Hacer la calle
Lo que no cambia y empeora. Una mirada a las fotografías inéditas de Joan Colom
Joan Colom tiene 92 años y hasta hace tres ha fotografiado Barcelona. Hasta 2010, ahí es nada. La ciudad oscura del final de las Ramblas, este Raval de ahora y aquel Barrio Chino de entonces, cuando Colom empezó a retratar su humanidad en 1958. Un fotógrafo de 89 años haciendo la calle, como era de rigor en su oficio de notario gráfico hasta hace muy poco, para dar cuenta de cómo van las cosas vistas desde los que menos tienen. Su gran antológica —por fin— en el MNAC se titula precisamente Jo faig el carrer. En ese doble juego de la palabra “calle”, entre la prostitución y el trabajo primordial del fotógrafo, fuera del estudio, siempre en la calle, se mueven sus imágenes.
Con la ley de seguridad neofranquista que se prepara, mal lo hubiera tenido Colom, que también ha fotografiado policías. La exposición dura hasta mayo y, si las cosas no se remedian, la nueva ley autoritaria puede que se apruebe e igual resulta que las fotos de Colom de los últimos años tienen que ser retiradas de la exposición…
Además de las conocidas, se ven bastantes fotos inéditas, y en color. Colom no ha trabajado únicamente en un elocuente blanco y negro, las fotos que hasta ahora le sabíamos. También domina el color. Es uno de los grandes cambios desde 1990 en su archivo y un momento clave de la exposición. En una primera sala se muestran las fotos de prueba a partir de 1977 para seleccionarlas y reencuadrarlas, y en la sala siguiente se exponen las fotos que finalmente Colom escogió y amplió. Es un gran impacto.
Con la ley de seguridad neofranquista que se prepara, mal lo hubiera tenido Colom, que también ha fotografiado policías
Parece que no hay diferencias entre el Chino que Colom retrató hace 60 años y el de ahora, o entre el de 1977 y el de ahora. Y cuando te vas fijando, las diferencias afloran de manera sutil.
En los últimos años sus mujeres tienen otros tonos de piel, y ahora el fotógrafo advierte también a alguien que está rebuscando comida en los contenedores de basura. Prostitutas color canela y gente hambrienta. Como si siempre hubieran estado ahí. Pero no en la posguerra, que aunque hambre había mucha no había contenedores de basura donde rebuscar. El progreso, ah, sí, el progreso. Un contenedor de restos de comida.
Se ven rótulos en inglés y pintadas en las paredes en catalán. No son ni los cincuenta ni los sesenta justamente por eso. Pero los protagonistas de las fotos no han cambiado mucho. Hasta se diría que uno puede encontrar a una joven prostituta de hace décadas convertida en la anciana prostituta de una foto ahora en color.
Policía y guardia urbana en algunas de las instantáneas recientes. Eso es también la democracia, poder fotografiar a los polis en acción. Si se aprueba la nueva ley, igual no se podrá hacer en ningún caso, no solo en las manifestaciones. Y puede que tampoco se pueda fotografiar a los vigilantes privados que van a tomar la calle —la calle, de nuevo— pidiendo identificación y practicando detenciones. Puesto que fotografiar a los policías es democrático, por ello no los hay en las fotos de Colom en blanco y negro de los cincuenta y sesenta franquistas, cuando trabajaba como un espía en las calles.
Operaba con cámara oculta, sin mirar el visor, con la cámara cubierta por el abrigo o la camisa. Era su forma de captar la calle de la posguerra, la única posible según su mirada. Nadie se hubiera dejado fotografiar como Colom capta a la gente, en su estar sin más, sin prejuicios visuales. Tampoco quería intimar, ganarse la confianza de prostitutas y chulos, solo quería mostrar estas calles como imagen de lo que una ciudad esconde y a la vez muestra en toda su franqueza.
A la altura de un niño, a la altura del bolsillo, a la altura de las tripas, así están hechas las fotos de Colom, que reúnen la espontaneidad y falta de prejuicios infantiles con la sutil combinación de dinero y sexo que mueve la soledad de sus protagonistas. Una soledad que parece más compartida hace 60 años que hoy. Hay más alegría en las viejas fotos que en las de ahora. En los últimos años, antes de que los achaques de la edad le apartaran de la cámara y la calle, Colom ha tenido tiempo de fotografiar a un nuevo protagonista: el turista borracho, ese hombretón de clase baja sentado en la terraza de un bar rodeado por todas partes de latas de cerveza, muchas latas.
El día que visité la exposición era domingo y estuve rodeada de gente bastante mayor que yo. Les escuché. Algunos provenían de El Raval, habían nacido allí y ahora buscaban en estas fotos algo que ellas contienen y solo ellos saben. Callaron. Era intenso el recuerdo de lo que parece haber cambiado y en realidad ha empeorado.
La antológica de este inmenso fotógrafo que es Joan Colom está ahí para hablarnos de lo que empeora. Cada vez son menos los notarios gráficos que lo van a registrar. Fotógrafos, periodistas y cronistas han sido desterrados de la calle. Para rizar el rizo, la nueva ley, si nada lo remedia, va a convertir la calle en un lugar uniformado, lleno de policías, mossos y seguratas.
Mercè Ibarz es escritora.
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