Guerras y posguerras
Sobre la evocación de la caída de Barcelona y el homenaje al general Yagüe que se prepara en Burgos
La boca cerrada y los ojos tapados respecto del franquismo que domina el saber general, en particular de los jóvenes, producen desazón. En el 75 aniversario del final de la guerra, del exilio republicano y del inicio de una posguerra muy larga, las rememoraciones en los medios dejan traslucir lo que no se ha querido saber ni querido explicar. Algunos historiadores han hecho su trabajo, pero la Propaganda de la Transición (ya no llamo Cultura a eso) hizo todavía mucho mejor el suyo, copar los canales de difusión. En realidad poco sabemos de la dictadura.
La caída de Barcelona evocada estos días se traduce en impresiones y relatos a medias, rememoraciones de testigos que entonces eran niños. Sus ancestros se llevaron la experiencia a la tumba, y ahora no es fácil saber quién resistió. Confieso que he conocido a más de un resistente interior, y eso que no nací aquí. Alguien ha escrito en este periódico que la ciudad entera, la Cataluña unánime, salió a recibir a los vencedores por la Diagonal. No quienes serían mi familia y amigos. Las fotos de Brangulí y de Pérez de Rozas muestran a barceloneses aclamando a Franco con brío y, aunque ciertas, son también imágenes pendientes del hilo del miedo y la censura. Claro que hubo quien se alegró, los catalanes que ayudaron a Franco a bombardear la ciudad en 1937 y 1938, los espías de Franco estudiados por Xavier Montanyà, y tantas gentes de derechas. Y las gentes hambrientas, que confiaban en la guerra terminada. Pero, ¿terminó?
Leo en La Vanguardia los recuerdos del señor Ángel Bello, que el 26 de enero de 1939 tenía seis años. Había, dice, personas encargadas de controlar la falta de entusiasmo entre el público. Un vecino, cuenta, le urgió a levantar más el brazo, que el niño se había fracturado un año antes. Y se alza de la mesa y le demuestra al periodista que no puede aún levantarlo. Un gesto antiguo, inconsciente.
En Barcelona los vencedores fusilaron a 1.734 presos, hombres jóvenes, en Montjuïc y en el (ahora sepultado por el Fòrum) Camp de la Bota, entre 1939 y 1952. Otros prisioneros siguieron durante años en las cárceles. ¿Unánime Cataluña? Las cifras no se conocen todavía (¡!) pero se calcula que los exiliados fueron unos 100.000. Si el exilio cultural y político fue devastador, las gentes comunes que en mitad de su vida, en su vejez, en sus primeros años tuvieron que salir a la intemperie fueron, también, el capital humano que faltó luego tanto como la emigración actual de jóvenes faltará. Si el exilio del 39 tuvo la compensación para algunos de vivir en libertad, para muchos fue un trago más que duro. También para los que lograron regresar.
En Barcelona los vencedores fusilaron a 1.734 presos, hombres jóvenes, en Montjuïc y en el Camp de la Bota entre 1939 y 1952
Los que se quedaron, no todos lo hicieron a gusto, que indicativo tener que recordarlo. La semana que viene, Club Editor rescatará el libro testimonio Rua de captius, de Francesc Grau i Viader (1920-1997), soldado de la quinta del biberón, descatalogado desde su primera edición de 1981. Lo dedicó, traduzco, “a mis hijos, quienes, faltos de información como tanta gente de su edad, me han preguntado diversas veces cómo eran los campos de concentración españoles”. El libro sigue fresco como el primer día, pocos han querido saber qué cuenta.
Grau i Viader conoció los campos de Logroño y de Miranda de Ebro. Apelando a las palabras del papa Woytila en Auschwitz, suma campos franquistas y campos nazis. Pero a diferencia de los nazis, los campos franquistas no son ahora lugares de memoria. Un lugar de memoria no es un lugar de resentimiento histórico sino de educación cívica. Pero no hay manera, a pesar de estar los campos franquistas documentados por historiadores y visualmente identificados por la fotógrafa Ana Teresa Ortega. Sin asunción del pasado, ¿cómo pueden evaluar unos ciudadanos, la gran mayoría de los cuales no votaron la Constitución porque todavía no habían nacido, el panorama político actual? La contrarreforma legal, el cisma entre Cataluña y España, la crisis económica que es también una grave crisis democrática.
Pero peor que no aceptar los lugares de memoria, peor incluso que alterar la historia, es renovar la propaganda del fascismo. Las tropas franquistas entraron en Barcelona al mando del general Yagüe, el carnicero de Badajozde la masacre en su plaza de toros en agosto de 1936 (que, como otros crimenes de la Guerra, no será investigada por decisión de la Audiencia Nacional). Imagino el terror al verlo entrar por la Diagonal. Es el mismo general Yagüe al que, Burgos, la primera capital franquista y ciudad en la que murió en 1952, prepara un homenaje titulado: Un hombre y el resurgir de Burgos. Lleva las riendas su hija, María Eugenia Yagüe Martínez del Campo, que, a diferencia de los hijos de Grau i Viader, sabe bien desde siempre lo que hizo su padre.
Si otro Gamonal no lo remedia, tendremos en Burgos un homenaje al carnicero de Badajoz y de Barcelona para celebrar la primavera.
¿Terminó la guerra en 1939 y la posguerra en 1975?
Mercè Ibarz es escritora
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.