Muertos sin oraciones
Un ha llenado los nichos del cementerio de pasquines en los que se avisa de que no habrá oraciones para los que no estén al tanto de los pagos
Uno. Un cura de Beniparrell, en Valencia, que al parecer lleva una vida poco acorde con los hábitos que cabría suponerle (algo más común de lo que se cree) se ha puesto farruco y ha llenado los nichos del cementerio local de pasquines en los que se avisa de que los muertos de las familias que no estén al tanto de los pagos correspondientes se quedarán sin las oraciones de rigor a fin de que alcancen por fin el tránsito de sus desperdigadas almas hacia las alegrías del cielo. Parece que ese sublime, eterno y tal vez algo tedioso destino se valora en unos diez euros por cabeza, quiero decir por alma en pena todavía, como máximo y según el plazo del impago, y Dios sin enterarse. Igual es que el Altísimo está muy ocupado en merodear entre pucheros debido a la crisis. Uno creía que esa dramática decisión tenía lugar en el momento mismo de la muerte, pero se ve que hay tanto cura en el limbo que ese lugar de paso está sujeto también a las crisis monetarias. Alguna autoridad eclesiástica ya ha manifestado que todos los cristianos muertos tienen derecho a las oraciones salvadoras, pero no si elevarán sus preces hasta los pobres muertos de Beniparrell por cuenta del Consell.
Dos. A veces, donde menos te lo esperas salta la liebre. Literaria. Paco Soriano, asiduo de los baretos próximos a la avenida de Aragón, enseñante y ahora algo mermado por algunas hernias discales, que con su novela corta El destino en la memoria obtuvo el año pasado el premio de Narrativa de Bolbaite. No diré que es una obra maestra de la literatura más o menos breve, pero sí que ahonda con buen estilo y perspicacia para el uso del lenguaje narrativo para contar una historia terrible de ribetes shakespeareanos. Se trata de la narración en primera persona del recorrido vital de un personaje protagonista que arranca en su niñez para seguirlo a partir de ahí hasta su adolescencia y madurez, en un recorrido repleto de sorpresas y hechos atroces, como si el destino estuviera escrito de antemano y nada pudiera cambiar los aparentes azares de su desarrollo, casi paso a paso y a veces con una crueldad infrecuente en nuestras letras, que termina mal, como casi todas las historias iniciáticas no del todo comprendidas, y mediante el uso final de un breve e-mail que cierra, o eso parece, la pesadilla del protagonista.
Tres. Las formaciones políticas que pueden alzarse con el poder en las próximas elecciones valencianas tienen dos pegas gordas para lograrlo. Una consiste en sus conflictos internos, sus respectivos afanes de protagonismo y su inveterada costumbre de no ceder el paso, es decir, de dar como supuesto que cada formación estaba allí antes que los otros, o que reúne mayores méritos para alzarse con el cabeza de lista, o de qué van a decirles a ellos sus semejantes cuando los matices de posibles desacuerdos (perfectos cuando se carece de posibilidad de alzarse con el poder, pero mortales cuando se está como quien dice a las puertas, salvo errores u olvidos, de lograr un paso de una importancia capital para los ciudadanos. Todo menos Toni Cantó como alcaldesa, please.
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