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JUAN VICENTE PIQUERAS | Último premio Loewe de poesía

“Si publicara todo lo que escribo, no me hablaría ni mi familia”

Juan Vicente Piqueras dice que la poesía "es una especie de Cenicienta"

Juan Vicente Piqueras, poeta y filólogo, en la estación de tren Joaquín Sorolla.
Juan Vicente Piqueras, poeta y filólogo, en la estación de tren Joaquín Sorolla.Tania Castro

Con el último Premio Internacional de Poesía de la Fundación Loewe, Juan Vicente Piqueras (Requena, 1960), acumula una docena de galardones, entre ellos el José Hierro y el Antonio Machado, pero sigue ausente de las antologías poéticas. Nacido en la aldea de Los Duques, que alberga unas bodegas iberas seis siglos anteriores a Cristo, Piqueras trabaja fuera desde que en los 80 empezó a dar clases de español en un colegio francés. Ahora es el jefe de estudios del Instituto Cervantes de Argel.

Pregunta. Con usted, se ha cumplido el 25 aniversario del Premio Loewe, en cuyo palmarés hay unos cuantos valencianos.

Respuesta. Creo que hay ocho valencianos, si contamos Antonio Cabrera, que es gaditano pero vive en Valencia desde hace mucho tiempo, o, más aún, si contamos a Juan Pablo Zapater, que también ganó el Loewe joven.

P. Casi la cuarta parte.

R. Sí, es que Valencia da naranjas, chufas y buenos poetas.

P. Pero no es una cosa de la que presumamos.

R. Es que la poesía es una especie de Cenicienta, muy poco leída, muy poco conocida y no es algo que tenga un público, en realidad.

P. ¿Entrará usted ahora en alguna antología?

R. No sé. Cuando me dieron el Loewe hice la broma de que había pasado de ser un poeta desconocido a ser reconocido sin haber sido conocido. Creo que ocurre a algo cuando te vas fuera, especialmente en la cultura española. Los españoles somos muy de pueblo.

P. Con los premios no le ha ido mal.

R. Yo mandaba mis libros a los editores, pero los editores te dan la callada por respuesta. Al vivir lejos, los premios era el último recurso que me quedaba, como el mensaje de un náufrago.

P. Y no ha parado de recibir premios, incluso de Colombia.

R. Si, el del Festival Internacional de Poesía de Medellín. Aquel fue un momento apoteósico.

P. ¿Por qué?

R. Porque lees ante un público de 8.000 personas. Un monte convertido en anfiteatro y familias enteras escuchando poesía es una cosa impensable en Europa.

P. Su recorrido tiene algo de odisea. Ha trabajado en Francia, Italia, Grecia, ahora Argel.

R. Si miro atrás, todo mi periplo y todo lo que he escrito es una variación de la Odisea de Homero. Hay una Itaca inicial, que es Aldea, un lugar que es real y ya no es real, porque la memoria y el tiempo lo transforman. La infancia cambia según los días.

P. Pero está ahí. En su caso, en Aldea, el libro con el que ganó el Premio Valencia de poesía.

R. Si, está ahí. Es el lugar donde uno fue niño, donde los padres tenían las viñas, los olivos, los almendros, los primeros 16 años de tu vida. Eso marca, pero luego transformamos el pasado. Hay un verso en Aldea que dice “nada me depara más sorpresas que mi pasado”. Mi periplo ha sido guiado, como el de Ulises, por la idea de volver que, en realidad, es un mito, porque no se puede volver.

P. El premio Loewe se lo han dado por Atenas, “una ciudad fundada por los dioses, / castigada sin cielo por el único dios / que este siglo venera”. Se entiende que ese dios es el dinero.

R. Atenas es parte de nuestro imaginario cultural y simbólicamente es muy fuerte que la crisis se desencadenara en Grecia.

P. ¿Por qué escribe que Atenas ya no existe?

R. Porque la vi transformarse en cinco años. Cuando llegué, la sensación era de una ciudad feliz, confiada, luminosa, donde las joyerías tenían la puerta abierta y el joyero se tomaba un café en la puerta; donde los bancos no tenían entrada de seguridad; donde la feria del libro la instalaban en Dionisio Aeropagita y por la noche ponían una telita para cubrir los libros. Me sorprendía esa confianza, esa honestidad, ese relajo de los griegos. Era como un paraíso y se convirtió en un infierno.

P. Usted lleva trabajando en el Instituto Cervantes desde sus comienzos. ¿Cómo se siente uno difundiendo la lengua y la cultura españolas por ahí?

R. Yo empecé a trabajar en el Instituto Nacional de Cultura de Roma, cuando aún no era el Cervantes. Allí llegaba gente que quería aprender español y empezamos a organizar cursos en los 80. Hay un libro reciente que se llama Yo que tú, manual de gramática y poesía y el último poema, Hijos de Babel, habla de esto, está dedicado a los que enseñan lenguas extranjeras en el mundo. Creo que es una paradoja. Uno se va de su lengua a enseñar su lengua. Somos como apóstoles dispersos que vamos abriendo las ventanas de la lengua a gente que no la conoce. Ahora estoy contento porque en Argel hemos superado las 3.000 matrículas.

P. ¿Ya ha escrito su poemario argelino?

R. Me pasó una cosa tremenda. En uno de estos viajes perdí el cuaderno donde tenía todo lo escrito los cuatro primeros meses en Argel. Fue en Requena, viniendo a Valencia a tomar un tren.

P. Es su pueblo. Alguien lo habrá encontrado.

R. Prefiero que lo hayan tirado a la basura a que lo estén leyendo.

P. ¿Por qué?

R. Escribo cosas muy intimas. Digo cosas brutales. Tengo cientos de cuadernos, pero solo publico el 2% de lo que escribo. La mayoría de las cosas no sirven para nada. Si yo publicara todo no me hablaría ni mi familia ni nadie, porque escribo como exorcismo, como terapia.

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