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LA CRÓNICA
Columna
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Pensar, sentir, imitar

En política el sentido del humor es un handicap: un signo de descreimiento y de superioridad

La imitación es lo que constituye la esencia del ser humano.
La imitación es lo que constituye la esencia del ser humano.JOAN SÁNCHEZ

El ministro de Educación y Cultura, el señor Wert, nos (plural de modestia) cae simpático. Y no lo decimos por provocar a la señora Rigau, consellera celosamente vigilante de que no le toquen la lengua ni le refloten la inmersión; ni por llevar la contraria a los estudiantes que cuando el ministro, risueño y cordial, se dispone a entregarles un diploma, retraen la mano y muy dignos hacen mutis por el foro con el mentón apuntando al techo y su camiseta verde; ni por contrariar a los melómanos que en cuanto Wert asoma la nariz a un palco del Teatro Real le abuchean, bu, bu, fuera, fuera; ni a los comentaristas, incluso satélites de su partido, que le critican y reprochan que ya dos o tres veces se haya "bajado los pantalones", etcétera. Incluso un tribuno habitualmente tan sutil y ecuánime como el señor Zarzalejos, ayer en El confidencial le acusaba, entre otros defectos y pecados relativos a su soberbia intelectual, ocasional impertinencia y desdén, de… "labilidad sentimental en su propio ministerio". ¡Labilidad! Tuve que consultar el diccionario para enterarme de que le estaba llamando faldero, ligón, veleta, inconstante o caprichoso. Tate, tate, que si seguimos por este camino acabaremos como Kenneth Starr, que alcanzó una posteridad grotesca como el fiscal que con tanta aplicación olisqueaba los vestidos de Monica Lewinsky. "A ver, sargento, páseme la lupa que veo aquí una mancha muuuuy sospechosa"…

No: si a mí me cae bien Wert es, en primer lugar, por su presencia física, su aspecto sano, esa calva franca y de elegante curva, y ese sentido del humor que le revienta las costuras y que en política es un handicap letal, ahí hay que fingir que uno es serio y ceremonioso, no se perdona la risa, que es signo de descreimiento y de superioridad. No, ministro, no, ¡la democracia es cosa seria!

Y en segundo lugar, porque encarna un prototipo humano que en la arena política no es frecuente. Probablemente el cese que le acecha le importa poco. Eso es lo que le hace raro. Lo interesante aquí es cierta cualidad trágica relacionada con la hybris, y es que estando preparado para el cargo y siendo inteligente, precisamente por serlo y mostrarlo demasiado, sus adversarios, sin serlo tanto, le roban la cartera, le ganan las batallas, le han identificado como el eslabón débil del Gobierno y le estan dejando de chupa de dómine. Esto se debe, repito, a que en el fondo Wert desprecia la política: sus rituales y convencionalismos, la corrección, los sentimentalismos e irracionalidades y su lenguaje estereotipado, fuera del cual todo resulta escandaloso; lo imperdonable es que se le nota.

En esto le pasa algo parecido a lo que le pasó a otro ministro de Cultura, que era César Antonio Molina, y que también era un hombre preparado, culto e inteligente, no un papagayo que repite consignas y argumentarios, sino un hombre racional… ¡pero le tumbaron los actores, las máscaras! Caso interesantísimo: los héroes de la mímesis y la imitación "se cargan" al que encarna la racionalidad y el criterio. ¡Porque se le nota y quiere narcisamente que se note!

Lo que, por cierto, confirma como un buen ejemplo los postulados de Ferran Toutain en Imitació de l'home (La Magrana) —quizá el ensayo más penetrante, más estimulante, que se publicó en catalán el año pasado—-: es la imitación lo que constituye la esencia del ser humano y lo que rige su actuación en el mundo, y no la racionalidad, ni los vanos esfuerzos por forjarse una imposible "personalidad" diferenciada. Esta tesis estabularia que a Toutain le obsesiona desde siempre se aplica al campo de la política (lo vemos cada día) y a todos los demás aspectos de la vida.

"Cuanto más se percibe que los seres humanos dedican la parte más activa de sus existencias a imitarse mutuamente la personalidad, más se tiende a creer en lo inefable, a suspirar por la originalidad, a reclamar con vehemencia que se corra de una vez el velo que oculta lo auténtico", escribe Toutain. Hay en El estandarte, novela de Lernet-Holenia ambientada en la Primera Guerra Mundial (de próxima re-publicación en español), una deliciosa escena donde el protagonista, un oficial de caballería, trata de convencer a una casta señorita aristocrática a la que acaba de conocer y enamorar, y que le corresponde, de que se le entregue ya mismo, que se le entregue esa misma noche. Ella se resiste, apelando a su propio decoro, dignidad y excepcionalidad: "¿Qué adelantaríamos con hacer una cosa que puede hacer también la gente a quien no se le importa demasiado de sí?... ¿Por qué no me pides cualquier otra cosa que la que quieren todos de la mujer a quien hacen la corte?" La pobre, no se resigna a ser vulgar. ¡Como Wert! Y él porfía: "No tiene sentido entregarse a ilusiones y perder el poco tiempo que nos queda. Somos como todos. De seguro, no somos excepcionales. En general ya no estamos en la época de la excepciones, es el momento de las cosas comunes." Cada vez que el señor Wert sonríe conculca estas verdades y se cava la fosa política. Pero por ese prurito de distinción, por contrario que sea a la política y a la vida, y por impertinente que resulte, nos cae bien.

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