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El museo de la cultura castrexa agoniza en Ourense tras consumir 10 millones

El alcalde de San Amaro se niega a recibir el centro mientras la Xunta no asuma los gastos

El museo de la cultura castrexa
El museo de la cultura castrexa NACHO GÓMEZ

A medio camino entre el castro y la llanura de Eiras está la mole. El centro de interpretación de la cultura castrexa de Galicia, semisoterrado en una colina de 400 metros de altura, ha consumido casi 10 millones de euros de fondos públicos en un edificio de 3.000 metros cuadrados que permanece cerrado a cal y canto desde hace dos años ante el imponente castro de San Cibrao de Lás.

Ideado por Fraga, impulsado por el bipartito y agitado de nuevo por Núñez Feijóo, el centro fue concebido como un referente para explicarlo todo sobre la cultura castrexa que plaga el noroeste peninsular. Es obra de los arquitectos Ángeles Santos y Carlos Martínez, que ganaron un concurso internacional para diseñar otro contenedor sin contenido. La construcción se presupuestó en 6,6 millones. En su interior se proyectó una muestra permanente, un área de exposiciones temporales, aulas, espacios para investigadores y un archivo documental. También cuenta con espacios para el trabajo de arqueólogos y zonas de investigación o documentación. Pero nadie pasa por ellos.

Los millones invertidos, pagados por la Xunta y el Ministerio de Fomento a través del presupuesto correspondiente al 1% cultural, no incluyeron fondos para contenidos. A pesar del elevado gasto en una construcción sin nada que exhibir, el actual Gobierno gallego presumía en 2010 que “además financiaría íntegramente los trabajos del montaje expositivo con una inversión de 1,6 millones”. El contenido no fue el único olvido. Los ideólogos obviaron buena parte de la urbanización del entorno (254.000 euros), la adaptación de la conexión eléctrica (120.000 euros), el mobiliario (80.000 euros) y la gestión, que ahora deberá asumir alguna empresa. Si es que alguna quiere.

El Ayuntamiento de San Amaro (1.200 habitantes) acaba de rechazar esa gestión. La Xunta quiso traspasar la responsabilidad de la mole a este pequeño municipio a cambio de una subvención reguladora. El alcalde, Ernesto Pérez (PP), explica que el Gobierno gallego “no garantizó el 100% del coste y por eso no conviene arriesgar”. Reclama “un acuerdo transversal con varias consellerías y la universidad” que permita impulsar su potencial turístico.

Los dos conselleiros de Cultura de Feijóo han visitado el recinto anunciando inversiones bajo el foco de los medios. No fueron los únicos. Todos los titulares de Cultura de la última década han recorrido las instalaciones rematadas y desiertas. Una maqueta y unos paneles explicativos colocados en septiembre de 2010 disimulan cientos de metros cuadrados vacíos. La consellería asegura que los fondos “provendrán de la Xunta”. Y es que la polémica también rodea el contenido. Muchas de las piezas históricas halladas durante las excavaciones del castro (orfebrería, monedas o armamento) fueron trasladadas al Museo Arqueológico de Ourense. Otras han desaparecido. Incluso un ara romana grabada con el nombre del castro —Lámbrica— permanece abandonada en un pazo privado.

El conselleiro, Jesús Vázquez, se topó con un edificio abandonado a las malas hierbas y sin vigilancia. Ahora, Cultura trata de reconducir la situación. Todos los gobiernos han pasado de puntillas por un proyecto que arrancó con mal pie en 2003. El exconselleiro, Jesús Pérez Varela, colocó la primera piedra y meses después rescindió el contrato con la constructora. El bipartito frenó el proyecto para redefinirlo, pero acabó impulsando su finalización en las mismas condiciones.

Las visitas políticas siempre han sido espolvoreadas con anuncios que el tiempo difumina. Los primeros databan la apertura en 2009. En noviembre de 2010, Roberto Varela, evitaba concretar fechas. La última conocida (primer trimestre de 2013) tampoco se ha cumplido y Cultura matiza que “será en el menor tiempo posible durante este año”. El Gobierno gallego licitó hace diez meses casi 300.000 euros para la urbanización del entorno. La adjudicación se retrasó hasta el pasado 28 de febrero, días después de que este diario preguntase por la demora. En octubre de 2012 se invirtieron otros 60.000 euros en muebles. Ahora, sillas y mesas envueltas en plástico custodian una cafetería sin dueño. La obra inacabada integra la Rede Galega de Patrimonio Arqueolóxico. Creada en 2001, definió un proyecto estrella por provincia. Finalmente solo han sido construidos el de San Cibrao de Las y el centro de arte rupestre de Campo Lameiro en Pontevedra.

Una joya oculta y descuidada

En 1921, Florentino Cuevillas y Vicente Risco impulsaron las primeras exploraciones de las grandes acumulaciones rocosas enterradas en un monte de 400 metros entre los ayuntamientos de Punxín y de San Amaro. Los antiguos del lugar sabían que estaba allí. La llaman "a ciudá". Conocían perfectamente los manantiales de agua, aljibes y calzadas empedradas que han sido destapadas por los arqueólogos e investigadores durante casi un siglo.

Ocupa nueve hectáreas en forma de óvalo casi perfecto. Más de 90.000 metros cuadrados —una docena de veces la Praza do Obradoiro— en los que llegaron a vivir unas 3.000 personas. Una doble muralla rodea la ciudad que, a diferencia de la mayoría de poblados similares, siguió una planificación ortogonal con rectas y empedradas calles, barrios, plazas con pedestales para estatuas o un recinto central amurallado sin viviendas, seguramente destinado al culto.

Felisindo González defiende que esta ciudad castrexa posteriormente romanizada, era el epicentro de otros asentamientos. El entorno está plagado de castros menores completamente abandonados por la Administración. Los restos hallados permiten deducir que vivían de la minería (principalmente oro y estaño) que comercializaban empleando el cauce del río Miño -antiguamente navegable- como vía de salida hasta el océano Atlántico. A pesar de la enorme importancia histórica que rodea este castro, con restos del Paleolítico Medio, ni siquiera ha sido declarado Bien de Interés Cultural. Las excavaciones realizadas durante 92 años solo han destapado un cuarto de la ciudad que permanece oculta bajo la montaña.

En contraposición con el abultado gasto en el edificio llamado a ser algún día centro de interpretación, los restos arqueológicos solo han recibido 200.000 euros durante el último lustro. La Administración prefiere invertir en la mole y no en el castro situado a 150 metros.

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