Mirando atrás con pasmo: eso del arte
El Guggenheim de Bilbao revisa a fondo el “arte en guerra”, la creación oculta durante la ocupación francesa
Un buen negocio es la mejor forma de arte, dejó caer Andy Warhol. Lo espetó como provocación y, como quien no quiere la cosa, legó así un documento del mercado artístico de su época, los sesenta y setenta, el dorado disfraz de la guerra fría (de la dictadura aquí) de fuerte brío, la sociedad de consumo, ancestro o fantasma, no sé muy bien, que llegamos a conocer. Los tiempos ya no están para alegrías del consumo masivo, pero siguen dando la razón a Andy. Un buen negocio es arte.
No hay otra forma de entender la fortuna de los bancos en lo que llevamos de siglo, y quién sabe hasta cuándo. Si no es como correspondencia con la fortuna de cierto mercado artístico y del mercado del lujo, boyantes a más no poder en este infierno de la historia, perdonen que me ponga expresionista alemana. Ah, qué cosas grandes dijo Andy. Mantra: un buen negocio es la mejor forma de arte posible. Claro que sí. Aunque mis buenos negocios son de otra suerte no tengo dudas de que haberlos, los de tipo Andy, sigue habiéndolos. Puede que incluso estén a punto de entrar en los museos.
Que algo sea arte depende solo de si está o no en un museo o galería
En realidad, que algo sea arte depende solo de si está o no en un museo o galería. Si el escrache de la PAH no lo es todavía es por eso. Aunque sea una acción callejera como tantas han hecho y hacen los artistas desde hace al menos seis décadas, a la PAH no la representa una galería de arte. Pero no todo va a ser el arte de los pringados. Un día alguien pondrá en formol, por poner dos ejemplos distantes y variados, una réplica de Bru de Sala por sus 123.000 euros como comisario del Año Espriu y otra de Bárcenas por sus 38 millones de euros en Suiza, como el tiburón de Damien Hirst, y pujarán por ellos en subastas.
Poner a Bankia en formol, por citar a un solo banco, convendrán conmigo que sería muy complicado, por más artísticos que les hayan salido los negocios a los bancos. Ni siquiera a Hirst, artista icono de la estética creada por la era de la difunta Margaret Tathcher, le podría interesar, calculo, tras haber logrado 100 millones de libras en Sohteby’s el mismo día de la caída de Lehman Brothers en 2008, ¿recuerdan? El astuto Hirst pasó de intermediarios y él mismo se representó en la subasta —es un artista empresario, nueva modalidad—, y aunque nada más se sabe, puede que fueran los tiburones de Lehman Brothers quienes tras liquidar el banco se hicieran, entre otras cosas del lote, con Por el amor de Dios, titulito de su calavera de platino y diamantes.
Todo esto viene a cuento de la exposición en el Guggenheim de Bilbao El arte en guerre. Francia, 1938-1947, hasta primeros de septiembre. Nos presenta otra cara del arte, cuando los artistas no hacían buenos negocios, ni siquiera Picasso entonces, pero seguían creando. De Picasso está entre otras una obra muy poco vista, un retrato de mujer que es en realidad un autorretrato, de 1941, en el que el pintor se funde con Dora Maar, la artista que tanto le ayudó a configurar el Guernica. Otra cara del arte, en efecto.
Habla la exposición de los tiempos de la ocupación nazi y el colaboracionismo francés, del arte sumergido por los historiadores y los exegetas del mercado artístico que siguen repitiendo que el arte desapareció en Europa en aquellos años, sobre todo en el París que hasta entonces era su capital.
Artistas de toda condición seguían pintando o dibujando, lo que fuera, en los campos de internamiento franceses, más de 200, dato desconocido hasta hace poco que esta exposición, comisariada por Laurence Bertrand Dorléac y Jacqueline Munck, pone de relieve.
Vemos obras de artistas muy reputados, no en balde el recorrido se abre con la evocación de la exposición de 1938 de los surrealistas, los únicos que se dieron cuenta ya entonces de que podía llegar lo peor. Pero sobre todo vemos obras de creadores ocultados. Joseph Steib, el alsaciano que se burlaba de Hitler, era un funcionario que en su cocina elaboraba feroces retratos de lo que sucedía fuera. O Charlotte Salomon, muerta en Auschwitz a los 26 años, o Anton Räderscheidt pintando en el campo francés de Gurs…
El arte que hizo la guerra a la guerra es el hilo rojo de la exposición. La recorrí varias veces, terminé preguntándome cuándo emergerá el arte que hoy hace la guerra a la guerra que vivimos.
Mercè Ibarz es escritora.
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