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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El catalanismo y las crisis de fin de régimen

Enric Company

Al heredero de la Corona, el príncipe Felipe de Borbón, que hasta hace poco parecía haberse librado del desprestigio abatido sobre otros miembros de la familia real, le persiguen ya también las protestas políticas, incluso en escenarios tan insospechados como el Teatro del Liceo de Barcelona o, ayer mismo, en Alicante, en la inauguración oficial de un nuevo destino para el AVE de Madrid. Algo parecido le sucede al presidente de la Generalitat, Artur Mas, a quien silban o abuchean en ocasiones festivas antaño propicias para él como, el pasado fin de semana, un gran premio de motociclismo. Una de las características de estas protestas es que no obedecen, que se sepa, a una campaña premeditada. De manera que es oportuno preguntarse qué está pasando en esta sociedad, a qué obedecen unas actuaciones políticas de descontento que, claramente, están fuera del control de los partidos.

Al catalanismo no le quedará otra vía que proponer una República si el régimen actual sigue negándose a evolucionar

Es difícil distinguir lo que en estas manifestaciones hay de rechazo a determinados comportamientos que denotan insensibilidad política y social, de santa indignación por los numerosos y apabullantes casos de corrupción que afectan a los partidos gobernantes o de expresión del malestar provocado por la ya larga crisis económica. Lo más probable es que haya un poco de todo. Una posibilidad plausible es que su origen se halle la consciencia de que el sistema político instaurado con la transición a la democracia está agotado y no puede resolver los problemas de la sociedad. La Corona ostenta, entre otras cosas, la representación global de este sistema y cuando, por varias razones, el sistema hace aguas, entonces es lógico que se convierta también en receptora de la protesta.

Es probablemente factible llevar a cabo una renovación profunda del vigente modelo político-institucional sin sustituir la monarquía constitucional por una república. Pero no es seguro. Procesos de este tipo tienen un alto grado de incertidumbre. Recuérdese si no, por ejemplo, el fin de régimen de la Restauración, en 1923. En la Europa agitada por la profunda crisis de posguerra, mientras la oleada revolucionaria recorría un país tras otro desde los Urales hasta la propia España, la reacción de una monarquía acosada por una grave crisis social y un movimiento obrero radicalizado, por casos de corrupción en los suministros militares en la guerra colonial de Marruecos y por las demandas de autogobierno de Cataluña fue instaurar una dictadura militar. ¿Apelando a qué? Al orden público, forma de expresar lo que en puridad representaba el aplastamiento del movimiento obrero, y al nacionalismo españolista más intransigente como respuesta al movimiento catalanista.

Artur Mas y la mayoría parlamentaria que lo sustenta se proclaman independentistas, pero, de momento, lo hacen dentro del sistema constitucional

El sistema de la Restauración padecía en sus últimos años un grave problema de representatividad. Los partidos y el sistema electoral habían quedado desfasados, algo que ahora también sucede en España. El fin de la Primera Guerra Mundial provocó una fuerte depresión económica en España, más o menos como ahora, con la diferencia de que no existía la Seguridad Social. La Iglesia mantenía un conservadurismo ideológico y social, que es precisamente lo que ahora pretende recuperar a través de legislaciones sobre la enseñanza y el aborto, entre otras. A las tensiones nacionales en Cataluña se había respondido con una tímida reforma de la Administración Local, dando funciones de represión a los militares mediante la Ley de Jurisdicciones y rechazando instaurar un estatuto de autonomía. Este apretado resumen no pretende ser una lección de historia, pero sí una indicación de que muchos de los elementos de la actual crisis del modelo de la Transición estaban presentes en la crisis de la Restauración que, tras los siete años de la dictadura militar aceptada por Alfonso XIII, desembocaron en el advenimiento de la Segunda República. Obvio es decir que estos elementos estaban igualmente presentes en la crisis final de la dictadura de Franco.

Una de las características del actual malestar catalán con el sistema político constitucional es que al gobierno de Artur Mas y la mayoría parlamentaria que lo sustenta se proclaman independentistas, pero, de momento, lo hacen dentro del sistema constitucional. No proponen una república catalana. Ni española. Pero el tipo de respuesta que les ha dado el Gobierno español llevan a pensar que, más pronto o más tarde, al catalanismo no le va a quedar otra que virar hacia el republicanismo si quiere un cambio político de verdad. El régimen del que ha terminado por apropiarse el bipartidismo PP-PSOE ha perdido la flexibilidad que tuvo al nacer y no quiere atenderle.

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