El tango de la cocaína
Las farmacias de la calle Sant Pau dejaron paso a los comercios para reparar móviles
Hoy en día la calle Sant Pau parece una tranquila callecita indostaní, con una abundante oferta de comercios dedicados a la venta y reparación de teléfonos móviles. Pero para nuestros mayores esta era la calle de las farmacias, de las cuales quedan tres abiertas y dos más de las que solo se ha conservado la fachada. De estas últimas destaca la farmacia El Siglo del Doctor Roig, que contaba con laboratorio propio donde se hacían vacunas, sueros y análisis clínicos. En esta finca estuvo en el siglo XIX la estampería de San Pablo, que se utilizaba como una de las mesas electorales del distrito de Hospital. También residía aquí la sede de la Asociación de Coros de Clavé, la sombrerería Casa Fusté, y la Casa Bargués de objetos de regalo. Hasta que en 1921 se instaló el doctor Roig y su farmacia.
En aquella época ya se habían producido los primeros problemas con las drogas, poco después de la guerra Franco-prusiana de 1870. Los alemanes inventaron la morfina y los franceses la jeringuilla, y de aquellas innovaciones derivaron los primeros adictos como Santiago Rusiñol y Hermenegildo Anglada-Camarasa. Pocos años más tarde, de Alemania llegaba la cocaína, utilizada como anestésico para extracciones dentales que se comercializaba como pastillas de Cocaína y Mentol, recomendadas para las irritaciones de garganta. Por aquel entonces, aparte de la que se podía comprar sin receta en las farmacias, también existía un intenso contrabando gracias a los marineros franceses que la traían de Marsella. Esta la vendían al detalle un ejército de botones de hotel, vendedores ambulantes de tabaco, limpiabotas y floristas, dentro de cajitas de cerillas.
En 1917 el diario ‘El Diluvio’ denunció que en Barcelona había 6.500 adictos a la morfina
En 1917, el diario El Diluvio inició la primera campaña contra este vicio, afirmando que en la capital catalana había 6.500 adictos entre una población de 700.000 personas. La cifra era exagerada, pero ciertamente la ciudad comenzaba a tener un problema de salud pública. En los locales del Raval y del Paral·lel era de buen gusto esnifar o pincharse a la vista de todos. Entonces todavía era muy fácil encontrar droga, se podía comprar cocaína de la marca Merck o Boehringer a siete pesetas la caja. En aquellos años se pusieron de moda los clubs de cocainómanos, de los cuales hubo un gran número en las calles de Robador, Sant Rafael o del Este. La conocían como "papirusa", y algunas farmacias del barrio Chino la vendían por debajo del mostrador. El caso más sonado fue el de la botica Zamarreta, donde el propietario también era cocainómano y, a última hora del día, la despachaba sin pesarla, a puñados.
En 1918 la policía siguió el rastro de una banda que adquiría esta sustancia en los apotecarios con recetas falsas. Y ese mismo año, el gobernador civil prohibía por primera vez que se suministrase cocaína o heroína sin receta médica. Poco después, se encontraban seis frascos y una caja conteniendo cocaína en una farmacia de la calle Sant Pau, y otra de la misma calle era clausurada por idéntico motivo. Incluso fue detenido un ayudante farmacéutico que falsificaba recetas. La presencia policial y el control de esta clase de establecimientos obligaron al mundo de la droga a trasladarse a la calle Arc del Teatre. En aquella época le llamaban "mandanga", "cocó" o "nievita", y costaba unas 10 pesetas el gramo.
Por entonces la droga se llamaba “cocó”, “nievita” y “mandanga”, y costaba 10 pesetas el gramo
En 1926 la prensa comunicaba la detención de Antonio López (nada que ver con el marqués de Comillas), que ha pasado a la historia local como el primer traficante al detalle detenido en la calle vendiendo cocaína en un formato conocido como “papelina”. El mismo año, el diario El Escándalo informaba de la detención de otro vendedor que llevaba la droga escondida en la espalda (a eso le llamaban “hacer el camello”). La época de los frascos y los botes de farmacia había acabado, mientras en el teatro Victoria estrenaban la obra El tango de la Cocaína. A finales de aquella década la mayor parte del tráfico se hacía en la calle y se consumía clandestinamente. Desapareció durante la Guerra Civil y en la posguerra era tan cara que sólo los muy ricos podían permitírsela.
Mientras tanto, la farmacia El Siglo del doctor Roig se había transformado en el bazar El Regalo y en la farmacia de M. Llevat. Y en los años noventa se convirtió primero en la farmacia Guissasola, después en la Prudencio, la Sempere y, finalmente, la Puchol, que cerró en el año 2003. Desde entonces ha sido una tiendecita de telefonía paquistaní y, últimamente, parece estar cerrada. No obstante, la decoración de cuando esta era una calle de rompe y rasga, con sus drogadictos y sus farmacéuticos juerguistas, permanece como una foto fija de la ciudad que fue y no es.
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