La familia de Alcalá murió intoxicada por un compuesto usado para fumigar
La juez cree que las víctimas ingirieron o inhalaron fosfuro de aluminio El padre almacenaba tapones de plástico de botes de plaguicida para venderlos
A la juez que investiga desde hace un mes la muerte por intoxicación de tres miembros de una familia de Alcalá de Guadaíra (73.000 habitantes, Sevilla) empiezan a encajarle las piezas. El Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 2 de la localidad da por seguro que el causante de los fallecimientos es el fosfuro de aluminio, un compuesto químico usado para fumigar contra plagas de insectos o roedores y que al entrar en contacto con agua o aire húmedo libera un gas muy tóxico llamado fosfina.
Los análisis realizados en el Instituto Nacional de Toxicología no han revelado la presencia de este compuesto, que se volatiliza sin dejar huella, pero, por los síntomas que presentaron los fallecidos y las secuelas en su organismo, los investigadores creen que “todo apunta” a que el fallecimiento se produjo por este fosfuro. Falta por saber cómo llegó al organismo de las víctimas. Según una nota emitida por el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA), no hay ningún informe ni preliminar ni definitivo que confirme si la intoxicación se produjo por ingerir este compuesto, que habitualmente se comercializa en pastillas y comprimidos, o por inhalar los gases que desprende.
Un gas mortal
- El fosfuro de aluminio es un compuesto químico que los agricultores usan como plaguicida. Se vende en tabletas y comprimidos (menos frecuente en pasta) que se comercializan en sobres, tubos y frascos.
- En contacto con agua o humedad desprende un gas muy tóxico llamado fosfina. Inhalado a altas dosis y sin tratamiento la mortalidad es de entre el 70% y el 100%.
- Además de tos en los primeros momentos, la inhalación de fosfina puede producir náuseas, vómitos, dolor abdominal y diarrea, síntomas que presentó la familia de Alcalá y que llevó a los médicos de emergencias a pensar que era gastroenteritis.
Enrique Caño, de 61 años, su esposa, Concepción Bautista, de 50, y su hija mayor, de 14 años, fallecieron el 14 de diciembre tras una agonía de pocas horas con dolores abdominales, náuseas y vómitos. Solo se salvó la pequeña de la familia, de 13 años, que la noche anterior no había cenado el pescado y los flamenquines que tomaron sus padres y su hermana. Los síntomas llevaron a pensar a los médicos que les atendieron dos veces en su casa que se trataba de una intoxicación alimentaria, pero la investigación se complicó a medida que avanzaba: raramente un alimento en mal estado causa una muerte fulminante (y menos aún, tres), los restos de comida analizada revelaron que estaba en perfecto estado y en las muestras recogidas en las autopsias no se ha encontrado rastro de un veneno tóxico.
Esa misma falta de huellas es una de los primeros indicios que llevan a los investigadores a pensar que el causante de las muertes es el fosfuro de aluminio. Este compuesto, que forma cristales grises o amarillos, reacciona rápidamente al entrar en contacto con agua o con la humedad ambiental, y genera un gas llamado fosfina. Al ser ingerido o inhalado, el fósforo se volatiliza y no deja restos en el organismo, pero sí secuelas, como edema pulmonar cuando el gas es inhalado o lesiones en el hígado cuando el compuesto se ha ingerido. Fuentes de la investigación señalan que en los cuerpos se han encontrado lesiones “compatibles” con estos efectos.
Los investigadores insisten en que la intoxicación por fosfina es solo “una línea de investigación” si bien admiten que, por ahora, es “la hipótesis más probable”. La principal pregunta es cómo llegó al organismo de los fallecidos. No hay una respuesta segura, pero sí varias pistas. Los investigadores descartan que la comida de la familia estuviera intoxicada por fosfina y creen improbable que ingirieran el compuesto por error. La tesis más firme es que las muertes se produjeron por inhalación.
En la casa no se han encontrado envases de esta sustancia, un plaguicida común pero no recomendado para uso doméstico. Sin embargo, en el primer registro realizado en el domicilio de las víctimas encontraron algo que les llamó la atención: en la bañera de un aseo se guardaban varios sacos repletos de tapones de plástico. El padre de familia los había recogido, muchos de ellos en tiendas y fábricas, y los almacenaba a la espera de acumular una cantidad elevada para llevarlos a una empresa de reciclaje que le pagaba al peso. Un saco guardaba “muchos” tapones compatibles con un frasco de un pesticida compuesto por fosfuro de aluminio.
Los investigadores trabajan con la hipótesis de que esos tapones tuvieran restos del compuesto y, probablemente la tarde antes del suceso, desprendieron gas tóxico tras entrar en contacto con agua o con la humedad ambiental en un cuarto sin apenas ventilación. La hija pequeña declaró la semana pasada en el juzgado y contó que aquella tarde la pasó fuera. Cuando llegó, apuntan fuentes del caso, probablemente su familia ya se había intoxicado y ella se salvó porque los niveles tóxicos habían descendido. ¿Se pudo hacer algo por salvarlos? “Inhalado en concentraciones altas, la muerte es prácticamente segura”, afirman estas fuentes. “Si ellos no sabían qué tenían allí y los síntomas pueden confundirse con los de una gastroenteritis, la desgracia era imparable”.
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