes procedentes del resto del Estado. No es una primicia pero, de todos modos, ¡enhorabuena!

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Ahora bien, como ni la FAES ni los ponentes de su jornada barcelonesa se dedican al cultivo de la demografía o de la genealogía, cabe suponer que tanto interés por los apellidos es intencionado; que, como insinúa el mismo señor Quintanilla, se trata de contraponer la abundancia de Martínez, López y Rodríguez catalanes con “el ruido de fondo identitario y secesionista que enrarece nuestra vida política”. Y es ahí, justamente, donde la FAES y sus colaboradores se precipitan por la pendiente del etnicismo.

En efecto, es etnicismo del más burdo suponer que, si los apellidos más comunes en Barcelona y en Madrid son los mismos, sus portadores deben compartir idénticos sentimientos de adscripción identitaria; que un Sánchez, un Pérez o un Gómez arraigados en Cataluña deben sentirse prioritariamente españoles, y dejar el independentismo para los Puig de la Bellacasa y otros descendientes en línea directa de Guifré el Pilós.

Por si esta teoría de los apellidos —¿o deberíamos llamarla “de los españoles étnicos”, al modo de los Volksdeutsche? —no resultara en sí misma impresentable, la historia contemporánea nos ofrece ejemplos numerosos de gentes llamadas González, Carrasco o Martínez que arriesgaron y hasta perdieron la vida por dotar a Cataluña de la máxima libertad nacional; y de otras apellidadas Sala Argemí, o Valls Taberner, o Bau Nolla que trabajaron con fervor por mantenerla bien española.

O sea que, tras varias semanas discutiendo acaloradamente quién juega aquí el papel del nuevo Gobierno de Kiev, quién hace de Crimea, etcétera, de momento ya hemos averiguado que la FAES adopta las tesis de la Rusia de Putin: quienes poseen apellidos de origen ruso, quienes tienen el ruso como lengua materna, son rusos; por tanto, el territorio donde tales personas viven en un porcentaje más o menos elevado es Rusia o, en todo caso, resulta susceptible de ser anexionado a Rusia, sin que sea aceptable su pertenencia a otro Estado soberano.

¿Que exagero? Bueno, de momento ya hay quien ha sugerido que, en el hemiciclo parlamentario de la Ciutadella, debería haber más diputados que se llamen Martínez, López o Sánchez. Eso, ¿no es etnicismo?

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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