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“La inspiración existe”

Miguel Catalán, autor de un tratado sobre el engaño

Miguel Catalán (Valencia, 1958) publicó su primera obra en 1994. Era su tesis doctoral sobre John Dewey. Desde entonces, va a título por año. Destacan los varios volúmenes dedicados a la Seudología, su tratado sobre el engaño; un proyecto, como él mismo dice, de toda una vida. Un trabajo que se halla a la mitad y que puede ayudar, a través de la mentira, a encontrar la verdad. Pero el carácter ensayístico de su producción no excluye la producción de otros textos. Por ejemplo, el último (La nada griega, editorial Sequitur), integrado por un conjunto de paradojas, muchas de ellas en forma de aforismo. Un modo de mostrar que el pensamiento puede presentarse en discursos largos y en fogonazos súbitos porque, afirma, “la inspiración existe”.

Pregunta. Usted cultiva el texto largo (varios volúmenes) y el texto breve. ¿Lo hace por compensación o para adecuarse al contenido?

Respuesta. Las dos cosas. Desde el punto de vista subjetivo, la escritura aforística me libera de la tensión acumulada por el tratado sobre el engaño, que es el proyecto de toda una vida.

P. Toda una vida, ¿no es mucho?

R. Para acometer un trabajo del calibre de Seudología necesitas lo que llaman los franceses el esprit de suite, la obstinación investigadora. Y para ello es preciso que el tema sea inagotable, pero también, al mismo tiempo intenso. El universo del engaño cumple ambos requisitos, porque es casi infinito y al tiempo, conmovedor. Sea la ilusión del autoengaño, la mentira piadosa o la propaganda política, nunca te deja indiferente. Dedicar toda una vida de investigación a un tema en concreto, aunque sea tan transversal como el mío, es posible porque hay una fuerte corriente subterránea: el deseo de encontrar la verdad debajo de todas las alfombras. Ese propósito de desvelamiento no está explicitado en mis escritos sobre la mentira, pero en toda investigación se da por supuesto.

P. Y de vez en cuando, desconecta con fogonazos.

R. De la necesidad de desconectar de una tarea tan absorbente viene mi atención al pensamiento breve: esas fulguraciones que vienen de no se sabe dónde y cuyo tiempo termina al anotarlas en el papel. Nietzsche decía “Pronto abajo, pronto arriba”; ha de ser como una zambullida rápida en las profundidades. Verlo todo tú solo por un momento en un ambiente insoportablemente frío, y luego volver a la tibieza del mundo compartido.

P. ¿Qué resulta más difícil para el pensamiento, la escritura larga o la corta?

R. Algún speechwriter dijo que podía escribir un discurso de media hora más o menos sobre la marcha, pero que si lo que querían era un pensamiento, entonces tenían que darle más tiempo. Es que la intensión y la extensión suelen dar en lo opuesto: a mayor intensión, menor extensión y viceversa. Por eso el pensamiento aforístico no es un trabajo, sino obra súbita. Que lo terrible del muerto sea su cuerpo sólo puede proceder de una visión instantánea de la realidad a partir de una experiencia existencial, no del estudio sistemático sobre un área de conocimiento. La inspiración de los románticos existe, no es una mera coartada para la pereza como se suele repetir; claro que no basta por sí misma, pero es un hecho de la conciencia creadora.

P. Hablando de pensamiento: se acostumbra a distinguir entre la ficción y la no ficción pero, a veces, esas fronteras no están nada claras. Mann, al que usted cita, podría figurar en las historias del pensamiento y Platón no desmerecería en las de literatura. ¿Cómo ve usted este asunto?

R. Es cierto: las reflexiones de Mann o Proust sobre la naturaleza del tiempo nada tienen que envidiar a las de San Agustín o Heidegger. Contra la filosofía académica moderna, la realidad puede describirse también desde la ficción. No existe una vía privilegiada para el conocimiento, como ha sido corriente sostener en la tradición filosófica occidental. Existen vías de acceso alternativas en la poesía, en la prosa, en el pensamiento breve. Tales vías tienen sus defectos propios, si queremos llamar así a sus condiciones, pero también las tiene el pensamiento sistemático. Es más: el pensamiento sistemático suele terminar haciendo trampa a fin de cubrir las grietas estructurales. Los sistemas filosóficos alemanes y franceses, incluyendo el hegeliano, están cubiertos de yeso repintado a fin de completar lo incompletable. “Siempre hay más verdad que ciencia”, dice Gadamer en algún lado.

P. En su último libro hay un montón de alusiones literarias, algunas de ellas (Mann, Proust, Schopenhauer, Nietzsche) parecen formar parte de sus referencias intelectuales, ¿es así? ¿En qué medida?

R. Sí; esos cuatro autores son constantes en mi escritura porque figuran entre mis favoritos. Los cuatro combinan, cada uno a su manera, el poder intelectual y la escritura deslumbrante. Los dos primeros son escritores con pensamiento propio, algo bastante difícil de encontrar; los dos últimos, pensadores que escriben bien, lo cual, tratándose además de filósofos alemanes, es casi un milagro.

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