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El cuento se resiste a la era digital

El festival Munt de Mots de Barcelona reivindica el papel educativo de la literatura oral

Uno de los cuentacuentos durante la inauguración del festival en Luz de Gas.
Uno de los cuentacuentos durante la inauguración del festival en Luz de Gas.

La sabiduría popular reposa en la mesilla de noche o en una estantería: la palabra escrita ha reemplazado la figura del sabio, que contaba a la comunidad mitos, leyendas y fábulas educativas. Con un pie en la tradición y el otro en la actualidad, los cuentacuentos modernos intentan salvaguardar el valor de la tradición oral, cuna de toda cultura. Munt de Mots, el festival de narración oral de Barcelona para niños y adultos, reúne en su cuarta edición a 40 profesionales de 13 países diferentes hasta mañana sábado. Organizado por el centro cívico Pati Llimona y la asociación Munt de Paraules, el evento propone cuentos de animales, creencias prehispánicas de muerte y metamorfosis, historias filosóficas… Las actividades, concursos y conferencias -divididas en 40 espacios de la ciudad- invitan a conocer el pasado y la actualidad de la literatura oral desde una perspectiva local y global.

“La imagen ha desplazado la palabra, y la espectacularidad a lo elemental y sencillo”, opina la narradora mexicana Martha Escudero, que actúa en el festival. Desde hace 17 años organiza cuentos para adultos en el Harlem Jazz Club de Barcelona. En Cataluña el cuentacuentos ha conseguido espacios propios y actividades en los centros cívicos y en las bibliotecas, “pero aún le falta el reconocimiento social y cultural: a menudo tengo que convencer a la gente que la mía es una profesión”, lamenta Escudero.

Según Rubén Martínez, director del festival y narrador, es una cuestión de tiempo: “Solo en los últimos 20 años hemos vuelto al espacio urbano. Aún es una ocupación joven y frágil.” Diferente es la situación en las comunidades indígenas y los pueblos de América Latina, África o Australia: algunos cuentacuentos del festival señalan que allí “aún existe la figura del sabio que, con historias y mitos, aclarece cuestiones míticos-religiosas a la comunidad”. Se trata de personas ancianas que gozan del respeto y de la autoridad como fuentes de experiencia y guías educativas: cosa que, en las ciudades, es cada vez menos frecuente.

Anómala es la condición del cuentacuentos en Japón, donde “su profesionalidad y su aceptación social es única”, asegura el narrador Yoshi Hioki. Se refiere al rakugoka: sentada de rodillas en su kimono y acompañada por un simple abanico, esta figura cuenta con teatros propios. “Un rakugoka narra solo el repertorio –transmitido de maestro a discípulo- perteneciente al periodo de Edo (1603–1867). También puede inventar nuevos cuentos, pero morirán con él”, detalla Hioki. Afincado en Barcelona desde 1991, nunca tuvo un maestro rakugoka: él prefiere poder elegir su propio repertorio, al que añade a menudo fuentes escritas.

“Los narradores contemporáneos bebemos mucho de la literatura: aporta contenidos y herramientas, como el flashback, que no se dan en la literatura oral”, recalca Martínez. Contenidos modernos en formato tradicional: casi nadie recurre a herramientas audiovisuales o tecnológicas. Hay quién, como Hioki, se mueve muy poco en el escenario. O quién, como la australiana Lilli Story, utiliza mucho el lenguaje corporal, tambores o títeres por necesidad: el público de Australia es tan heterogéneo, que a menudo habla distintos idiomas, y la palabra ya no es el primer elemento del cuento.

A pesar de que algún orador acompaña su texto con música o con disfraces, la mayoría se mantiene fiel a la tradición, y ofrece una narración “pura y dura”, formada por tres ejes: la voz, el cuento y los oyentes. Su habilidad reside en “captar rápidamente las reacciones del público, o nadie te escuchará”, detalla el camerunés Samuel Mountoumnjou. Pero ante de todo “hay que ser honesto y transparente contigo mismo, o no moverás el corazón de nadie”, asegura Escudero. Y sin caer en el error de que “tu egocentrismo destaque más que el cuento”, avisa Hoiko: introspección, autocrítica y empatía para una performance que se construye enteramente alrededor de la conexión con los oyentes.

“Narrar es un arte”, resume el director de un festival que reivindica el valor estético y educativo de la literatura oral: para que nadie olvide cómo el hombre, hace mucho tiempo, empezó a aprender. Y cómo, todavía, puede hacerlo.

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