Fabra calla en Alicante
Los premios de la Cámara de Alicante son un termómetro de las relaciones con el Consell
La Noche de la Economía Alicantina es uno de esos acontecimientos que jamás fallan a los periodistas. Por uno u otro motivo, el acto que cada año organiza la Cámara de Comercio de Alicante siempre logra ser noticia de primera página. Bien mirado, el interés del suceso es evidente. Hace años que la ceremonia de entrega de los premios de la Cámara se convirtió en un termómetro de extraordinaria exactitud para tomar el pulso a las relaciones entre los empresarios alicantinos y el Consell. Y ya sabemos que el estado de las relaciones entre el poder político y el económico es algo que interesa siempre al público.
Cuando repasamos las ediciones de los últimos diez o doce años, uno observa que la tónica del periodo ha sido la complacencia de los empresarios con el Consell. Durante ese tiempo, todo cuanto hacía el Gobierno les parecía bien a los empresarios alicantinos. Es cierto que, en algún momento, pudo surgir un outsider como Fernández Valenzuela, que trataba de interpretar su propia música; pero, como ya digo, la relación era de una perfecta conformidad con el poder. La realidad es que los empresarios siempre han estado de acuerdo con el Consell mientras este tuvo dinero. En última instancia, lo que hace respetable al político regional es el manejo del presupuesto. Gracias a su especial habilidad en el manejo del presupuesto, Eduardo Zaplana y Francisco Camps gozaron de un innegable prestigio entre los empresarios.
En este panorama, un discurso como el pronunciado el pasado jueves por el presidente de la Cámara de Comercio, Enrique Garrigós, debía llamar la atención. No estamos acostumbrados —sobre todo, en la Comunidad Valenciana— a que los empresarios se dirijan con tanta franqueza y claridad a quienes gobiernan. Nos falta el hábito de la libre expresión que suele alcanzarse tras años de ejercicio democrático.
No le restaré mérito al discurso de Garrigós, aunque, en mi opinión, era el único que podía pronunciar en este momento. Su prestigio como dirigente público estaba muy debilitado tras conocer su conducta en el consejo de la CAM y su posterior actuación al frente de la Cámara. Su intención de alquilar parte de la sede a un bufete de abogados se encontró con el rechazo de la ciudad. Es probable que estas circunstancias pesaran en su ánimo a la hora de escoger las palabras. Nadie hubiera entendido que pronunciara un discurso, no digamos ya complaciente, sino neutro, diplomático; la decepción habría sido total. Al decir lo que todo el mundo estaba deseando escuchar, el éxito ha sido absoluto. Los empresarios se han sentido identificados con las palabras de Garrigós, que, además, ha tenido la habilidad de añadir a su intervención unas gotas —las justas— de demagogia y preocupación social. Estas cosas, siempre gustan y se aplauden.
La reacción de Alberto Fabra muestra, una vez más, la debilidad de este hombre para defender su liderazgo (?). Si hubiésemos de juzgarlo por su reacción en Alicante, diríamos que se ha quedado sin fuerzas. El presidente de la Generalidad fue incapaz de contestar a una sola de las recriminaciones y demandas de Garrigós. Algunas de ellas eran bien fáciles de responder; de haberlo hecho, Fabra hubiera mostrado al menos un síntoma de vitalidad. No lo hubo. Prefirió, en cambio, sujetarse a un discurso oficial, siempre aburrido, fiándolo todo a un próximo futuro del que nadie sabe —ni siquiera el propio presidente— cuando llegará.
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