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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Felicidad de calendario

Las leyendas tienen mucho encanto, aunque en ocasiones poca sabiduría

Con la barriga todavía rebosante de roscón de Reyes, es hora de decir que no se entiende a que viene tanto empalago y durante tantos días a modo de celebración de la Navidad. A fin de cuentas, Jesús nació en una especie de chamizo de paja sin más compañía que la de sus padres (por así decir), y la del buey y la vaca. Eso quiere decir que eran pobres de solemnidad, y que entonces, como casi ahora, se carecía de los servicios sociales adecuados para estos casos. Por cierto que este año no han faltado las sugerencias de que los animalitos no deberían aparecer en los millones de belenes que se montan esos días, no se sabe si por rigor histórico, por el temor a que los inocentes niños confundieran al buey y a la vaca con los padres verdaderos del niño, o si llevados por un prurito de higiene que las bestias a menudo desconocen.

En cualquier caso, la pregunta inicial sigue en pie, porque una cosa es que nos vendan un nacimiento improbable en condiciones lastimosas (ya que la iglesia ya estaba entonces del lado de los pobres y el niño no iba a venir a este mundo en un palacio por intervención de su divino padre, que a buen seguro estaba atendiendo otros asuntos) y otra muy distinta que tan remoto acontecimiento se convierta en fiesta de calendario donde el consumo desmedido es la regla que a muchos arruina el presupuesto durante un par de meses y que, por si no bastara con ello, ha venido en resultar algo tan dulce, así en propósitos como en productos comerciales, que al final queda en un empalago de muy costosa digestión. Claro que todas las leyendas a lo grande generan su propia dinámica de expansión más o menos controlada, pero todo ¿para llegar a esto? Alguien puede pensar que tanto mejor si los padres regalaran los juguetes a sus hijos durante la noche de Reyes: un motivo más para que los adoren; pero entonces tal vez preguntarían porqué esa noche y no otra, y entonces se armaría la de todos los domingos. Así se da el paralelismo perfecto: no es Dios el que tiene descendencia sino un pobre carpintero, no son los padres los que obsequian a los niños sino los Reyes Magos. Eso es fantasía y lo demás son cuentos, historias, trampantojos.

Es que las leyendas tienen mucho encanto, aunque en ocasiones poca sabiduría. Nadie en su sano juicio puede creer que Moisés partió en dos el mar Rojo para cruzarlo con mayor comodidad (ya le gustaría a Sacyr conseguir otro tanto en Panamá) o que Josué detuvo el camino del Sol para concluir con ventaja una batalla, pero da lo mismo si se considera que todavía hay miles de personas que creen que la homeopatía cura el cáncer o que Darwin era un mono poco evolucionado que ingirió varios licores antes de comenzar a desvariar o que Calatrava es arquitecto de carrera. ¿Y a qué se debe que la noche de San Juan no sea tan empalagosa como estos días tan felices que hemos soportado? ¿Quizás porque los turroneros de Xixona no trabajan en junio? Más bien debido a que, en la medida en que la felicidad es muchas veces impostada, conviene introducir su celebración en fechas fijas.

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