Clonación, ciencia y ética
El ser humano nunca puede ser producido para utilizarse como medio para conseguir algo
Aunque han transcurrido apenas quince días desde que se publicó en la prestigiosa revista Cell que se había conseguido la clonación de embriones humanos por un equipo de la Universidad de Oregón, son ya muy numerosos los artículos dedicados a este tema, por lo que se podría pensar, posiblemente con razón, que poco hay que añadir a lo ya dicho. Sin embargo, nos parece que todavía puede ser útil algún comentario adicional.
Dos son los aspectos que creo merecen una reflexión con respecto a este trabajo: el técnico y el ético. Con respecto al aspecto técnico, biomédico, creo que sería injusto que por razones ideológicas, en este caso realizadas desde una Universidad Católica, se minusvalorase el avance científico que estas investigaciones suponen, pues clonar un embrión humano es un hito indudable y por supuesto no fácil, pues hasta ahora han sido bastantes los intentos realizados, pasando por los del coreano Woo Suk Hwang, que resultaron escandalosamente fraudulentos. Sin embargo, antes de Hwang ya se habían realizado otros y posteriormente alguno más, sin que al parecer lograran su objetivo. En los últimos años han sido cuatro los llevados a cabo con un cierto éxito, pues llegaron posiblemente a producir embriones humanos, pero en ninguno de ellos se consiguió derivar células madre embrionarias a partir de los embriones generados. Esto sí que lo ha logrado el equipo de Mitalipov, y además a partir de ellas han podido derivar células cardiacas, lo que indudablemente abre la posibilidad de que éstas puedan ser utilizadas en el campo de la medicina regenerativa y reparadora, sin duda la más apasionante posibilidad terapéutica que este siglo XXI en el que estamos nos ofrece. Pero ello, es algo que todavía está por demostrar.
Todo lo anterior avala que la investigación realizada por el equipo de Oregón tiene una indudable relevancia científica, que como tal hay que destacar, aunque indudablemente aún son muchos los pasos que hay que recorrer para que estas experiencias puedan encontrar su aplicación en la clínica humana.
Sin embargo, la evaluación de este avance científico quedaría incompleta si junto al comentario técnico no se añadiera también una reflexión ética.
A mi juicio, si algo hace al hombre esencialmente diferente al animal es que el hombre es un ser moral, es decir un ser que en el ejercicio de su libertad/responsabilidad debe responder de las consecuencias éticas de los actos que realiza. Los científicos, por humanos, no pueden quedar al margen de esta responsabilidad. Por ello, el trabajo de Mitalipov y su grupo ineludiblemente requiere una valoración ética.
Pero para hacerla hay en primer lugar que dejar establecida una realidad biológica que creo incuestionable. La vida de los seres de nuestra especie comienza con la fecundación. Pienso que de ello biológicamente no puede existir duda. Otra cosa es el estatuto jurídico, filosófico y ontológico, que a ese ser humano producido se le atribuya, lo que razonablemente puede estar sometido a debate. Pero que la vida humana comienza con la fecundación, la consiguiente producción del embrión humano de un sola célula, el cigoto, y la subsiguiente evolución ininterrumpida hasta alcanzar la fase del denominado blastocisto, el embrión de 60 a 200 células, parece incuestionable, y ello tanto cuando esa vida humana se produce por vía natural, como cuando lo es por fecundación in vitro, o por trasferencia nuclear a somática (clonación), como es el caso que nos ocupa.
Por tanto, terminar con la vida de un blastocisto humano creemos que no merece una valoración ética positiva, aunque ello pueda tener una posible finalidad experimental que se juzgue útil. El ser humano nunca puede ser producido para utilizarse como medio para conseguir algo, sino siempre como fin en beneficio propio. Y esto es lo que ocurre con los embriones producidos en las experiencias de clonación que estamos comentando, que son generados para ser destruidos, pues esto es indispensable para obtener las células madre embrionarias que en teoría podrían ser utilizadas, en un futuro más o menos próximo, con fines terapéuticos. Consecuentemente tener que destruir los embriones producidos es lo que condiciona un juicio ético, a nuestro juicio, negativo de las experiencias de Mitalipov y su grupo.
Justo Aznar es director del Instituto de Ciencias de la Vida de Universidad Católica de Valencia
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