Diamantes y palmeras
Julio Iglesias actuó anoche en Barcelona en el nuevo Festival Jardins de Pedralbes
El aire cargado de perfumes, el espectro sonoro recogiendo frufrúes de tiros largos, una alfombra asalmonada deslizándose bajo zapatos de tacón y mocasín italianizante, rostros con arrugas omitidas, relojes que solicitan un cabestrillo para cargarlos, sí, un festival de verano. Éste en Barcelona, en la zona noble de la Diagonal. Franqueada la puerta el espectáculo habitual en casos así: publicidad de vehículos cuyo precio parece sólo averiguarse previo pago de 60 euros, carpas para ingerir refrigerios, publicidad inmobiliaria de fincas con salones que se antojan helipuertos y un sinfín de azafatas dotadas de lo único que parecía faltar a buena parte de la asistencia: juventud. Entre el público, ya sentado, comentarios del tipo: “sí, esa es la bandera catalana normal, la otra lleva una estrella”, refiriéndose a la que remataba el palacio de Pedralbes o “a Julito yo le echaba 80 años, pero tiene casi 70, aunque muy vividos”. Y sí, Julito esperaba como diamante de una noche a la que condujeron taxis que embocaron la alfombra asalmonada. Festival de posibles, festival bien.
Y Julio es único. Único por su mano planchando el traje de arriba abajo; único por el uso del concepto “gentes”; único por el constante recuerdo a su padre; único por las azucaradas loas que dedica a Cataluña cada vez que la visita; único, aunque no tanto, por ese aspecto cada día más parecido a Berlusconi, rostro de cera, cabello acartonado; único por haber superado la parodia con su propia creación: él mismo, seductor septuagenario que trata a sus coristas como aquellas beldades-florero que no asedia sólo por estar en público. Único. Único también por cantar igual a Patsy Cline (Crazy), Manuel Alejandro (Manuela), Lucio Dalla (Caruso), Hubert Giraud (Mamy Blue), Jacques Brel (Ne me quitte pas) o Emiliano Zulueta (La gota fría).
¿Y cómo canta Julio Iglesias?, pues con esa voz tenue que recuerda la liviandad del vuelo de la libélula, voz que acompañada por los arreglos uniformadores que se aplican al repertorio evoca no tanto un concierto en directo como escuchar una buena radio a distancia y a un volumen tirando a bajo. Una pluma en suspensión que disimula limitaciones, definitivamente disimuladas por caricias vocales y por alocuciones de un Julio que jugó al límite haciendo geopolítica párvula al indicar lo bien que les va a chinos e hindúes caminando juntos. Quien quiera comprender que lo comprenda. A la salida, dos parejas adultas lo hicieron “¿quién le manda meterse en ese jardín?, decían enfadadas. Algo cambia incluso entre los asistentes a los festivales bien. Pero ya en la puerta vuelta a la normalidad: regalaban semillas de palmera, una planta leñosa arborescente que no puede faltar en todo jardín que se precie.
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