Los topos y la primavera
No ha de extrañarnos que, en adelante, se filtren noticias y se descubran o documenten episodios más enjundiosos que los menús y bodega de Presidencia
Ciertas informaciones divulgadas esta semana nos han ilustrado acerca de la intendencia al uso en el Palau de la Generalitat y, la verdad sea dicha, a la vista de las cifras que se anotan no parece que se derroche en caprichos y opíparos banquetes. Muy al contrario, los víveres y licores que se adquieren para nuestros dignatarios, su importe y los gustos culinarios podríamos afirmar que coinciden con la cesta de la compra de un ama de casa que administra con cuido el presupuesto doméstico. Incluso resulta llamativa la inclinación por el cocido, un guiso nutricio y económico que quizá un día sea rememorado como l’olla de presidència, tal cual los veteranos del lugar evocan todavía los bocatas de atún y olivas rellenas de aquel otro molt honorableaustero que fue Joan Lerma. De Eduardo Zaplana y Francisco Camps no se sabe con qué ni por cuánto equiparon la despensa presidencial. Sus prodigalidades, a menudo, fastuosas, no son equiparables con estas menudencias.
Pero el interés de estas noticias no ha residido principalmente en las preferencias gastronómicas palaciegas —aunque su pizca de morbo ya tiene la cosa— como en la forma que han trascendido estos y otros hechos que se vienen considerando privados, aun cuando se desarrollan en el marco de la vida pública pagada con los dineros de los contribuyentes. La opacidad y el secretismo, como es harto sabido, son y han sido unos de los rasgos definitorios de los sucesivos gobiernos populares que han ejercido el poder con mentalidad de amo prepotente antes que como un administrador en tránsito. De ahí que se celebre como plausible y hasta necesaria la figura del topo o infiltrado en las crujías oficiales que ocasionalmente tira de la manta y revela lo que el poder esconde, las más de las veces por mera inercia o estupidez. Otras porque el asunto, desmesurado, era de juzgado de guardia.
Al caso viene señalar que esta figura raramente se ha prodigado a lo largo de los 23 años de hegemonía pepera. En buena parte, años de vino y de rosas, de contento general entre sus beneficiarios, a quienes convenía el silencio, la ceguera o la complicidad. Ha sido una norma de comportamiento por parte de las huestes gobernantes y las proclives. Unas y otras han cerrado filas y hecho oídos sordos a los escándalos que se cocían, ya fuera en forma de despilfarro o de despojo. Tan solo algunos pocos, amparados por el anonimato y ya cuando era evidente el desmoronamiento del PP, eran capaces de reconocer los estragos que se venían cometiendo. La aparición del topo y del infiltrado en estos momentos responde a la fase final del proceso de descomposición que destruye al PP por estos pagos valencianos. No ha de extrañarnos que, en adelante, se filtren noticias y se descubran o documenten episodios más enjundiosos que los menús y bodega de Presidencia. Estos topos y sus filtraciones anuncian el cambio como las golondrinas la primavera.
El presidente Alberto Fabra dice que hay una persecución contra la Generalitat y especialmente contra algunas personas señaladas por “cuestiones menores”. Pues puede ser. Pero ha de comprender que los dedos se nos tornen huéspedes en punto a la administración de los dineros públicos por parte de los políticos con mando en plaza. Tantos años de dilapidación han avivado las susceptibilidades, casi a diario abonadas por las revelaciones de los arrepentidos, resentidos, procesados o meramente cívicos.
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