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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Política y movimientos sociales

El 15-M empezó a romper la utopia de la invisibilidad y planteó la necesidad de una redistribución profunda del poder

Josep Ramoneda

Hace dos años irrumpió en la escena pública el movimiento del 15-M. Fue la primera señal de ruptura del miedo en una sociedad que asistía desconcertada al hundimiento de un modelo de consumo sin fin que había llevado a una verdadera locura nihilista. De pronto, todo lo aparentemente sólido se desvanecía: los bancos, el valor de los inmuebles, las empresas, la función pública, con el consiguiente correlato de paro, caída de los salarios, desahucios y quiebras masivas.

Los mismos gobernantes que se jactaban de dirigir el país nadando en dinero, proclamaban la llegada de la austeridad radical y pintaban un paisaje apocalíptico, adornada con la cínica apelación a los sacrificios. El miedo paralizó a una sociedad que entraba en una fase de desclasamiento masivo en casi todos los niveles de la pirámide social y de fractura entre los instalados —los que conservaban el puesto de trabajo— y los que entraban en proceso de exclusión. Hasta que el 15-M tomó calles y plazas.

El apoyo masivo de la ciudadanía a los manifestantes dejaba constancia del malestar de una población que seguía atemorizada, pero que se proyectaba en los que protestaban para proclamar su indignación. El 15-M empezó a romper la utopía de la invisibilidad, de los que pensaban que se podía pasar la crisis escondiendo a los perdedores, reduciéndolos a datos estadísticos. Era el inicio del protagonismo de los movimientos sociales, que alcanzaría especial notoriedad con las PAH y la ILP sobre la dación en pago. Desde las instituciones políticas se les ha tratado entre el desdén paternalista, las amenazas y el miedo al contagio social. El masivo impulso inicial perdió fuerza y pareció que el arrebato moral se desvanecía. Pero el movimiento se desparramó en infinidad de iniciativas centradas en problemas concretos más que en promesas abstractas de transformación de la sociedad. El inmovilismo se había roto. Y la mirada ciudadana hacia las élites dirigentes se hizo cada vez más descarnada.

Bajo el dictado de los asesores de comunicación, la política se sigue vendiendo como una mercancía cualquiera, lo que supone de degradación de la relación políticos-ciudadanos

¿Cómo dar transformación política real a estos movimientos? ¿Cuál es el papel de la calle en sociedades con tradición de bienestar como las europeas? ¿Cuál será la función del mundo digital en la política que viene? ¿Hasta qué punto se anuncia un cambio en la política en que la red será decisiva? Como explica el sociólogo francés Dominique Carson la comunicación política se ha desarrollado a dos niveles: desde el centro las instituciones y los medios de comunicación emitían unos mensajes, en la periferia la conversación de los ciudadanos se movía ajena a ellos y crecía en irritación y desconfianza. ¿La irrupción de lo digital es la oportunidad de romper esta fractura y reconstruir nuevos espacios políticos?

De momento, las señales no van en esta dirección. Bajo el dictado de los asesores de comunicación, la política se sigue vendiendo como una mercancía cualquiera, con lo que ello supone de degradación de la relación entre políticos y ciudadanos. No se les trata como sujetos políticos, que es lo que significa la palabra ciudadanos, sino como consumidores. Los políticos usan la red como una prolongación de la comunicación convencional. La red, a su vez es una suma de enormes potencialidades y de grandes riesgos: junto a la vorágine creativa y a la capacidad de movilización encontramos también la enorme volatilidad de todo lo que en ella nace, los problemas de fiabilidad y credibilidad y la dificultad de orientarse en medio de tan inmenso océano.

Los dirigentes políticos, obsesionados en la defensa del statu quo, no quieren entender la necesidad de una redistribución real del poder

Los dirigentes políticos, obsesionados en la defensa del statu quo, no quieren entender la necesidad de una redistribución real del poder. Y los movimientos sociales desconfían por completo de la política. La izquierda, desarbolada por su responsabilidad al haber sido incapaz de poner límites a los abusos del poder económico, no es considerada como interlocutor posible. Y, sin embargo, no hay que ser heidggeriano para entender que un nuevo medio de la potencia de lo digital produce efectos sobre la realidad y sobre la propia condición humana, de modo que difícilmente la política podrá seguir siendo igual que hasta ahora.

El aniversario del 15-M es una ocasión para reflexionar sobre el futuro de la política. La alternativa es clara: encontrar vías para una regeneración de la democracia (a partir de una profunda redistribución del poder) o seguir por la vía del autoritarismo posdemocrático que caracteriza la política de limpieza social con que los gobiernos afrontan la crisis. Evocando a Albert Hirschmann, el 15-M y los movimientos sociales posteriores han dado voz a los silenciados, han contribuido a que se hable de salida frente a este "insulto a la inteligencia" (Enzensberger) que es la afirmación de que no hay alternativa y han ofrecido complicidad a quienes se sienten excluidos o no representados.

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