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El policía Rafael Jiménez debuta en la novela con ‘Inchaurrondo Blues’

La novela relata la amistad entre dos niños, uno de ellos hijo de un guardia civil

El inspector del Cuerpo Nacional de Policía Rafael Jiménez, jefe del Grupo de Análisis de Barcelona, debuta en la narrativa con Inchaurrondo Blues (Principal de los Libros), la historia de una amistad entre dos niños, uno de ellos hijo de un guardia civil, ajenos a las fronteras ideológicas y grandes aficionados al fútbol.

Jiménez, autor de dos antologías de los mejores casos del cuerpo, señala en una entrevista con Efe que desde siempre ha sentido interés por una cuestión como la del terrorismo y por lo que hay en la mente de un terrorista. "Si no son enfermos mentales ni psicópatas, me pregunto ¿cómo pueden convivir consigo mismos en el día a día, enamorarse, educar a los hijos o hacer tareas cotidianas sabiendo que han quitado la vida a una persona por un símbolo, por cosas, en definitiva, bastante etéreas?", reflexiona.

Enamorado del País Vasco, aunque nunca ha estado allí destinado y siempre ha trabajado en su Barcelona natal, explica que tenía claro que si algún día armaba una novela la ambientaría en San Sebastián, una ciudad que lo tiene cautivado. Además reconoce que hubiera sido incapaz de escribirla si los protagonistas no hubieran sido niños, porque "la novela transmite una esperanza en el futuro, que pasa ineludiblemente por las nuevas generaciones".

En Inchaurrondo Blues,  que el minsitro del Interio, Jorge Fernández Díaz, presenta mañana Barcelona, Jiménez relata la peripecia vital de Eloy, hijo de un guardia civil recién trasladado al cuartel donostiarra de Intxaurrondo desde Granada, en la España de 1983. Eloy conoce en una visita al médico a Ander, otro apasionado del fútbol como él, pero perteneciente a un mundo opuesto al suyo. Se hacen amigos y junto con otros chavales de la zona organizan partidos dentro y fuera del cuartel, con el rabillo del ojo puesto en la Real Sociedad de aquel momento, con Arconada bajo los palos y en el campo jugadores como Satrústegui, Idígoras, López Ufarte o Zamora.

Aunque el inspector Jiménez no esconde que es seguidor del Barça, tampoco obvia que su "auténtico ídolo" desde hace muchos años es Arconada, por quien llegó a llorar en 1984 cuando, siendo portero de la selección española, blocó mal un balón chutado de falta por Michel Platini, que acabó otorgando la victoria a los franceses. A su juicio, aunque el fútbol parece que "divida más que una, es un factor de unión total entre los más pequeños".

Tras advertir que no ha "ficcionado" sobre ETA en la novela, sí considera que ha escrito "un libro valiente" porque para él hubiera sido más sencillo obviar ciertas cuestiones, pero en este conflicto "hay buenos y malos y eso nadie lo puede negar. Tratar de ocultarlo hubiera sido deshonesto", apostilla.

Sin embargo, subraya que sería una "aberración" comparar la tarea llevada durante años por la policía con los asesinatos de los terroristas. "La bala del terrorista atraviesa a las víctimas y va por los años dando vueltas. Eso no desaparece", indica. "Pero un día, esas balas regresarán a su conciencia porque nadie es capaz de morir en paz sabiendo que se es el culpable de una veintena de muertes". En su opinión, "la bala al final se incrustará en el cerebro del terrorista. Uno no puede morir en paz, esa es la peor de las condenas", afirma.

Jiménez, de todas maneras, confía en que en el País Vasco las próximas generaciones sean "capaces de olvidar el odio, de convivir en paz". Hijo de un policía natural de Huelva y de madre leonesa, Jiménez, nacido en Barcelona en 1962, sostiene que el hecho de nacer en un lugar o en otro "es pura casualidad". En este punto, asevera: "Por lo último que discutiría es por ser de aquí o de allá. Las banderas y los himnos me importan un pimiento. Me parece patético, ridículo, ponerle puertas al campo. A lo único que aspiro es a tratar de ser feliz y a que se solucionen los problemas de la gente", concluye.

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