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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

260 semanas de dolor

Nuestros alcaldes se empeñaron en plusvalías a base de pelotazos

Ahora que en Andalucía se celebra la Semana de Pasión es interesante recordar que se están cumpliendo casi exactamente cinco años desde que se manifestaron los primeros síntomas del vía crucis en forma de crisis que sufren con más intensidad si cabe las sociedades más débiles, como la nuestra.

A mediados de marzo de 2007 se informaba que los impagos hipotecarios de Estados Unidos registraban el nivel más alto de los últimos siete años y un gigante bancario como HSBC anunció que había perdido diez mil millones de dólares por esa causa.

Puesto que se sabía que el sistema financiero mundial estaba lleno de productos derivados de esas hipotecas, era fácil deducir que se venía encima una hecatombe. Pero, sorprendentemente, las autoridades actuaron con una ceguera inaudita que ha hecho un daño irreparable, sobre todo, a las economías con menos defensas, como la andaluza.

Tal día como hoy de hace justo cinco años, este diario informaba que el entonces director gerente del Fondo Monetario Internacional, y por tanto portavoz del organismo económico más sabio y poderoso del mundo, Rodrigo Rato, había pronunciado una conferencia en Madrid en la que calificó la situación económica mundial como “la mejor” en las últimas cuatro décadas y “muy favorable”. Y justo ese mismo día se habían hecho públicas sendas notas del Banco de España y del Ministerio de Economía en las que anticipaban el horizonte de la economía española. El primero decía que crecería un 3,1% en 2008 y el segundo que entre 2007 y 2010 lo haría a tasas superiores al 3%. Unas previsiones claramente equivocadas pues la realidad fue 0,9% en 2008, -3,7% en 2009 y -0,3% en 2010.

Días antes, el presidente de la patronal bancaria había afirmado que el modelo de gestión de la banca española era “uno de los más baratos para los ciudadanos”, defendía las altísimas retribuciones que percibían sus ejecutivos y decía que la política del Gobierno de Zapatero era “prudente y con visión de futuro”. Y de forma semejante se pronunciaban por entonces los líderes europeos.

Muy posiblemente, nunca sabremos si es que todos ellos estaban en las nubes o si sabían lo que iba a pasar pero disimularon para llevar a cabo con más facilidad las estrategias que les favorecían, pero lo cierto es que no haber dado respuestas rápidas a lo que se venía encima nos perjudicó mucho. Basta echar un vistazo a la prensa de hace un quinquenio para comprobar que los dirigentes andaluces, como los de Madrid o Bruselas, seguían actuando como si nada malo estuviera gestándose, lo que solo pudo provocar que el estallido de la tormenta se acelerase.

Un informe del Parlamento Europeo sobre el urbanismo en España acababa de denunciar la insostenibilidad ambiental, económica, social y política del modelo productivo al hacerlo responsable del expolio, de la corrupción y del “descomunal enriquecimiento de una pequeña minoría a costa de la mayoría”, pero nuestros alcaldes y los empresarios más potentes solo seguían empeñados en sacar adelante más urbanizaciones y plusvalías a base de pelotazos. Y cuando cualquier economista bien informado podía saber que el sistema financiero mundial se vendría abajo, nuestro Gobierno andaluz seguía siendo incapaz de poner orden en él e imponerse a los virreinatos en los que se habían convertido las cajas de ahorros para olvidar su auténtica función social y poder copiar más libremente el modelo, que resultaría fatal, de la banca privada.

Las enseñanzas me parecen claras. Sin predecir bien se gobierna mal, y sin actuar sobre las causas profundas de sus males (la desregulación financiera, la desigualdad, el modelo productivo...) las economías se van a pique. Además, hay que ser conscientes de que la crisis no la provocaron solo los demás sino también nosotros, por incompetencia o por dejar hacer a malos gobernantes, porque es de tontos confiar, para salir de una crisis, en quienes no la vieron llegar o aplicaron las políticas que la provocaron.

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