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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Por favor, la política

Ya partimos de la base de la falsedad absoluta, de la mentira pública

Acampada reivindicativa en la Puerta del Sol de Madrid convocada por la plataforma Democracia Real Ya.
Acampada reivindicativa en la Puerta del Sol de Madrid convocada por la plataforma Democracia Real Ya. Samuel Sánchez

Pasada la anestesia natural del verano, por favor, la política. No la del arrebato y su maquinación, no la de la afrenta continua y superpuesta en varios subniveles de ruindades; sino la política de altura, la verdadera política, con su nobleza y su perduración en las causas menudas de la vida, en la letra pequeña de la historia inmediata, que es una entrega al prójimo y su abismo. Esto, lo de ahora, no es política: es otra cosa, que tiene más que ver con el reparto del gran pastel ajeno, un poco a la manera del viejo Hyman Roth, dándole su trozo de la tarta al joven Michael Corleone durante su cumpleaños en La Habana, que con la vocación de un servicio público. Así dejamos las cosas más o menos antes de las vacaciones, y de la misma forma nos regresan, ahora con nuevos datos que lanzarse sobre la sartén de dolor público, que mientras nos salpica, crepitante, con las gotas hirientes de un aceite gastado y corrosivo.

Todos esos jóvenes briosos que se han animado a la “movilidad exterior”,  no figuran para el paro registrado

Una de las características de esta impostura política es la acertada manipulación del dato puntual, para fortalecer la falsedad de una conclusión interesada. Ahora se habla mucho de la bajada del paro reciente, nada menos que 31 desempleados menos en septiembre. Independientemente de los paralelismos recurrentes —31 parados menos representan, en realidad, el 0,00062% del total, con lo que ni siquiera estaríamos hablando, aquí, de “brotes verdes”, sino de apenas una mota de moho sobre el erial—, habría que analizar la manera de darnos la noticia, con todos sus matices y su verdad postrera.

Baja el paro, sí; pero con 99.000 afiliados menos a la Seguridad Social, es evidente que, por desgracia, la destrucción de empleo continúa. Sale el presidente muy contento con su nuevo optimismo moderado, pero lo cierto es que el registro del paro cuenta, únicamente, con la población laboral apuntada en el Inem. Quiero con esto decir que todos esos jóvenes briosos que se han animado a la “movilidad exterior”, en palabras de la todavía ministra Fátima Báñez, como los trabajadores de la economía sumergida o los que hayan dejado de estar apuntados porque no reciben la prestación y no cuentan con conseguir un empleo, no figuran para el paro registrado, con lo que no resulta muy fiable para mirar el verdadero estado del mercado laboral.

Tenemos, eso sí, una ligera tendencia positiva en relación a otros agostos, pero la precariedad es la nota imperante de los nuevos puestos de trabajo, con unas condiciones que convertirían al viejo mileurista, si aún sobrevive —el tiempo ya lo ha vuelto cuarentón— en un privilegiado.

Tenemos, entonces, una media mentira convertida en verdad; aunque lo cierto es que, mientras no suban las afiliaciones a la Seguridad Social, la remontada no es real. En cualquier caso, es una media verdad o una mentira a medias, y esto ya es de agradecer: sobre todo, cuando ya partimos de la base de la falsedad absoluta, de la mentira pública. Con esta situación, la política se ha convertido en el ámbito público de mayor desprestigio social. A esa gente que ahora tiene veinte años, que se ha manifestado contra le ley Wert, que ha salido a la calle para denunciar el crimen de los desahucios, o las cláusulas abusivas de las hipotecas, como la estafa de las opciones preferentes, esa gente que no ve un futuro profesional en España mientras contempla los escándalos de Bárcenas o los de los ERE en Andalucía, estando concienciada del desastre general, le hablas de política y miran hacia otro lado: “Yo no me afilio a ningún partido —me dice una muchacha, concienciada y lúcida, al otro lado de la barra desde la que trabaja de camarera mientras acaba Derecho— porque no me fío: son todos iguales”.

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Mi amigo le respondió: “Eso, tú mantente independiente”. Claro. Pero dentro de unos años, ¿qué generación va a gobernarnos? ¿Qué hacemos con todos estos chicos inteligentes, despiertos, con ganas de implicarse, crecidos entre el lodazal de corrupciones? Al poder económico siempre le convendrá esa desafección. Hay que remontar en el empleo, sí; pero también en la política, en su prestigio moral, mundano y ético, con una refundición, en la ruptura con todo lo podrido hasta el momento. Hay que recuperarla.

Joaquín Pérez Azaústre es escritor.

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