Llévame al huerto
El Ayuntamiento ultima la legalización de cultivos urbanos que ocupan solares abandonados. Algunos hortelanos no ven con buenos ojos la operación
Todo empezó con un taller y una encuesta. “¿Qué harían ustedes con este solar?”. En un espacio intramuros de propiedad municipal en la calle del Doctor Fourquet, en el barrio de Lavapiés, los hierbajos y la basura se acumulaban desde hacía décadas. Los vecinos que asistieron a aquel taller de Urbanismo en 2009 preguntaron a otros. El barrio se implicó en la iniciativa. Unos querían dedicar el solar a un teatro, otros a un jardín, otros a un huerto... El proyecto definitivo se cerró en apenas 24 horas, pero todo quedó en papel.
Sin embargo, unos días más tarde, algunos vecinos volvieron al solar, rompieron el candado, okuparon el espacio y empezaron a hacerlo realidad. Aquí el huerto, allí el teatro, allá el jardín... Ocho meses después, las piquetas municipales lo echaron todo abajo.
“Así nació Esta es una plaza”. Sentado junto al invernadero, Alberto Peralta recuerda el origen del huerto urbano de Lavapiés. Los vecinos volvieron al solar cuando se fue la piqueta. Plantaron tabaco, verduras y un níspero. Acondicionaron el teatro, levantaron un jardín vertical, hicieron una escultura con figuras de colores entre paredes cubiertas de murales gigantes.
Y firmaron un convenio de cesión con el Ayuntamiento que alejó el riesgo de expulsión. Expira el año que viene. Para entonces, puede que el huerto sea definitivamente legal.
En los últimos años han proliferado en Madrid decenas de huertos autogestionados, nacidos al calor del 15-M y de la revitalización del movimiento vecinal. Su origen es similar: un grupo de vecinos busca un solar en desuso y empieza a plantar semillas. El Ayuntamiento ultima ahora un plan que prevé impulsar y regularizar a partir de marzo alrededor de una veintena de estos proyectos ecológicos (previsiblemente, uno en cada uno de los 21 distritos).
Hace tres años que el área de Medio Ambiente, dirigida por Diego Sanjuanbenito, negocia con la Federación de Asociaciones de Vecinos (FRAVM) para introducir en los cauces municipales la miriada de iniciativas surgidas espontáneamente, que han cristalizado particularmente en la red de 40 huertos urbanos comunitarios de Madrid.
El camino para llegar a un acuerdo no ha sido fácil. Los huertos han proliferado en zonas de propiedad municipal, en la mayoría de los casos solares en desuso reservados a parques o equipamientos públicos. El área de Medio Ambiente planea mantener la mayoría de los que se encuentran sobre zonas verdes, y trasladar el resto a otras parcelas. Los responsables municipales han evitado concretar el futuro de los huertos ya en funcionamiento, entre los que se encuentra una veintena de localizaciones que la FRAVM les envió para empezar a negociar.
Medio Ambiente cederá el uso de estas parcelas a las entidades ciudadanas sin ánimo de lucro que presenten el proyecto mejor valorado por los responsables municipales. Deberán redactar una memoria anual y comprometerse a cumplir un código de buenas prácticas. A cambio, se les cederá el terreno por cuatro o cinco años.
Este plan ha costado muchas reuniones con los vecinos, aún despierta algunos recelos. En el huerto de Lavapiés, que no está en el listado elaborado por la FRAVM, no terminan de verlo claro. Hay vecinos que ven bien “jugar el partido desde dentro”. Otros temen que la supervisión municipal quite espontaneidad a un lugar autogestionado que nació de espaldas a las instituciones. Si necesitan dinero, organizan comidas populares, como la fabada para 150 personas que prepararon hace unos días. Hay medio centenar de llaves que guardan otros tantos vecinos para abrir una cancela que se cierra cada noche.
“El miedo de los hortelanos es normal. Los ayuntamientos nunca han sido muy proclives a ceder espacios de autonomía a los vecinos”, explica José Luis Fernández Casadevante, responsable de huertos de la FRAVM. “La desconfianza es recíproca, y desactivar esos miedos es lo que nos ha llevado tanto tiempo de negociación”, añade. Fernández Casadevante defiende que todo puede salir bien en la medida en que “se respete” la idiosincrasia de cada espacio.
“No queremos que nos conviertan en huertos Ikea”. En lo alto de una loma de Batán, Irene Prins limpia las hojas de los bancales y planta habas. Pisa la tierra mojada con sus botas moradas y coge la azada como si no hubiera hecho otra cosa en su vida. Esta holandesa de 53 años, secretaria de profesión, fue quien planteó la iniciativa en su barrio en mayo de 2012. “Había visto este trocito y pensé que se podía hacer algo aquí”. El trocito es una extensión de terreno de varios centenares de metros, pegada a un campo de fútbol y con una treintena de bancales cercados por palés reutilizados. Se pusieron manos a la obra.
