Ser mujer (a pesar del señor Gallardón)
En pleno siglo XXI, el ministro quiere dominar el útero y el aparato reproductor de las mujeres
Ser mujer es ante todo, sobre todo, contra todo estar en segunda fila. Si estás en segunda fila eres menos importante, las condiciones sociales pesan menos sobre ti (¡Ah, los pobres primogénitos varones hijos de familia con más o menos alcurnia!) y puedes, desde la distancia y sin llamar la atención, otear mejor el horizonte, como los pájaros, y ver con más libertad lo que está a tu alrededor. Entonces te das cuenta mejor de las cosas, las ves y las intuyes más y quizás también las sientes más. ¿Sentirlas más? Sí, es posible. Las plañideras fueron siempre mujeres porque podían expresar mejor sus sentimientos.
Las sibilas eran mujeres, seres semidivinos que los atenienses veneraban: creían que podían predecír el futuro y según ellos habitaban en el monte Ida, cerca de Troya. En el mundo romano eran el oráculo oficial e incluso los primeros cristianos las interpretaban, a su manera, como la venida de Cristo, el juicio final y el fin del mundo.
En la antigüedad, según la sabiduría masculina, las mujeres no tenían alma (aunque ellas sabían que sí), y en tiempos no tan lejanos, incluso ahora, en algunos países las matan o queman en la hoguera cuando muere el marido, quizás porque ellos creen que ya no sirven para nada, o porque ese acto significa fidelidad eterna (¿). También, y eso lo conocemos todos muy bien, en algunos países de Oriente Medio, después de una violación son repudiadas y rechazadas por la sociedad, y pueden llegar incluso a morir, ya que la culpa la tienen ellas por incitar a los hombres.
Las mujeres de África, cimbreando sus ágiles cuerpos con los cántaros sobre la cabeza -el garbo las caracteriza- van a por agua a los pozos, que a menudo se encuentran lejos, y este trabajo viene a sumarse al del hogar. En Japón, las geisas cumplen en todo el deseo masculino, igual que las prostitutas de todo el mundo.
En fin, a lo largo de la historia y según épocas y países, han sido más o menos vilipendiadas. Por poner algunos ejemplos próximos a nuestra cultura, Juana de Arco murió en la hoguera en Francia y, en fechas mucho más recientes, hace apenas 100 años, la bella escultora Camille Claudel, alumna y amante del célebre y por todos admirado escultor Auguste Rodin, murió encerrada en un manicomio en1946, pues él envidió su talento y no pudo soportarlo, lo tergiversó y anuló su existencia.
Las mujeres también pueden tener con frecuencia “furor uterino”, término que el diccionario de Julio Casares define como una perturbación femenina genital, un deseo insaciable de entregarse a la cópula. Ellas, sin embargo, lo interpretan como saber amar y ser ardorosas. Como todo comentario, solo vale la pena decir que no hay término equivalente masculino.
Las mujeres han sido también consideradas como charlatanas, fisgonas, brujas y hechiceras. Es decir, visto desde la óptica femenina, hablan y se comunican con facilidad, miran y se interesan por las cosas y dejan libremente volar la imaginación.
Hay muchísima literatura misógina. No le hagan caso. Se puede leer aunque es bastante aburrida. Y ellas se preguntan ¿Qué contactos y vivencias tuvo este autor durante su infancia? ¿Cómo fue tratado por sus padres durante ella? ¿Qué representaba su madre para su padre: este la quería de verdad, en su esencia y con su personalidad, o la consideraba sobre todo o solamente como madre de sus hijos y ama del hogar, y todo lo demás constituía su vida privada de la que ella era marginada?
Pero no terminaríamos nunca sobre estas historias de dominación del hombre sobre la mujer. Basta con recordar los tristes, terribles y numerosos casos actuales de violencia de género dados en nuestro país.
Ahora mismo, en pleno siglo XXI, el ministro de Justicia Gallardón quiere dominar el útero y el aparato reproductor de las mujeres. Es como si de repente se hubiera convertido en un travesti ¿Por qué se ha puesto a pontificar sobre cosas que él desconoce con leyes que pueden causar tanto daño? ¿Volveremos de nuevo a castigar bárbaramente a las mujeres cuya cultura reproductiva no es amplia? ¿También a las violadas? Que no lo dude el señor ministro, pero aparecerán de nuevo esas prácticas clandestinas del aborto en pésimas condiciones higiénicas y con riesgo de perder la vida, y volverán a irse las mujeres con suficiente dinero a otros países, lo cual es socialmente injusto pero inevitable. ¿Qué pretende Gallardón y, sobre todo, quien es él para mandar sobre el cuerpo de las mujeres? ¿Qué poder tiene él, como no sea el de la fuerza política (poder totalmente circunstancial y efímero aunque en su caso dañino), para imponer a las mujeres este retroceso histórico? Es la propia mujer la que tiene derecho sobre su propio cuerpo. Ya no estamos en la edad media con el derecho de pernada.
Señor ministro, con todos los respetos, como buen misógino que inevitablemente demuestra ser ¿cémo se atreve a hablar desde su ministerio? Ah, ya comprendo, usted no tiene nada que ver con la sanidad pública y parece no demasiado interesado en ella.
Y, de nuevo con todos los respetos, ¿Cómo fue su infancia, señor ministro?
Trini Simó es historiadora del Arte
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