Esa voz que fluye serena
La cantante gerundense agranda el alcance de su eclecticismo con un espectáculo en el que le arropa un quinteto de cuerda
Sandalias y vestido rojos. La melena, alternativamente recogida o suelta. La belleza serena de quien, a los 30 años, ha pisado tantos escenarios que no se deja intimidar fácilmente por ninguna tarima, ni siquiera la del solemne Auditorio Nacional. Sílvia Pérez Puig reúne el coraje suficiente para estrenar espectáculo (‘Entre cuerdas’) en un marco de postín y abrirlo en solitario, a pecho descubierto, con la pieza central de Blancanieves. La encadena con una tonada tradicional gallega, Meu meniño, sin que el tránsito del Levante al noroeste le suponga el menor esfuerzo. Y así, con una naturalidad pasmosa, transcurrirán los acontecimientos durante toda la noche: combinando piezas ajenas y propias, de nuestros mares o de la orilla hermana, en castellano o catalán. Aquí no se dirimen porcentajes: el único índice que cotiza es el da la emoción.
Impresiona lo lejos que ha llegado Sílvia a tan temprana edad y enternece el desparpajo pudoroso con el que asume las ovaciones en la sala de cámara, anoche nada circunspecta. La gerundense posee una voz magnética desde el pianísimo y nunca incurre en la tentación del desafuero. Enemiga del artificio o la exhibición vacua, asombra, en cambio, su capacidad para introducir giros y matices en cada verso, como si ella misma se dejara sorprender por su propia inspiración. El quinteto de cuerda, ya al completo con la venezolana Tonada de luna llena, la arropa con unos arreglos de trazo fino y espíritu igualmente plural: en cuatro minutos concurren diabluras en pizzicato’ pasajes planeantes y exaltación rítmica.
Son esas partituras, a menudo firmadas por Javier Galiana de la Rosa, las que confieren su singularidad a un recital en el que lo popular y lo culto olvidan tantas décadas de reticencias y abrazan la causa común de esa voz que fluye serena. Porque las cuerdas acentúan, colorean y a menudo sorprenden por su contemporaneidad, pero siempre dejan espacio para que la protagonista caracolee a su antojo en el arte del melisma. Solo en ‘Por tu amor me duele el aire’, el tema de Ruibal sobre el poema de Lorca, parecen colisionar el lirismo espontáneo de la canción con la afectación de los instrumentistas.
El eclecticismo, en cualquier caso, es el mejor complemento a la garganta privilegiada de Sílvia. Solo desde una mirada limpísima puede reinventarse, por ejemplo, la Lambada’y despojar al público de prejuicios que llevan un cuarto de siglo cincelados en su memoria. Porque la de Palafrugell, artista plena y tierna, también sabe jugar la baza del sentido del humor.
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