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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Innovación social y cambio tecnológico

Solucionar problemas a la gente no tiene por qué implicar el reducir sus capacidades de decisión y disidencia

Joan Subirats

La irrupción de la tecnología en nuestras vidas es espectacular. Se notó primero en la producción o en las vías o medios de información y comunicación, pero ahora Internet entra en las cosas que nos rodean, en cómo nos movemos, en las cosas que vestimos, en nuestra alimentación o en el ejercicio físico. La rapidez con que los sensores penetran en nuestra cotidianeidad es espectacular. No es extraño que detrás de esa avalancha de posibilidades, muchas industrias y empresas vean grandes posibilidades de negocio, planteando propuestas de solución a problemas que hasta ahora requieren personas, horas, desplazamientos..., salarios. Las ventajas parecen evidentes. Si sales de casa con el auto y el sistema de navegación te guía por donde no hay atascos, ganas tiempo. Si además, evita accidentes cuando te despistes, mejor. ¿Para qué enviar el camión a recoger las basuras de un contenedor si aún no ha llegado a llenarse? ¿No es increíble que cuando llegues a un supermercado que no conoces, sea el móvil el que te indique dónde están los productos que el sistema sabe que te gustan y que no engordan? Los sensores podrán ser capaces de recoger tus emociones ante lo que veas en la pantalla y orientarán mejor tus búsquedas. Ganarás tiempo. ¿Eso es todo?

El lunes pasado, Evgeny Morozov abrió el ciclo que organiza el CCCB, Ciudad abierta. Morozov, con apenas 30 años, se ha ganado un lugar destacado en el debate sobre Internet y sus impactos, desde una posición que resumiríamos como problematizadora y vigilante. Su conferencia fue un alegato contra la aparente ingenuidad y neutralidad de los avances que la industria tecnológica promete. El solucionismo que sirve para vender tecnología, esconde falta de debate sobre la definición de los problemas que dice querer resolver. Y, por otra parte, tiende a situar la solución a problemas colectivos y estructurales en manos de kits tecnológicos que los ponen en nuestras manos. La obesidad es un problema individual, ya que tienes a mano toda la información sobre lo que ingieres y sus efectos. Si no haces ejercicio, una aplicación te lo advierte. Luego no te quejes. Las condiciones de vida de cada quién no computan. La receta sería más tecnología, menos ciudadanos. Puede argumentarse que esa es una visión simplificadora y sesgada, pero es indudable que la pulsión puramente tecnológica conecta bien con las dinámicas de retirada de los poderes públicos ante problemas colectivos (Big Society de Cameron, Sociedad participativa de Holanda,…) y con la alegría emprendedora que tratan de inculcarnos desde todas partes. En esa lógica puede caer la perspectiva de Smart Cities que el Ayuntamiento de Barcelona quiere impulsar y liderar. El planteamiento más divulgado es básicamente eficientista (menos costes, mejores resultados), pero sin que a menudo ello permita la redefinición del problema de fondo. ¿Se trata de mejorar el sistema de recogida de residuos o de reducir su generación? La respuesta lógica sería las dos cosas. Pero, hasta ahora hemos visto más soluciones tecnológicas e interés empresarial en lo primero que en lo segundo. Los ciberpesimistas apuntan a los peligros de control y segmentación que se esconde tras la gran revolución del Internet de las cosas. En seguida aparece Orwell o se acuerda uno de las distopías de Black Mirror. Lo cierto es que las noticias que nos ha trasladado Snowden no son alentadoras. Pero, al mismo tiempo, Snowden ha conseguido que tomemos conciencia de ello usando ese mismo escenario tecnológico. Esa es la ambivalencia del momento. Las grandes potencialidades del Big Data y sus adyacentes peligros de control y profiling. Lo que es indudable es que la información, los datos, nuestros datos, tienen valor. Y todo lo que tiene valor puede ser negocio.

No podemos hablar de innovación tecnológica, de innovación social, sin referirnos a las condiciones de vida de la gente y los conflictos de poder que encierran. Solucionar problemas a la gente no tiene por qué implicar el reducir sus capacidades de decisión y de disidencia. Sabemos que toda gran transformación tecnológica encierra tantas oportunidades como riesgos. Hemos visto de cerca la capacidad de movilización, hackeo e innovación que Internet y las redes sociales permiten. Podemos pues imaginar un nuevo protagonismo cívico, una inteligencia colectiva y horizontal que entra en conflicto con la visión delegativa y clientelar en la que la lógica institucional y jerárquica acostumbra a situar las relaciones entre instituciones y ciudadanía. Vemos viejas y nuevas experiencias comunitarias que pueden ser embriones de nueva institucionalidad, espacios de apropiación e innovación social. Y en ese escenario, el cambio tecnológico es ya de gran ayuda. Pero, no dejemos de politizar y problematizar algo que no tiene nada de neutral ni aséptico.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política e investigador del IGOP de la UAB.

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