Con un estilo propio
La compañía Ibérica de Danza cumple 20 años con coreografías modernas de inspiración folclórica
La compañía Ibérica de Danza cumple su 20º aniversario y lo ha hecho con tres funciones a teatro lleno en el coliseo de la Plaza de Colón. Es un conjunto que ha demostrado constancia y unos intereses muy claros y precisos desde el principio, una vía de creatividad donde también se dan cita el estudio de las tradiciones y esa enorme variedad que puebla la danza popular española en su totalidad. En cuanto a su estética distintiva, estamos ante coreografías modernas de inspiración folclórica, para lo que ahora se ha acuñado el término foráneo ‘neofolk’, que aún no encuentro en ningún diccionario fiable. Si lo pensamos un poco detenidamente, en la práctica, esto se hace en la danza española desde principios del siglo XX, y como la cronología manda, sería parte de las corrientes de la danza moderna fundacional. Es ahí donde se ancla el buen trabajo de Ibérica.
La idea de colocar en el magro escenario de este teatro una potente orquesta de entre ocho y 10 músicos (piano de cola incluido), ha obligado a que la danza se desarrolle toda en un primer plano inmediato, teniendo por toda planimetría disponible un rectángulo apaisado paralelo a la corbata escénica; esto sacrificó la danza en gran medida, obligó a que todas las evoluciones doblaran a esa marca espacial. Otra cosa hubiera sido que la orquesta estuviera en el foso (que a veces se pone en ese teatro) y el baile brillara a sus posibles aires espaciales, con fondo.
IBÉRICA 20 AÑOS
Coreografía y luces: Manuel Segovia; música: Isaac Albéniz, Astor Piazzola, Alberto Iglesias Eliseo Parra y otros; vestuario: Violeta Ruiz; escenografía: Miguel A. Ramos Castillo. Teatro Fernán Gómez, Madrid. 30 de noviembre.
Para la parte plástica de esta celebración, Ibérica tiró de su rico fondo de armario, y vistió los bailes con estilizaciones de trajes populares y otros que son pura invención actual (aún así eché en falta algunas prendas muy logradas y de su sello), respaldándose como decorado con unas proyecciones abstractas en forma de vídeo decorativo y en constante cambio cromático, lo que no siempre acompañaba bien a la danza y distraía, y como decía el pintor Francis Bacon, el abstracto es, aún en lo agradable, sólo eso: tan insustancial como decorativo. Probablemente la danza de Ibérica requería algo más específico y señalado al motivo.
Las dos grandes piezas ideadas por Manuel Segovia, “Suite de la alegría” (un recorrido colorista y cuidado por bailes de León, Cataluña, Castilla y Zamora, entre otras regiones, y “Suite alkímica” (sobre bailes de Zamora y Granada) fueron el meollo del programa y lo mejor, donde se ve la maduración de un estilo propio y de una manera de hacer el espectáculo de danza española, siempre perfumado por los referentes folclóricos y el acerbo popular, pero reglado desde una óptica coréutica culta y muy pendiente del terreno musical, donde el sonido inconfundible de Eliseo Parra terminaba de perfilar los particulares del estilo y la delicia como estampa de obras muy pensadas.
Como complemento a las coreografías de Segovia, el programa se aderezó con creaciones de Gemma Morado, Carlos Chamorro y Antonio Najarro, obras que lucieron extemporáneas al estilo y a la cohesión plástica a que Ibérica nos tiene acostumbrados. En el caso de Chamorro, apoyándose en unos más que discutibles arreglos musicales de las piezas de Albéniz realizados por Fernando Egozcue donde guitarra electrónica y batería un tanto jazz rechinaban lo suyo.
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