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“No es una crisis económica, es una crisis de valores de la sociedad”

El ejecutivo valenciano Pascual Olmos acaba de publicar el ensayo 'La vida que mereces'

Miquel Alberola
Pascual Olmos, director ejecutivo de Repsol.
Pascual Olmos, director ejecutivo de Repsol.JOSÉ JORDÁN

Pascual Olmos (Catarroja, 1952) ha trazado una notable trayectoria en puestos directivos de Ford y Repsol. Ahora acaba de publicar La vida que mereces, un libro al que ha puesto título Manuel Vicent, y que ha escrito a cuatro manos con Álex Rovira. Olmos plantea una alternativa al sistema actual a través de la armonización de lo material con lo espiritual y de la productividad con la satisfacción personal. Los beneficios de la venta del libro van destinados a la Fundación Christian-Marc Olmos Vente, que está llevando a cabo varios proyectos en Etiopía y que impulsa otros de sostenibilidad ecológica o integración de discapacitados.

Pregunta. ¿Es un libro de autoayuda?

Respuesta. La autoayuda es algo más superficial. Es un ensayo, un libro conceptual que intenta la armonía entre el ser, el entorno medioambiental y social y la competitividad de las empresas. Y con una serie de conceptos de valor aportado profundos, como la huella ecológica, la felicidad interior bruta…

P. ¿Lo que nos sucede es algo más que una crisis económica?

R. Incluso en los momentos de euforia económica esto no funcionaba. Inglaterra y Estados Unidos habían duplicado su producto interior bruto y en ese mismo período de tiempo la felicidad de las sociedades había disminuido. No se tenían en cuenta los valores personales, solo los materiales. Eso no podía funcionar. No es una crisis económica, es una crisis de valores de la sociedad.

P. ¿Cómo hemos llegado ahí?

R. El capitalismo ultraliberal tiene una cosa buena y una muy mala. Es bastante creativo y dinámico, pero en los momentos altos beneficia a la economía especulativa y en los bajos perjudica a muchos millones de personas. Eso se tenía que haber estabilizado con políticas previas.

P. Usted habla del fracaso de los tres sistemas históricos.

R. El marxismo demostró claramente que no solo era ineficaz sino injusto, porque el poder que quedó en unos núcleos determinados. Pero es que la socialdemocracia, tal como la hemos conocido (con unos poderes mediáticos y financieros muy concentrados) ha prostituido un poco el sistema. Incluso la política también está prostituida porque no es transparente ni directa. Tenemos que buscar una cuarta vía: la armonía entre la economía competitiva del ecoser (la persona coherente con lo que es y con su exterior social y medioambiental), que puede sonar un poco utópico pero que contiene todos los ingredientes para salir del colapso. Valorar menos lo material y ser más realistas para equilibrar las balanzas de los países, la inclusión de la huella ecológica en los escandallos de coste de los productos y seguir siendo competitivos teniendo en cuenta las necesidades reales de las personas.

P. ¿Recuperar el yo esencial?

R. Revaluarlo. La gente busca más la calidad que la cantidad. Lo estamos viendo en la agricultura ecológica, que está aumentando un 20% anual. Pasa lo mismo en la industria: la tecnología mejorará tanto en los próximos 10 años que tendrá un efecto como en los últimos 50 años. Tenemos que estar preparados para saber adaptar ese avance tecnológico a los esquemas de mejora de la productividad y las necesidades personales.

P. ¿Qué requiere ese cambio?

R. Primero necesitamos un cambio de valores: educación y transparencia. Y justicia rápida para los que no se han comportado de un modo adecuado. Luego, una reordenación de la estructura administrativa pública para que sea más eficiente y menos costosa. Y mejorar la competitividad a base de la nueva tecnología y la ecología.

P. ¿Pero con las estructuras actuales se puede dar ese cambio?

R. Con seis millones de parados tenemos que empezar a pensar si nos hacen falta las diputaciones o las 4.000 empresas públicas… Las empresas privadas ya han hecho ese proceso.

P. Algunos empresarios también quieren que seamos chinos.

R. Un empresario que está ahora en la cárcel decía que lo que había que hacer era trabajar más y cobrar menos. La esclavitud se abolió ya hace mucho tiempo. Lo que hay que hacer es colaborar en la mejora de la productividad de la empresa para hacerlo mejor, no para cobrar menos. La idea es aportar valor, no ser más baratos. Para mí, China no es un ejemplo. Europa tiene que ir al valor añadido y basarse en la tecnología para la industria, la agricultura y los servicios. Los países nórdicos lo han demostrado. Sus niveles de productividad, renta, competitividad y felicidad son altos.

P. ¿Las empresas tienen responsabilidades ineludibles en la motivación de sus empleados?

R. Absolutamente. La motivación del empleado depende del liderazgo del empresario. Las empresas que tienen una motivación positiva de sus empleados son como un 40% más productivas.

P. La crisis también abre puertas al retroceso.

R. Las empresas que han triunfado no han funcionado de esa forma.

P. ¿Cuáles son los ingredientes de la vida que merecemos?

R. Necesitamos cumplir los tres niveles de motivación que tenemos las personas. Primero, la escala básica, la material. Si no comes, bebes, tienes una casa y una seguridad no puede hablar de determinadas cosas. Una vez cubierto lo mínimo ya empieza a tener mucha importancia la creatividad, la diversión. Y cuando tienes eso, llega la motivación trascendente: hacer cosas para los demás. Las personas felices han completado los tres niveles de motivación.

P. El libro está muy impregnado de zen, budismo, yudo…

R. Bueno, empecé a practicar yudo a los 15 años, he sido cinturón negro y presidente de la Federación Española de Yudo… Siempre he estado muy vinculado a las filosofías orientales.

P. ¿Este libro habría sido posible sin el sufrimiento por la pérdida de su hijo?

R. No tal como está escrito. Es un legado que, en cierto modo, mi hijo Crhistian-Marc me ha dado en forma de inspiración para que la gente joven y de futuro pueda vivir en un mundo más digno y mejor del que tenemos.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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