_
_
_
_

El banco de la crisis

Cuarenta voluntarios se reúnen en Tirso de Molina, tres dias a la semana, para repartir comida La idea nació en Portugal, tuvo su eco en Barcelona y desde hace nueve meses, Madrid

Manuel Viejo
Los voluntarios repartiendo comida entre los más necesitados.
Los voluntarios repartiendo comida entre los más necesitados.SANTI BURGOS

Ahí está. Dos horas antes. Conversando y gesticulando como solo las abuelas saben hacerlo. Otro miércoles más, otra espera en el banco. El de piedra. El de la plaza de Tirso de Molina. “Yo vengo la primera para coger la vez”, susurra la extremeña Prado, de 79 años. “Me enteré de esto porque me dijo un señor que si quería cenar caliente, aquí hay voluntarios que la reparten de manera gratuita los martes, miércoles y jueves. Yo antes comía buscando en la basura y dormía en la calle, hasta que me recogió un familiar. Uno puede pasar hambre pero dormir al aire libre es lo peor”.

Un miércoles cualquiera del pasado mes de octubre se acercaron a esta céntrica plaza madrileña, Jaime, de 26 años, Pilar, de 57, y otra compañera que prefiere mantener su anonimato. “Recuerdo que ese día hice macarrones con salsa boloñesa vegana”, evoca este joven fotógrafo freelance. Aquella tarde, reseñan, había poca gente en la plazoleta. Los tres portaban un total de 12 raciones, compuestas de bocadillos y frutas, para doce sintecho. Y no sobró ninguna. Ni una. Nueve meses después, la Asociación Casa Solidaria de Madrid, con origen en Barcelona, tiene más de cuarenta voluntarios. Y de un día a la semana se pasó a tres. Y de 12 de raciones a más de 120. Con la misma condición: cocinar con recursos propios comida vegetariana, porque acude gente de diferentes religiones, y acudir al mismo lugar y a la misma hora, las ocho y media de la tarde. El objetivo: abastecer de comida a los golpeados por la crisis.

Dos personas atendidas por la Asociación Casa Solidaria.
Dos personas atendidas por la Asociación Casa Solidaria.S. BURGOS

La historia es simple. Los tres se conocen porque van juntos a clases de meditación, hablaron y se lanzaron a la calle. Sin pensarlo mucho. Así, de golpe. De sopetón. La idea, no paran de decirlo, no es suya. “Nació en Portugal”, remarcan. Luego, tuvo su eco en Barcelona y, de su mano, llegó a Madrid. ¿Por qué en la Plaza Tirso de Molina y no en la de Jacinto Benavente o en la Puerta del Sol? Muy simple: es el punto medio entre la casa de Jaime y la casa de Pilar.

Se acerca la hora del reparto y en la plaza luce el sol incluso bajo la sombra de su tremenda arboleda. La imagen impacta. Te encoge la garganta. La cola comienza a formarse, de manera natural, como una rutina, como cuando uno va a la pescadería y no pregunta. Llega el último y espera su turno. Sin hablar mucho. Solo paciencia. Este día, han venido unos 120, en su mayoría  españoles, ecuatorianos y peruanos. La edad media roza los 45 años. Afuera, están las terrazas de los bares repletas y la estación de Metro. Y adentro, en el punto medio: los olvidados, los arrastrados por la vorágine de los tiempos que corren.

“Ellos me llaman el controlador, porque se me ocurrió la idea de imprimir unos números en papel para organizar la fila. A veces se colaban y algunos querían repetir”. Él es Fernando, el marido de Pilar, que, como cada miércoles, trae sus 70 piezas de fruta y los 18 litros de sopa que dona el restaurante libanés Marrush (Gran Vía, 67). Se coloca delante del banco, controlando, saludando y dando conversación. “No se puede empatizar mucho porque esto te llega a afectar personalmente”.

La sopa la reparte Luisa y su hijo Amín, de 14 años. “Nos enteramos por internet, en la página www.casasolidaria.com, me puse en contacto con Jaime y aquí estamos". Confiesa que se encargará de hacer la sopa en agosto. “Y también el gazpacho”, remarca.

Los números que reparten los voluntarios
Los números que reparten los voluntariosSanti Burgos

Con la pieza de fruta y el sándwich, está sentado Fernando de 44 años, el primero que recibió aquella tarde de octubre, según los voluntarios, el primer bocadillo. “Yo duermo aquí, en la plaza. Me vieron, me trajeron cositas y se lo comenté a más gente. Si todo el mundo fuese como ellos estaría todo de puta madre”.

El reparto dura alrededor de una hora. Después, todo desaparece. Como si no hubiese pasado nada. Mientras tanto, se acercan curiosos anónimos: “Perdona ¿esto qué es?”. Y entonces, se aproxima Ángela, otra voluntaria: “Aquí cada uno trae su comida y la repartimos. ¿Quiere apuntarse? Son tres días, si quiere le mando un correo electrónico con toda la información”. Y entonces, Ana Martín, jubliada madrileña, se compromete: “Yo no voy a estar este verano, pero apúntame para septiembre. Aquí nadie hace nada y tenemos que hacerlo los ciudadanos”.

En los alrededores de la plaza hay un quiosco de flores. Su dueña, Nancy, es peruana y mientras prepara un ramo de margaritas y claveles de cinco euros cuenta que hay turistas que no entran, durante la entrega de comida, porque tienen miedo. Y añade: “La idea es muy bonita y cada día veo más gente, ya se sabe, la crisis”. Lo mismo piensa Luis, uno de los empleados del local Hot Dog y churros: “No se meten con nadie y está claro que hay gente que lo necesita”.

La distribución de la cena ha terminado. Todos los voluntarios se van con un simple hasta luego. Éste es el grupo del miércoles. Y luego está el de los martes y el de los jueves. La idea sigue, como una auténtica cadena de favores. “Hemos pensado en expandirnos por más zonas, pero primero queremos cubrir los lunes y viernes, y, para eso, necesitamos más voluntarios”, concluye Jaime.

La raíz que germinó en Portugal

La idea de Casa Solidaria nació en Portugal. Allí, se llaman Centro de Apoio ao Sem abrigo y el proyecto está mucho más consolidado. Nació en 2007. Su vicepresidente, Nuno Jardim, afirma que ya hay sedes repartidas por todo el país. "El primer día dimos 15 comidas. Ahora, damos siete días y centenares de platos porque contamos con más de 500 voluntarios que abastecen a más de 2.000 ciudadanos afectados por la crisis".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Manuel Viejo
Es de la hermosa ciudad de Plasencia (Cáceres). Cubre la información política de Madrid para la sección de Local del periódico. En EL PAÍS firma reportajes y crónicas desde 2014.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_