“La mató, la Carme no quería morirse. Me parece un crimen”
Familiares de las víctimas lamentan el trato cordial que mantuvieron con el celador de Olot cuando les consolaba
Cuando María Dolors Costa entra en la sala, Joan Vila clava la mirada en el suelo y ya no vuelve a levantarla más. La mujer, de melena rubia rizada, relata sin levantar la voz ni alterarse cómo encontró a su anciana tía, de 85 años, después de que Joan Vila la obligase a beber ácido desincrustante. “Entrar allí y verla fue una escena macabra: tenía toda la mejilla izquierda negra y quemada; los labios así, grandes, negros y quemados”. El médico acababa de preguntar a María Dolors si quería que conectase a la mujer a una máquina o si prefería que la sedase. “Enseguida dije: morfina”, relató ayer. La agónica muerte de Paquita Gironès desenmascaró la carrera criminal de Vila, el celador de Olot, el 17 de octubre de 2010. El hombre es el asesino confeso de 11 ancianos y se enfrenta a la petición de 194 años de cárcel del fiscal. Ayer, en la sexta sesión del juicio que se celebra en la Audiencia de Girona, fue el turno de los familiares, que hasta ahora habían guardado silencio. Relataron cómo jamás imaginaron que detrás de aquel cuidador se escondía un asesino.
“Le di la mano dándole las gracias. Eso, por desgracia, es como si le hubiese agradecido lo que había hecho”, se culpó María Dolors, al recordar que quiso agradecerle al cuidador de su tía el trato que le había dispensado en La Caritat. La mayoría de los testigos recordaron cómo el celador, de 47 años, había sido tierno, detallista. Cómo mimaba a las víctimas en el lecho de muerte y consolaba a sus familiares. “Fue muy cariñoso con la yaya”, relató dolida Marta Vallé, sobre su abuela Carmen Vilanova, de 80 años.
El marido de la víctima, todavía vivo, también pasó por la Audiencia. Renqueante, se plantó delante del micrófono, y, lacónico, dijo: “La mató. La Carme no quería morirse. Me parece un crimen”. El asesinato les dolió doblemente: hace tres generaciones que viven en Castellfollit de la Roca, “puerta con puerta” con Vila y sus padres. Su hija, Marta Codina, fue firme ante el fiscal: “Me sentí engañada. Joan siempre había sido amable. Incluso hubiese dicho que apreciaba a mi madre”. Marta Codina dijo tenerle “confianza absoluta”.
“Estaba en la camilla, soplando mucho y mucho, con la mascarilla y los ojos muy abiertos. ¿Qué te pasa madre? Parecía que quería decirme algo”, declaró Ricard Colldecarrera sobre la muerte de su madre, Montserrat Guillamet, de 88 años, a la que Vila confesó haber envenenando con líquidos corrosivos.
De la misma forma, la muerte de Sabina Masllorens, de 87 años, sorprendió a su entorno. Sobre todo, después de que el día del entierro, los trabajadores de la funeraria les preguntasen si Sabina usaba máscara de oxígeno. Tenía unas marcas negras alrededor de la boca y de la nariz, y ni siquiera con maquillaje habían logrado disimularlas. Pero Sabina no usaba mascarilla. Preocupados, acudieron a Vila: había sido muy delicado con Sabina. “Lo comentaré en la Caritat”, se comprometió él. “Joan Vila nos dijo que estuviéramos tranquilos, que habían hecho todo lo que habían podido por ella”, añadió una sobrina nieta de Sabina, Anna Diago.
Esta última, periodista de formación, llamó a los Mossos cuando se enteró de la detención de Vila. En aquel momento le vinieron a la cabeza las extrañas manchas de la anciana en la cara, las explicaciones detalladas de Vila… Y se lo contó a la policía. En cuanto los investigadores le preguntaron, el celador confesó que la había matado con lejía.
“Me sentí engañada. Joan era amable, creí que apreciaba a mi madre”
La detención de Vila también alertó a los familiares de Guillamet. “Llamé a un amigo mosso d’Esquadra. Le dije; mira, el caso coincide bastante”, explicó ayer, emocionado, Xavier Colldecarrera. Al día siguiente los agentes llamaron a su madre para que fuesen a declarar. Vila confesó.
A pesar de que la mayoría de los familiares admitieron que Vila era un cuidador normal, que incluso mostraba más cariño y cuidado del habitual con los ancianos, ayer volvió a salir la mala relación con su última víctima, Paquita Gironès. La anciana, con demencia senil, insistía en el que el hombre la quería matar. Incluso dijo que “cuando la duchaba le quería quemar las partes íntimas”. “Pensamos que era por la enfermedad. Y tampoco creímos que jamás nadie pudiese hacerle algo así”, admitió su sobrina. Los hijos de Isidra García, de 85 años, también dijeron que no “le caía bien” a la mujer. “La tuvieron dos meses desenterrada”, masculló uno de ellos, dolido por las exhumaciones. Al volver al banquillo del público, no pudo más, y entre dientes, soltó: “Hijo de puta”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.