Camilleri llora a Montalbán
El escritor siciliano homenajea a su añorado amigo con un emotivo discurso al recibir el premio Pepe Carvalho
“Con 88 años cumplidos y los aplausos, simpatía y calidez que me dispensan hay que ser muy fuerte para no caer en la más grande emotividad; hace años que no me muevo de casa ni salgo de Italia, pero a Barcelona tenía que venir porque quería dar las gracias personalmente, responder a este calor de la amistad suyo”. Pero Andrea Camilleri no pudo resistir: lloró. Una lágrima sentida, cuando rescató de la memoria la mañana en que le llegó la muerte de su amigo Manuel Vázquez Montalbán, le obligó, con pudor, a sacarse las gafas y secársela con un pañuelo en pleno Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona, donde recibió anoche el IX premio Pepe Carvalho, en el marco del encuentro literario BCNegra.
Tres salas gigantescas requirió el consistorio para dar cabida a los que acudieron al acto para ver al “máximo exponente de la novela negra mediterránea”, como le definió el concejal de Cultura Jaume Ciurana. Acompañado de su asistenta —tan bella como tajante al impedir autógrafos o efusivos acercamientos de fans a su tutelado—, el creador del popularísimo comisario Salvo Montalbano lo tenía todo muy pensado: “Quiero hablar de mi amigo Manuel Vázquez Montalbán; y espero que me perdonen porque no lo haré con palabras pomposas”.
No, no lo hizo; utilizó las que le salieron del corazón, las que hoy le convocan a un colega “siempre sonriente, con gracia e ironía a raudales”. El origen de la amistad tiene fecha y circunstancia: principios de la década de los 80, cuando leyó la primera novela del catalán, Asesinato en el comité central. “Me entusiasmé; era mi ideal de novela negra, que entonces nunca imaginé que practicaría. ¿Por qué me gustó tanto? Porque el enigma detectivesco estaba a la altura del retrato de una sociedad examinada críticamente”. La influencia volvió años después, cuando en 1993 Camilleri ultimaba una novela histórica (La ópera de Vigata), “aburridísima, un monstruo, peor cuanto más la tocaba; cuando la iba a tirar, leí su El pianista y entendí mi error: debía alterar el tiempo del discurso narrativo; fue una iluminación”. Su gratitud se tradujo, un año después, en el nombre del comisario del que pergeñaba entonces su debut con La forma del agua: Montalbano.
“Me sentí como si se hubiera muerto un hermano pequeño”, evocó
El encuentro físico se produjo en 1998, cuando el entonces dirigente del Partido Comunista Italiano, Massimo D’Alema, les invitó a un encuentro en la Festa de la Unità. “Nos hicimos cómplices enseguida, nos entendimos con los ojos, a la siciliana”. Total sintonía, aunque Camilleri le llevara 14 años. “Amigo es una palabra muy grande pero creo que lo fuimos, queríamos conocernos como seres humanos; él tenía más experiencia que yo en algunas cosas y al revés”. Y así “compartimos miedos, errores, de los que nos compensábamos mutuamente; no hablábamos de literatura pero nos planteamos hacer un libro a cuatro manos, pero él dijo: ‘Si seguimos profundizando en nuestra amistad no lo escribiremos nunca’... Y así fue”, evocó cada vez más emocionado y entrecortado el italiano.
Una mañana el escritor siciliano leyó lo del fallecimiento de Vázquez Montalbán en Bangkok. “Era un día muy luminoso, pero a mí se me nubló de golpe; me encerré en el estudio y lloré como sólo se puede llorar cuando se ha muerto un hermano pequeño”. Dos horas después, el caprichoso azar le trajo un paquete a casa: una edición italiana de Happy end. “Mensaje recibido”, finalizó.
Camilleri salió del Saló de Cent entre aplausos y por el estrecho pasillo que le dejó el público, pero lo hizo abatido, con un cansancio que le cayó de golpe, muy lejos de la imagen que apenas tres horas antes había dado en una conferencia de prensa multitudinaria donde se mostró irónico, divertido y sicilianamente gesticulador; pero eso sí, un poco encorvado y lento al andar, si bien nadie le quitó ni su cafetito ni su cigarrillo, feliz por el encuentro que había podido mantener con la viuda y el hijo de Vázquez Montalbán.
“Montalbano nació en 1950, pero se siente más viejo de la edad que tiene; además, toda la vida ha tenido la sensación de estar rodeado de imbéciles, que es lo que son el 90% de asesinos, y pero tiene el pavor de los pensionistas: no se ve paseando por el parque el perro de Lívia; y tampoco quiere acabar en una silla, melancólico, con una manta encima”, dijo a los periodistas el prolífico autor (74 libros, 25 montalbanos), quizá pensando más en tranquilizar a unos fans con los que hoy (16.30 horas) se encontrará en la sala Barts de Barcelona.
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