¡Cuidado con la reforma!
Además de recaudar, el sistema fiscal debe redistribuir la renta para favorecer la equidad y contribuir al crecimiento
El gobierno español ha anunciado para 2014 una reforma fiscal y ha constituido ya su comité de expertos. Aquellos que llevamos años reclamando la necesidad de una reforma, podríamos sentirnos satisfechos. La verdad es que esta pequeña satisfacción contiene una buena dosis de preocupación sobre la orientación de la misma. Un tema complejo no puede condensarse en un artículo, pero ello no impide recordar algunos principios.
El sistema fiscal debe proporcionar al Estado ingresos suficientes ya que ésta es su razón de ser, pero tiene además dos grandes finalidades: mejorar la equidad, redistribuyendo la renta y la riqueza; y ayudar al crecimiento, favoreciendo el ahorro, el consumo y la inversión productiva. En la situación actual de España, tanto uno como otro son clave, ya que la pobreza y las desigualdades están llegando a límites intolerables, y la economía necesita urgentemente impulsos de reactivación. Por ello el efecto en la recaudación, aunque sea el motivo, no puede ser el único a considerar, al margen de los otros dos.
Los impuestos gravan la renta, el consumo y la riqueza. Veamos como conjugar las tres finalidades en cada caso. Mis tesis son muy claras: A) Tanto por razones de equidad como por necesidad de reactivación, no deberíamos ahogar el consumo. B) Deberíamos estimular al máximo las actividades productivas, e intentar reducir aquellas que no crean valor. Y C) La medida más importante es la lucha contra el fraude.
1. Sobre la renta. El impuesto sobre la renta (IRPF) es importantísimo en cuanto a recaudación y capacidad redistributiva. Debe estar basado en la progresividad (a mayores ingresos, tasas más altas) y en la neutralidad (independiente del origen de la renta). Lo primero ya ocurre, lo segundo, no. Actualmente los ingresos procedentes del ahorro o de la especulación tienen unas tasas mucho más bajas que los provenientes del trabajo, y permiten muchos caminos más o menos arbitrarios para reducir la base imponible. Si alguna falta de neutralidad pudiera existir, debería ser justo la contraria, ya que el esfuerzo para la obtención de rentas por la vía del trabajo es incomparablemente superior al necesario en el caso de la especulación. Esta situación no solo contradice el principio de equidad, sino que desincentiva el crecimiento, pues desvía hacia la inversión especulativa muchos ahorros que podían destinarse a actividades productivas que respondan a necesidades reales.
Los impuestos sobre el capital son los que más se han reducido durante los últimos años
2. Sobre el consumo. Estos tipos de impuestos son fáciles de recaudar, menos evidentes para el ciudadano, y aportan muchos ingresos. Por ello se usan con profusión. En algunos casos, y creo que con acierto, pretenden desincentivar consumos no deseados (alcohol, tabaco, productos contaminantes…). Pero en el caso del IVA, sus efectos son claramente contrarios tanto a la equidad, como al crecimiento. No hay ninguna duda de que desincentiva el consumo en general, y por tanto la actividad económica. Además perjudica a los ciudadanos con rentas más bajas ya que supone detraerles una parte muy importante de su renta disponible que necesitan dedicar toda al consumo, cosa que no ocurre con las rentas más altas. En la armonización fiscal de la UE, el IVA de los países con menos renta per cápita, no debería situarse en la parte alta de la horquilla prevista.
3. Sobre la riqueza. Los impuestos sobre el capital son los que más se han reducido durante los últimos años, tanto por gobiernos neoliberales como por otros pretendidamente progresistas. La fiscalidad sobre la riqueza (patrimonio, transacciones, sucesiones) debería aumentarse sensiblemente ya que favorece la equidad y no impacta excesivamente el consumo. Pero, para evitar que desincentive la inversión, este crecimiento debería ser discriminatorio sobre el tipo de patrimonio ya que existen “capitales” necesarios y/o productivos (la vivienda de una familia, las viviendas de alquiler, los activos empresariales, los locales comerciales) cuya pertenencia o transmisión debería estar mucho menos grabada que la de los activos improductivos (sobre todo financieros o inmobiliarios no productivos).
En resumen, me gustaría pensar que se harán las cosas en esta dirección. Si no es así, sino en la contraria, tal vez mejor pedirle a la Virgen quedarnos como estamos. Aunque esto significaría seguir en la desigualdad y en la recesión, mientras una pequeña parte de la sociedad sigue sin haber sufrido los costes de la crisis…
Joan Majó es ingeniero y ex ministro.
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