Turismo fallero
"Lo peor no es el ruido insoportable, la fritanga que te impregna los vestidos, el caos circulatorio, la falta de civismo. Lo peor son las visitas"
Ya las tenemos encima. Y lo peor no es el ruido insoportable, la fritanga que te impregna los vestidos, el caos circulatorio, la falta de civismo. No: lo peor son las visitas. Parece que toda España descubre de repente que tiene amigos o parientes en Valencia y se dispone a darles una alegría (es un decir) plantándose en su casa en los días fuertes de la fiesta. Si pudieras tratarlos como tratan a sus compromisos en otras ciudades, la de aquel: les das una copia de la llave de tu casa y los dejas a su aire para que participen de los actos como mejor les venga en gana. Lo malo de las Fallas es que el visitante quiere verlas todas y, naturalmente, tienes que acompañarle porque si no, se perdería. Y ahí te las ves y te las deseas, con tu guía fallera en la mano, visitando monumento tras monumento y traduciéndole los carteles al huésped. Es lo que hacen con los invitados en Sevilla, con la diferencia de que allí hay medio centenar de pasos y aquí medio millar de fallas.
El momento más penoso es aquel en el que te preguntan por el sentido de cada falla. Por ejemplo, este año espero a un amigo extranjero, un libio de los que están deshojando la margarita con el aeropuerto de Castellón. Bueno, iremos a la falla Palau de les Arts y me preguntará para qué sirve esa especie de casco que, sin duda, pertenece a la sección especial. Si le digo que allí suelen celebrar bodas y otros festorros, me tomará por loco. Puedo tranquilizarlo y explicarle que, total, es para tirar a la basura, que no deja de ser un monumento de cartón piedra: lo malo es que ha visto cómo se cuartea y está enterado de la pasta gansa que le pagaron al artista fallero y de que este se apresuró a esconderla en Suiza, estilo Bárcenas. Mejor busco otro monumento. Por ejemplo, la falla Nou Estadi del València CF, una carcasa verdaderamente impresionante (ventajas de tener unas autoridades falleras).
Desgraciadamente, este tipo lee los periódicos y está enterado de todo. No es como los turistas españoles, que se dejan meter en un autobús y que no visitan más que tiendas de souvenirs. El libio maneja bibliografía libiana, que no liviana, y me echará en cara que ese campo de fútbol no lo van ocupar nunca y que encima el club es propiedad de la Junta Central, un caso único en los llamados países occidentales. Le puedo explicar que no deja de ser una falla y que naturalmente es propiedad del casal. Creo que no se lo diré: pensaría que a los falleros nos engañan como si fuéramos tontos. Tal vez no le cause tan mala impresión llevándole a ver una falla más modesta, que no sea de la sección especial, por ejemplo la falla Estación de metro Antic Regne. Esta sí que es una imitación excelente, solo faltan los ninots. Por desgracia se han adelantado las ratas que campan a sus anchas por los andenes, así que mejor lo dejamos estar. Hasta puede que le recuerde la tubería en la que se escondía Gadafi antes de que se lo cargasen.
Ya veo que este libio acabará siendo como el persa Usbek de las Lettres persanes de Montesquieu o como el moro Gazel de las Cartas marruecas de Cadalso, un extranjero incapaz de comprendernos que reforzará la leyenda negra. Las Fallas son una fiesta única. No me sorprende que las hayan querido declarar patrimonio de la humanidad. Es una pena que la humanidad no haya estado por la labor. Los falleros siempre seremos unos incomprendidos. ¿Y si le diéramos el bunyol d’or a mi libio? A lo mejor nos recomienda y todo.
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