Una enormidad apabullante
Muse orquestan un espectáculo descomunal en el Estadio Olímpico de Barcelona
Eran las 21:40 horas, el concierto justo estaba comenzando, pero atendiendo a los efectos parecía estar concluyendo. A las primeras de cambio el escenario ya ardía pues de sus entrañas brotaban llamas, al igual que desde las seis especies de chimeneas que lo remataban por su parte superior. A eso se le llama comenzar a todo trapo. Eran Muse, Supremacy la primera canción del repertorio y una vez concluida, entre el calor que llegaba al público por efecto de las llamas, Matt Bellamy, el cantante del grupo, saludó. Las digamos 40.000 personas que ocupaban el Estadio Olímpico de Barcelona bramaron. La cosa comenzaba a lo bestia.
Y claro, el escenario era descomunal. Bien, descomunal igual hasta resulta un adjetivo minimalista. Pantallas de configuración variable con más imágenes de las que un adolescente puede ver en su ordenador dándole a un videojuego, una miríada de focos escupiendo destellos como si se tratase de gastar todo antes de que cortasen la luz, una especie de digamos neuronas tamaño súper XXL en las gradas de la parte opuesta del estadio y cuatro señores bastante pequeñitos, los tres Muse más un teclista, ocupando, es un decir, el escenario y escapándose por el pasillo que conducía a un escenario más pequeño en medio de la pista. Bien, el batería, siempre esclavo de su inmovilidad, allí se quedo impávido. Y el teclista, jornalero anónimo, pues igual, quieto parado para no salir en las fotos. El sonido, alto pero no tan atronador como el impacto visual del montaje, iba afinándose a medida que pasaban los temas, mientras el público intentaba dar abasto con tanto estímulo. Ante la dificultad para encajarlo, nada mejor que gritar, botar y aplaudir, conductas infalibles en casi todas las situaciones de este estilo, en las que no se sabe cómo reaccionar ante tamaño aturdimiento.
Piezas como Supermassive black hole o Panic Station sonaron justo en los comienzos del repertorio, que tuvo uno de sus primeros momentos para la locura con Animals y sus confetis y con la trotona Knights of Cydonia, una animalada escondida tras un apacible y engañoso comienzo de armónica. Más gritos se oyeron antes de una versión de grupo ruidoso, como correspondía, el Dracula mountain de Lightning Bolt. Luego Matt se fue al escenario del centro de la pista y rebajó el octanaje de la noche, un ratito al menos, con el comienzo a piano de United States Of Eurasia con su deje Queen, Queen de mucho estadio, con músculo y a lo bruto, en plan catedral, demoler catedral, mejor dicho. La parejas se hablaban a berridos pegados justo al tímpano y las pantallas unificaban su imagen hasta convertirse en tres, quizás cuatro o incluso cinco, pantallones tamaño campo de fútbol. Las parejas, a fuerza de pulmones, parecían entenderse, al menos más que las letras que cantaba Bellamy, quien también ponía cara de esforzarse tensando cuerdas vocales para dejarse oír. Una hermosa comunión de esfuerzos entre el estruendo. Y es que cuando las personas se quieren comunicar, no hay volumen que lo impida. Ni el de Muse.
Nada mejor que gritar, botar y aplaudir ante los aparatosos Muse
La mitad del concierto ya estaba cerca y las afonías aún no eran perceptibles entre el público, que gritó salvajemente con Follow me y sus logrados efectos de conexiones neuronales en pantalla, sin duda pulverizadas por el salvajismo heavy de Liquid state cantada, muy regular, por el bajista, Christopher Wolstenholme. Y venga decibelios, que total en cien años todos sordos. Ahí estaba Stockholm syndrome con 300 pantallas de televisión en los pantalones del escenario, y humo, y luces, y falsetes y una épica de Aníbal con elefantes pasados de crack. Para rebajarla, set en el escenario de la pista con batería incluido, momento para comunicar sin gritos, y recta final: de hablar ni hablamos. Por cierto, Matt se enfundó una bandera española sin saber que los notables pitidos que recibió no eran de satisfacción.
Y bien, el simpático robot Charles se dio un garbeo por escena en The 2nd law. Unsustainable, y el trapío de la banda se escampó con piezas como Plug in baby, Survival, Uprising o Starlight. Una bestialidad de cornadas visuales y sonoras para dejar al pardillo de Wagner a la altura de Enya. Así son los Muse, tan enormes, grandiosos y aparatosos que de tomarse completamente en serio a sí mismos, su ego no cabría en el estadio que ayer arrasaron a fuerza de tamaño.
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