Un grupo inversor proyecta una isla artificial de lujo frente a Barcelona
El plan, que prevé hoteles y viviendas, es visto con recelo por el Ayuntamiento
Una isla artificial, como las construidas en Dubái, en plena costa de Barcelona. Una inversión de 1.500 millones de euros que incluye hoteles y viviendas de lujo, con forma de una gran nave espacial. Pisos a partir de 495.000 euros y áticos de 20 millones. Todo conectado a tierra firme con una gran pasarela. Y ecosostenible, aseguran sus promotores.
Parece un bulo de los que corren por las redes sociales, pero sus responsables insisten en que la idea va en serio. Para ello ya han hecho un primer proyecto, que venden con aires de lujo y seguridad inversora en la página de Internet www.barcelonaisland.com. El Ayuntamiento de la capital catalana, por su parte, confirmó ayer que los promotores —el fondo de Apogee Investors y Mobilona, ambos estadounidenses— ya han comunicado oficialmente sus intenciones. Una portavoz de Barcelona Island asegura que también están en contacto con las autoridades catalanas y españolas, aunque ninguna lo confirma.
“Será la isla artificial más grande de Europa y su Torre Galaxy tendrá 300 metros de alto, el hotel más alto del continente”, asegura vía correo electrónico Jerome Bottari, presidente de Mobilona, que también tiene proyectos similares en Hong Kong y Los Ángeles. La empresa se creó solo hace un año y el pasado 2 de mayo firmó un acuerdo con Apogee —creada en 2009 en Delaware, Estado de EEUU conocido por su laxa fiscalidad— para dirigir la financiación de las obras de la isla. Bottari, de origen francés, tiene un gran recorrido en el mundo de los yates de lujo y trabajó en Singapur en una empresa de pequeñas aeronaves.
Los promotores son herméticos sobre el sitio donde hipotéticamente se construiría la isla o sobre sus dimensiones, alegando la necesidad de “confidencialidad debido al volumen de la operación”. “Estamos trabajando con Barcelona y Cataluña para determinar la mejor ubicación para el proyecto, una que sea favorable para los vecinos y atractiva para los visitantes. También buscamos una buena localización para nuestras plantas de energía verde, que aseguran la sostenibilidad de la isla y la región”, explica Bottari.
Se trata de un difícil puzle teniendo en cuenta el litoral catalán. La Autoridad Portuaria de Barcelona está prácticamente en el centro de la ciudad. El aeropuerto de El Prat siempre se planteó una posible extensión utilizando una isla artificial, como lo hace el de Kansai, en Japón, aunque la crisis apagó el plan. Una portavoz del Ministerio de Agricultura recuerda que este tipo de proyectos necesita demostrar “un uso compatible con el interés general, como lo manda la Ley de Costas” y deja la pelota en el techo de la Generalitat. El Departamento de Territorio y Sostenibilidad dice que la decisión tendría que tomarse en Madrid. Líos burocráticos en un país donde las islas artificiales no son, de momento, muy comunes. Bottari argumenta que la isla “tendrá parques y playas públicas”.
El Ayuntamiento de Barcelona asegura que tiene la obligación de analizar y atender cualquier petición que llegue. Sin embargo, aclara que “cualquier proyecto que quiera tirar adelante se ha de ajustar y encajar con el modelo de ciudad”. Fuentes el Consistorio, sin embargo, ven la iniciativa con recelo. Las críticas no solo ponen en duda la estética, sino que objetan el tiempo que tardarían los permisos medioambientales. A diferencia de Dubái, apuntan otras fuentes, el litoral catalán es profundo cerca de la playa.
Bottari asegura que está en el proceso de “hacer de Barcelona su casa y su primera residencia”, y que todo el equipo administrativo del proyecto “será residente de Cataluña”. “Queremos crear empleo y haremos negocios con compañías locales”, asegura. Y como ejemplo pone que el diseño de los edificios está firmado por Erik Morvan, un arquitecto francés radicado en Sant Andreu de Llavaneres (Barcelona). El despacho de Morvin declinó a hacer declaraciones.
La inspiración espacial de los edificios no solo se ve en las fachadas de los edificios. También estará en el interior de las habitaciones. “Estarán dotadas de sistema de Internet , habrá un observatorio astronómico y paneles de inmersión para que huéspedes y habitantes disfruten de las imágenes más asombrosas vistas del universo”.
A pesar del escepticismo, la historia reciente de Barcelona está llena de ideas polémicas. Aún se espera la llegada de un hotel-barco desde Malasia. Cuando se negociaba si Eurovegas llegaba a Cataluña, se llegó a plantear que los edificios estuvieran inspirados en la obra de Antonio Gaudí.
Iniciativas que naufragan
La historia reciente de las islas artificiales no es precisamente una colección de éxitos. El fracaso más estruendoso y más caro corre por cuenta de The World, en Dubai. Como su nombre lo indica, el proyecto incluía 300 islotes que dibujaban el mapa del mundo. Angelina Jolie, Rod Stewart y Naomi Campbell cayeron en el capricho inmobiliario. Hasta su pequeño pedazo del planeta en miniatura solo se podía llegar por el mar.
La construcción corría por cuenta de un consorcio público de Dubai World. La reserva de las propiedades exigía el pago del 70% de su valor, toda una burbuja. Pero en 2009 la crisis alcanzó al emirato y todo se quedó a medio construir. El responsable del consorcio que compró Irlanda, por 38 millones de dólares (29,6 millones de euros) en 2007, se suicidó dos años después. El estado actual de la estructura se aleja mucho de la idílica idea de ese mundo solo poblado por famosos. Desde el espacio, los islotes se ven erosionados y la deuda es astronómica. En 2011 ascendía a más de 24.900 millones de euros.
Más suerte tuvo la gran isla artificial con forma de palma datilera, al frente de la playa de Jumeraih en Dubái. Tardó casi ocho años en construirse y es el máximo símbolo de la opulencia del emirato. Está conformada por un tronco (con más de dos kilómetros de largo), 17 hojas y una circunferencia a modo de rompeolas. Se conecta con la tierra firme a través de un monorraíl.
Pero no todo ha sido lujo. En Japón se echó mano de la idea de una isla artificial para poder albergar la pista del aeropuerto internacional de Kansai, en Osaka. Su construcción se realizó durante los años ochenta y necesitó 20 años de planificación. Costó un total de 15.000 millones de dólares (11.700 millones de euros).
La isla, de cuatro kilómetros de ancho por uno de largo, necesitó 21 millones de metros cúbicos de hormigón para su construcción. Está hecha a prueba de desastres naturales y ha sobrevivido a terremotos y maremotos. Sin embargo, se ha hundido más de lo que calcularon los ingenieros: 11 metros en seis años.
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