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LOS ROSTROS DE LA GASTRONOMÍA

El mundo de los taínos

Los puros han quedado reducidos a símbolos, productos que otrora parecieron indestructibles

Luis Soriano en su estanco.
Luis Soriano en su estanco.Tania Castro

En los alrededores de Mercado de Colón de Valencia, y al amparo del auge de la burguesía urbana, se instaló hace más de un siglo un establecimientos para la venta de tabacos, que es el que desde hace años dirige la familia Soriano con ejemplar esfuerzo y dedicación. De esta amplia experiencia proviene un riguroso conocimiento que de los cigarros, y también de sus idas y venidas, de su evolución al compás de los tiempos y las modas. Se admiran los responsables del local del mundo y sus complejidades: de que las prisas de los tiempos modernos hayan relegado al fondo del armario aquellos cigarros de vitolas –tamaños- clásicas, diríamos que intemporales, de largas longitudes y reducidos diámetros, que se eternizaban en la boca de los fumadores o en los ceniceros, dando la impresión de ser unos cigarros para disfrutar de por vida, que duraban desde el café posterior a la comida hasta la hora de dormir.

Hoy se lleva otro tipo de cigarro, sabroso de principio a fin, con cepos –diámetros- amplios, limitada longitud, aspiración fácil y tiempo de consumo ajustado.

Han quedado reducidos a símbolo productos que otrora parecieron indestructibles, como los afamados farias, que las gentes de la posguerra fumaban sin cesar, con hábito imperecedero, mal quemados y chupados, mordidos de forma desabrida, mojando en algún caso un extremo en un coñac y despreciando –esta vez con motivo- el rito del encendido.

El actual dirigente del negocio, Luis Soriano, en su juventud, y pese a ello por su ya larga experiencia, da por pensar en los orígenes de tan complejo rito como es el fumar, y elucubra sobre si los indios taínos, en aquellos tiempos del Descubrimiento, después de una opípara cena bajo las estrellas y puesta la vista en el horizonte, donde un mar encalmado se percibía, se fumarían unos cohobas que habían torcido para la ocasión, y con ello redondearían el festín que se habían propuesto.

Porque Luis sabe que un buen cigarro es el remate de una agradable situación, y solo puede ser fumado si es degustado con calma, admirados sus casi infinitos perfumes y sabores, disfrutado hasta el final de su compañía.

Al tabaco lo conoció el Viejo Mundo cuando sus naves atracaron en el Nuevo, en unos momentos en los que ya era antigua la costumbre nativa de inhalar los humos que produce el chamuscado de las hojas de esa planta. Los conquistadores lo vieron y se prendaron de la invención, por lo que desde ese mismo momento esta ceremonia de los sentidos se instaló entre nosotros. Y así, pocos siglos más tarde, los antecesores de Luis tiene hermosos comercios, con cavas repletas de elementos humectantes y acondicionadores, donde expender las labores que los industriosos descendientes de los indios exportan a nuestras tierras.

¡¡Y pese a todo, que lejos nos encontramos del mundo de los taínos!!

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