Jamás te midas con la gente ideal

El teatro universitario fue, durante el franquismo, el lugar donde se estrenaban los títulos con enjundia; después, siguió siendo vivero de actores, autores y directores de primera línea (como Ernesto Caballero, que pilota hoy el Centro Dramático Nacional). Si le prestáramos la atención que merece, descubriríamos gemas como Queremos ser los Seseman, irónica comedia dramática sobre los estilos de vida presuntamente ideales, la tendencia a compararnos con las élites que los encarnan y la merma en la autoestima que resulta de tal comparación.

Recién llegada a la urbanización Bosqueluz (uno de esos falsos topónimos con los que las inmobiliarias reemplazan el nombre histórico del territorio que asolan, para que no quede ni rastro de lo que fue), la guapa, inteligente e idílica pareja formada por Abril y Víctor Seseman se convierte en el patrón por el que sus vecinos querrían cortar sus vidas en adelante; y al compararse con ella, empiezan a sentirse más desgraciados aún: tales vecinos son una versión con posibles de la disfuncional familia Coleman, desdoblada y trasplantada a una de esas no ciudades cuya armonía artificiosa David Lynch dinamitaba sin contemplaciones en Terciopelo azul.

Por su humor certero, por la extrañeza de las situaciones cotidianas que plantea, por el airoso trabajo de sus ocho intérpretes (enseguida aceptamos la convención de que cuatro tengan la mitad de la edad de sus personajes) y por su atenta puesta en escena, durante la cual el público se traslada por las estancias llenas de muebles del nuevo teatro a la bonaerense que La Puerta Estrecha ha abierto en Amparo 94, Queremos ser los Seseman cautiva, divierte, da que pensar y deja con ganas de más.