Putrefacción, belleza y sonrisas

Como un día que comienza tibio y acaba caldeado; como una torpe caricia que a medida que se desliza toma calidez; como un guiño humorístico que nace dubitativo y concluye en plenitud. Así puede resumirse el concierto que Quimi Portet ofreció en el Palau. Pesó el lugar, quizás, y Quimi tardó en entrar en calor. Por fortuna para él y para los espectadores, la complicidad de la platea, su comprensión y sus deseos de pasar una buena noche que se impusiese a sus presagios, determinaron que la balanza se decantase favorablemente a Quimi y el concierto, todo y no ser uno de los mejores, podrá recordarse por varios motivos.

El primero es que cuando un artista se sobrepone a un inicio desfavorable, parece que el postrer botín musical y emocional gana entidad. Segundo: Manolo García apareció por sorpresa en el escenario con Quimi, hecho que no ocurría desde los tiempos de El Último de la Fila —disueltos en 1998—, y además cantó en catalán Massa como afirmando que entre quienes han tenido tanta historia en común son más las cosas que unen que las que separan. Apareció también Adrià Puntí, con quien Quimi trabaja un disco que los hechos tejen y destejen en relación con estados de ánimo del impagable artista de Salt, quien cantó una pieza de Quimi Flors i violes y una propia, Sota una col. Finalmente, en una aparición asombrosa, certera, intencionadísima y deslumbrante, Albert Pla, ataviado como un bañista destartalado, fumando y bebiendo, interpretó una versión absolutamente estremecedora de una de las mejores canciones del repertorio de Quimi, la soleadamente amarga Sunny day. La simple selección de invitados ya marcó territorio.

El resto de los motivos fueron apareciendo paulatinamente en el campo de juego delimitado por Quimi. Una banda sólida en la que cuenta más la solvencia que el alarde; una voz que sabe contar aquello que siente su dueño; un repertorio de apariencia convencional pero con rincones que escapan a la convención y unas letras brillantes llenas de reflexiva contemplación de ese disparate equívoco llamado vida. Desde el mismo cuestionamiento de la capacidad expresiva de las propias palabras —Putes paraules— a la autoparodia —Progresso adeqüadament, pasando por la muestra de una indignación que sólo en ocasiones disimula el humor Tinc una bèstia dintre meu y recalando en ese espacio propio de Quimi: la aparente contradicción entre lo que dice y cómo lo dice, la misma paradoja que resume nuestro transitar. Un buen ejemplo la pieza que cerró el concierto, La música dels astres, una delicia, una tenue brisa sonora. Putrefacción y belleza. Junto con la ironía, claves del mundo de Quimi. Apariencias iluminadas por la sonrisa. Metáforas del buen observador.