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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El prestigio de los huesos

¿Es el esqueleto el espejo del alma?

Resulta sorprendente el juego que proporciona en la lengua castellana la apelación a los huesos relacionada con el propósito de las conductas o con el final que presuntamente les espera. Se dice de alguien que tiene un esqueleto de marca, pero también que acabará con sus huesos en la cárcel, o también te voy a romper los huesos, en situaciones de mayor conflicto, o vas a quedarte en los huesos, en situaciones de penuria o desamparo, sin olvidar la observación sobre alguien que sería ni más ni menos que un montón de huesos, y hasta en la crónica de sucesos desagradables se menciona más de una vez acerca de cualquier desastre que las víctimas fueron rescatadas con los huesos destrozados, homóloga en ese sentido a las crónicas de accidentes de aviación o semejantes en los que invariablemente los restos del aparato en cuestión no ofrecían otro aspecto que el de una amasijo de hierros retorcidos. Existen otras muchas expresiones al respecto, como la de José Bergamín, La risa en los huesos, sin olvidar otras más amables, casi amorosas, como estoy por tus huesos, y etcétera, de manera que los huesos adquieren un papel de cierta relevancia en la expresión resumida y acaso precipitada de las diversas actitudes humanas, el repertorio de los deseos y las advertencias más soliviantadas, como si la carne o los músculos (el corazón, por ejemplo) carecieran de la envergadura necesaria para designar los desvaríos de la conducta. Es curioso porque ahí se menciona el esqueleto entero como sustentador u objetivo de motivaciones genéricas, sin distinguir morfología ni funciones, y como a sabiendas de que es la parte más resistente, y quizás duradera, de la persona humana, valga la redundancia, y que el resto del cuerpo estaría compuesto de agregaciones diversas sin mayor importancia. Es el triunfo inmotivado de la traumatología como índice de la orientación intencional, por decirlo brevemente.

Se trata, sin embargo, de una orientación dudosa. Barak Omaba posee un esqueleto de marca, pero la verdad o no verdad de sus posiciones están marcadas por lo que dice y calla. Más próximos a nosotros están Mariano Rajoy, por ejemplo, provisto de un esqueleto un tanto desarbolado pero, sobre todo, de una mirada un tanto errática en la que ni siquiera confían sus compinches, o bien el esqueleto bien tratado de Luis Bárcenas, algo más expandido para mi gusto, mientras que Francisco Camps acariciaba su piel y no sus huesos con las camisas y trajecillos de El Bigotes y Alberto Fabra parece carecer de una osamenta convincente, por lo que se ha resuelto (ya que otra cosa no hace) a solicitar un cocinero particular en lugar de acudir al psiquiatra o resolverse a caminar de lado, como los cangrejos en la arena. Consuelo Ciscar es dueña de un esqueleto algo aparatoso traicionado por la indiscreta curvatura de sus extremidades inferiores, de ahí que siempre pose en las fotos con una piernecita delante y otra detrás, como hacen los niños cuando juegan al escondite, y así podríamos seguir hasta el infinito si tuviéramos algo más de perspicacia. ¿Es el esqueleto el espejo del alma?

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