Los cuatreros cabalgan en la raia
Centenar y medio de becerros fueron robados de sus establos durante la noche en pueblos de Ourense próximos a Portugal El único rastro es una marca de ruedas
No dejan marcas de herradura, sino de neumático. Y en la comarca se dice que el dibujo de las ruedas ha sido siempre el mismo hasta el último robo, el más grande, en el que supuestamente, con el dinero amasado en media docena de asaltos previos, la posible banda estrenó un tráiler con plataforma larga en la que cargó de una vez 63 terneros. Los cuatreros, como está mandado, atacan de noche y aunque parezca imposible nadie se entera. La penúltima vez, en Gudes (Xinzo), cuando aún se movían con el camión mediano, se llevaron 13 becerros después de forzar el recio cierre metálico que cerca la granja y la puerta de la nave, que no dista más de 200 metros de la última casa habitada. Actúan con un sigilo imposible, en un negocio, el de robar ganado, inevitablemente estruendoso.
Pero también ocurre que en los enclaves vecinos de las explotaciones atacadas habita una población envejecida que quizás oye poco. Los jóvenes se han ido porque el paro golpea fuerte este confín galaico-portugués, que no ha sabido recuperarse del desastre económico que supuso la desaparición de las fronteras europeas y el consiguiente fin del contrabando.
El desmantelamiento de los puestos de vigilancia y las aduanas marcó también el éxodo de muchos guardias civiles. Aquí y allá, se pregunte a quien se pregunte, existe un hondo sentimiento de “desprotección”. Quedan pocos agentes para vigilar tantos viejos pasos fronterizos, tantos caminos y aldeas; “igual que se llevan el ganado un día pueden llevarse por delante a nuestros padres”, comenta el arraiano José Ramón González, secretario de Agricultura y Ganadería Extensiva de Unións Agrarias.
Tanto la Guardia Civil como los ganaderos de la comarca dicen que estos robos “no tienen apenas precedentes” en la zona. Hablan de “oleada” de asaltos, y se investiga si detrás se oculta una auténtica banda organizada, con tratantes, matarifes, carniceros y veterinarios conchabados en el negocio. “Seguimos todavía varias líneas de investigación”, asegura un portavoz oficial del instituto armado cuando se le pregunta por las pesquisas llevadas a cabo en Portugal, mano a mano con la Guarda Nacional Republicana. “Pero la solución podría ser inminente”, anuncia. Los siete cuarteles y puestos que se reparten los municipios próximos a la frontera han recibido orden de permanecer en silencio. Es el caso más importante que se traen entre manos desde hace tiempo. “Un problema verdaderamente gordo”, añade el representante de Unións Agrarias.
“El instinto de los raiatos es andar al margen de la ley”, reconoce S. V. “Pero lo tradicional, aquí, nunca fueron los robos, sino el contrabando. Todos tuvimos abuelos que pasaban mercancía y conocemos los códigos de la frontera”. Una determinada luz encendida en una casa. Una ventana abierta con un paño blanco colgando. Había señas invisibles a los ojos de los guardias que indicaban el momento propicio para el transporte ilegal de mercancía. En los 80, aquí todavía se podía vivir de pasar café Sical, ropa, lámparas de araña o ganado. A lo largo de todo un año, decenas de miles de terneros criados al sur de la raia cruzaban a pie, guiados incluso por ancianas y niños, porque su carne introducida furtivamente en Galicia se pagaba mejor en España que en Portugal.
Se sabe que son más de 120, pero la cifra ronda seguramente ya las 150 cabezas. Los robos se llevan a cabo desde el último trimestre del año pasado, a razón, aproximadamente, de uno al mes, y hasta la última vez, con una media de 13 o 14 animales por golpe (los agentes suponen que porque esa era la cantidad que cabía en el vehículo de los cuatreros). Han faltado becerros de granjas de Morgade, Damil, Vilariño das Poldras y Gudes en el municipio de Xinzo y también de un establo de Montalegre (en Portugal, a 20 kilómetros de Xinzo). Algo más alejados de la frontera, fueron atacadas dos explotaciones de Sandiás. Y en la noche que vino después del Día de la Madre tuvo lugar el gran asalto de Carzoá (Cualedro): desaparecieron sin dejar más rastro que el de las ruedas en el barro, alguna mancha de pintura azul y un palé tirado 63 becerros. Otros cuatro lograron escapar y amanecieron al día siguiente pastando en un prado cercano. Severino Fernández, el dueño de la granja, vive a 1.300 metros. La última casa de Carzoá está exactamente a un kilómetro de la nave de vacuno. Severino cuenta que tiene seguro y confía en que este ataque no suponga su ruina: “Me costaron 45.000 euros, y esperaba venderlos por 75.000: les podían faltar 15 días para estar a punto”.
No hay muchos mataderos, ni al norte ni al sur de la raia, capaces de asumir tanto sacrificio, ni de dar salida a tanta carne en pocos días. Una de las hipótesis habla de un cambio de crotal (pendiente identificativo) una vez cruzada la frontera. Otra, de una extraña práctica que llevaría a ganaderos gallegos a vender a cuatreros el número de identidad de becerros que se les mueren (la mortandad es del 5% en los primeros meses) para devolver el ganado robado al circuito legal. La carne sin sello, en España, es difícil de despachar.
De lo que no hay duda es de que los ladrones tenían buena información. Todos los becerros que se esfumaron estaban ya cebados. Varias de las granjas atacadas crían ganado para Coren, y la cooperativa les exige unos estándares: el engorde es más uniforme, “los animales están limpios y cuidados”, explica el propietario de Carzoá; “yo les había cortado el pelo”. “Los del camión de la basura dijeron que vieron pasar por la carretera de A Xironda [la que lleva a Santo André, a 17 kilómetros, ya en Portugal] un tráiler con una plataforma larga de color azul”, comenta el atribulado ganadero. “A mí, lo que más me duele es cómo habrán sufrido mis becerros en ese viaje”.
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