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FOLK | CLEM SNIDE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ironía ‘gafapasta’

El inminente disco 'Songs for Mary' surge a partir de las 150 canciones que escribió a la carta a los admiradores que se las reclamaron

Corbata, camisa blanca y jersey rojo de pico, gafas de pasta y algo de flequillo. El zurdo Eez Barzelay parece salido de algún lipdub de Nuevas Generaciones, pero hay bastante de irónico en el atuendo y, en general, en casi todo lo que pasa por las manos del líder de Clem Snide. Un trío de trayectoria intermitente y extraña incluso para los parámetros del country alternativo, eso que ahora llamamos “americana”. African friends, por ejemplo, sonó anoche en El Sol como si Johnny Cash se hubiera perdido en una fiesta de universitarios gafapasta, mientras que la estupenda Something beautiful parece jazz vocal desmadrado.

No es fácil sintonizar, a un paso de la Puerta del Sol, con el desconcertante sentido del humor de un tipo que ha estudiado en Boston y escogió un personaje de William S. Burroughs para bautizar a la banda. Otro dato singular: su inminente nuevo disco, Songs for Mary, surge a partir de las 150 canciones que escribió a la carta a los admiradores que se las reclamaron.

El aspecto de Barzelay recuerda a un Buddy Holly de movimientos convulsos y sus estrofas, como las de Like lightning flashes, a veces desembocan en falsetes espasmódicos. Pero algunas de sus piezas, más allá de su aparente desaliño, son excelentes. En particular, Moment in the sun, lo más parecido a un éxito en su repertorio, con fraseo vanmorrisoniano y un tarareo que imita el timbre de una trompeta.

La parte de Eez en solitario, ya en la medianoche, resultó más deshilvanada, además de corroborar la imparable pasión de los cantautores por el ukelele y su escaso aliño al recrear Fly me to the moon.

Nada comparable, en cualquier caso, con el prólogo de Rafael Berrio. El áspero cantautor donostiarra dio pábulo al desasosiego con su voz atormentada y esas letras, algo más que taciturnas, sobre “santos mártires yonquis”, “torbellinos de espantos” o cómo morir ebrio junto a una tapia. Los suyos son versos sin rima ni mucho menos esperanza, letanías tan crudas que derivan en incomodidad: mientras repetía docenas de veces “Creo en la virtud de la desgana”, el murmullo de las conversaciones lo sepultaba todo.

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