Hay gente de todas las edades. “Ella es la jefa y yo el guardián”, ríe Emilio López. Este veterano, de 77 años, despliega la energía de un chaval a la hora de subir la cuesta y cargar con las herramientas. Pasa por la huerta casi a diario. Llama “alhaja” a todo el mundo, intercala frases en inglés porque pasó parte de la juventud trabajando fuera de España, y es un pozo de sabiduría pegada al terreno. “Mi padre me enseñó a plantar en el pueblo, ahora soy yo el que enseña”. De su pueblo, Casarrubios del Monte (Toledo), trae semillas y árboles. Las semillas fluyen de un huerto a otro de la red urbana. López ofrece plantas de fresas y habas secas al visitante. No para un segundo quieto y consulta todo el tiempo a “la jefa”, que sigue abriendo agujeros en la tierra.
“La legalización me preocupa”, reflexiona la holandesa. “El Ayuntamiento quiere domesticar algo libre y salvaje”. La propuesta municipal contempla una infraestructura básica para cada espacio: una arqueta de toma de agua conectada al Canal de Isabel II; un panel informativo; y una caseta prefabricada para guardar aperos. En la mayoría de los casos, las casetas se han hecho con material reciclado. Y no siempre hay carteles. Además, la tierra será limpiada y acondicionada para el cultivo, y se suministrarán los sustratos para la primera plantación.
Irene Prins participó previamente en un huerto de Alcorcón donde dice que los problemas llegaron con las condiciones municipales. “Usábamos abono natural, excrementos de cabra, y no les parecía bien. Ese fue el principio del fin”, relata.
El Ayuntamiento de Madrid ofrece también cerrar los recintos, con vallas de distintos tamaños que serán opcionales. La holandesa prefiere que no existan, aunque les roben los frutos. Al otro lado de la reja del campo de fútbol hay dos sofás donde duerme un mendigo. “Yo no quiero cerrarle el paso, él también es un vecino”. Si un grupo de chavales viene a robar, prosigue, “la pregunta es por qué roban y cómo les podemos ayudar”, añade.
En el huerto de Adelfas, en el distrito de Retiro, también ha desaparecido alguna que otra lechuga. Las hortalizas crecen sobre una vieja escombrera pegada al muro de las vías del tren.
Manu Muñoz (31 años), Guillermo Ferrer (25) y Héctor Olmeda(25) pertenecen a una generación más joven de hortelanos. Hicieron piña compartiendo cosechas. “Llevo 30 años viviendo aquí y nunca había hecho amigos en el barrio hasta ahora”, dice Manu mientras despliegan el riego por goteo. Aseguran que ya se han sumado adolescentes del vecindario “que usan el sitio como parque y quieren ayudar”. A los niños que acudieron en una visita escolar les regalaron guisantes frescos: “Son las chucherías del huerto”.
Un código de buenas prácticas
El código de buenas prácticas elaborado por el Ayuntamiento al que los responsables de los huertos deberán adherirse “aconseja” una serie de medidas para el cultivo de hortalizas y flores: realizar una “agricultura ecológica” (está expresamente prohibido emplear semillas transgénicas, herbicidas o fertilizantes químicos); usar agua del Canal de Isabel II (o, excepcionalmente, de pozos subterráneos); e instalar una red de riego con ciertos requisitos que podrán ser supervisados por técnicos municipales.
No podrá plantarse césped o especies que requieran de mucha agua. Estará prohibido quemar rastrojos (los residuos vegetales deben compostarse en el huerto); y el Ayuntamiento no se hará responsable de posibles daños por vandalismo o fenómenos meteorológicos. No estará permitido contratar a personal para cuidar del huerto; acumular material, construir estructuras fijas, colocar mobiliario o pernoctar; ni criar o mantener animales (excepto los de compañía que estén allí “de forma eventual”).
El responsable de huertos de la Federación de Asociaciones de Vecinos, José Luis Fernández Casadevante, ha alabado el texto elaborado por los técnicos municipales a partir de “un conocimiento bastante directo de la realidad de los huertos”. “Llevan tres años empapándose de las cosas, tratan de adaptarse a la particularidad de estos proyectos diseñados y mantenidos por los vecinos”, añade. “El borrador anterior del código de buenas practicas era un despropósito absoluto, que incluso prohibía plantar flores. Era muy regulador y fiscalizador, el texto actual da un margen más flexible para que lo asuman las asociaciones”, concluye.
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